Escribir está bien. El problema reside en cuánto se puede llegar a escribir. En mi mejor época: Altea mujeres, drogas, madrugadas, insomnio... solía alumbrar en la misma noche entre 3 y 5 poemas, un relato porno y un microrrelato poético. Pero era distinto: Altea, mujeres, drogas, madrugadas... Por aquél entonces gustaba a alguna chica, escribía algunos versos y me colaba en sábanas de mimbre y azahar... AHORA... Ahora SÓLO escribo para CALMAR a mis demonios, matar el tiempo, cumplir con la columna semanal. Para imaginarme dentro de la habitación que ganará el primer premio en un concurso de poesía; la habitación helada en la ciudad de los MUERTOS donde yo, metido en la cama, le SUSURRO un cuento a la protagonista. Creo una historia sobre la náyade de un pueblo con mar para estar en el tarareo de la sirena de Althaia que se ducha un martes por la noche con agua caliente y el vaho de su piel desprende aroma a verso libre... Pero... ¿saben una cosa? Me gustaría no escribir tanto, renunciar al título de «poeta» para siempre si fuese necesario y pasar una noche desempolvando mis dedos de pianista en la carne de alguna chica. Una noche, sólo una.
¿Acaso eso es pedir demasiado?