Escritos de un joven indecente (LXXXI): Esta madrugada ha muerto un poeta en la ciudad

Escrito

Lágrimas
ingrávidas
que brotan
de los párpados
(como la tempestad
en mitad
de la tormenta)
y riegan
una barba
que fue nido
de sirenas
y PRINCESAS;
páramo
de siluetas
y flujo
de la pasión
más POÉTICA
que jamás
se haya
escrito.

La pena
necesita
desembocar
en tiernos
PECHOS,
cobijo
de llantos
y SECRETOS,
ahora
que ARDEN
amantes
convirtiéndose
en MÁRTIRES
de lo imposible.

El paisaje
asusta a los lobos
que aúllan
desconsolados
en el cielo
de tiniebla
que se asienta
entre la niebla
y el azul
MUERTE
que resurge en las aceras
cristalinas.
Los árboles
son féretros
inertes
que vieron
engendrar
a un bebé
con alas,
y su luz
es el espíritu
de la
INMORTALIDAD
que alumbra
la calavera
del MAÑANA.

El «no de nunca»,
la PERPETUA
derrota
y mi vacía
MIRADA,
incendian
este pueblo
en llamas
que ahoga,
aprisiona
y MATA.

Dónde estás,
¡Dios!,
cuando
los POETAS
aman
a escondidas;
cuando
las sábanas
se convierten
en TUMBAS
y el esqueleto
no es condecorado
con ROSAS
rojas
en su FRENTE…

¡Ay!, muerte,
no viniste a mí
cuando
me supe descalzo
en Sinaí.
No besaste
las sienes del que escribe
para amamantarse
de las almas
y pezones
más candentes.

Dios,
muerte…
conceptos
abstractos
que por definición
escapan
a los OJOS
de los que no sentencian:

Las MUJERES
y el DOLOR
son el único motor
de la EXISTENCIA.

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