Consumismo perenne

El apagado de las luces navideñas y el «encendido» de las rebajas de enero anuncia el fin de la parafernalia de la Navidad a la vez que ratifica la continuidad de la parafernalia del consumismo.  La visita de Sus Majestades de Oriente parece no haber satisfecho nuestras ansias de posesión de bienes materiales y salimos a la caza de auténticas gangas aunque sólo sea por mostrar nuestra presa al resto de clientes de este mundo.

A pesar de la asentada crisis y de la vacuidad de nuestros bolsillos, nos empeñamos en recolectar objetos como tesoros sin valor que almacenamos y de los que poco disfrutamos. Estamos perdidos los días en que los centros comerciales cierran sus puertas, incapaces de plantear alternativas de ocio más allá de la simple tarea de ojear y desear objetos. Y tampoco resulta fácil dar con planes culturales o con personas con quién disfrutar de ellos, sobre todo en lugares donde la simple idea de una tarde entre obras de arte, de cualquier género, produce urticaria a muchos de sus habitantes.

Cada día estamos más cerca de convertirnos en esas máquinas construidas para seguir con el engranaje del consumo. No hay tregua. No hay descanso posible para la reflexión.  La Navidad deja paso a las rebajas con un día de por medio para abrir una excesiva cantidad de regalos que en un tiempo ni siquiera seremos capaces de asociar a sus emisores. Y otra campaña sucederá a la anterior en poco tiempo. Porque de nuevo, en un mes, se dejará caer Cupido y los enamorados del planeta volverán a gastar sus ahorros en agasajar a su media naranja. Después, las rebajas aparecerán otra vez coincidiendo con el calor estival. Tras ellas, una nueva Navidad llegará a tiendas y hogares. Y, entre compra y compra, un año más habrá decidido abandonarnos pasando de largo de los escaparates y ajeno a la presión de consumo que acecha a la sociedad prometiendo llenar las vacías vidas de sus integrantes con la obsolescencia programada de sus productos.

Fuente: www.homodefectus.com

Retomo una frase que cayó como agua de mayo en mi vida hace muy poco y que dice algo tan esencial como que las cosas, si no se comparten, no tienen valor. Y, precisamente, lo que se comparte y reviste de mayor valor en la vida no son objetos caducos, de esos de usar y tirar que tan de moda están. Son momentos, instantes de risas, de abrazos, de miradas y confidencias inmersos en las actividades experimentadas, aunque bien es cierto que para disfrutar de muchas de ellas es necesario caer en las redes del consumo. Y es que es obvio que sigue siendo necesario consumir para sobrevivir y también para llenar nuestro tiempo libre . La clave está en conocer los límites y descubrir, como dice la viñeta, que lo innecesario no es imprescindible.

Fuente: www.unrespetoalascanas.com

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