‘Hay que joderse. Después de más de dos años sigo siendo yo la mala y la puta de la película y encima tengo que estar cohibida el día de mi graduación. En fin, lo que más me jode es que no sepa que sé perfectamente cómo comportarme y cuál es mi sitio’.
Viqui y Juan eran compañeros de la facultad y salían con la misma panda de amigos. Congeniaron desde el principio, quizás demasiado. A Juan le tiraba Viqui y sus puyitas a la chica, aunque sutiles, no dejaban lugar a dudas. Delgada, bajica, con el pelo largo y castaño, muy sociable, desenfadada y con ganas de vivir, era muy diferente de su novia, quizás por eso le atraía más. Cada vez se cortaba menos delante de los colegas, no tanto por ellos sino porque la mayoría conocía a su novia, y aunque viviera a muchos kilómetros (en Málaga) seguía siendo su novia. Viqui lo sabía muy bien, por eso guardaba las distancias, aunque no dejaba de atraerle la idea, la fantasía de ser ‘la otra’ y, qué coño, le daba morbo. Eso sí, cada vez que se acercaba a la frontera entre el coqueteo inocente y el juego peligroso su particular Pepito Grillo la advertía y ella, obediente, reculaba. Sin embargo, como se dice por ahí, tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Juan ‘insistía’ a medio camino entre la broma y el deseo, dejando siempre abierta la puerta de la ambigüedad, no tanto para ella, sino sobre todo para los demás. Y entre flirteo y flirteo, un día -cuando estaban ya en segundo de carrera- metió la pata. ‘Tía, que anoche, cuando te mandé los mensajes, el último al final se lo envié a Miriam’.
‘¡No jodas! No pondrías ninguna barbaridad, ¿no?’ ‘No, no era nada fuerte, le expliqué que era para una compañera de clase, se mosqueó un poco, pero ya está… La verdad es que, es una tontería, pero me siento culpable’. ‘¿Culpable, por qué? No hemos hecho nada malo, no nos hemos enrollado ni mucho menos. No te preocupes, no le des más importancia de la que tiene’. ‘Ya, pero…’
Viqui decidió cortar el ‘rollito’ porque se les estaba yendo de las manos y podría terminar mal. Pensó que Juan haría lo mismo. Tampoco le afectaba demasiado, que no estaba tan bueno, coño. Sin embargo, tras unos días algo distante, siguió tonteando. Ella terminó por volver a dejarse querer, pero sin traspasar la línea. Antes de las vacaciones de Semana Santa hicieron botelleo en el piso de Viqui y Juan se dejó olvidado, por casualidad, un DVD. Como Viqui y sus compañeras se iban a sus casas esos días, le llamó para que fuera a recogerlo por si le hacía falta. Quedaron para esa tarde, cuando sólo estaba ella ya en el piso. Supo que se había metido directamente en la boca del lobo. Estuvo tentada de anular la cita… No lo hizo.
Él llegó puntual. Conversaron en el salón, sentados los dos en el mismo sofá. La tensión sexual se podía cortar. No fue hasta la despedida cuando saltó. En la puerta se dieron dos besos y, en una milésima de segundo, él buscó su boca para darle el tercero; se enrollaron, con toqueteo incluido. La verdad, fueron cuatro besos mal dados aunque a él le dio tiempo de tocarle el culo- porque ella escuchó a Pepito y, con la cabeza agachada, preguntó: ‘¿y qué pasa con Miriam?’. ‘Miriam está en Málaga y tú aquí’. ‘Ya, pero no creo que le haga gracia, esto no está bien. ‘No, la verdad que no’. ‘Será mejor que nos despidamos’. ‘Sí, venga, nos vemos’.
Pasadas las vacaciones, hablaron por teléfono, y él le sugirió con toda su cara que podía tener a Miriam de novia en Málaga, y a ella en Murcia. ‘¡¿Cómo?! Estarás de coña, ¿no?’ ‘… Sí, era coña’. Luego, ya en persona, hablaron y dejaron las cosas claras, él seguía con su novia, y a ella le pareció fenomenal, nunca le pidió nada más, sólo que tuviera las cosas claras. Juan le contó que, en un ataque de culpabilidad, había ido a Málaga y le confesó lo que había pasado, incluido que ella era con la que le había puesto los cuernos, o lo que fuera que hubiera hecho. ‘Hay que ser tonto de cojones’, pensó Viqui, ‘vale que para quedarte con la conciencia tranquila le cuentes a tu novia lo que ocurrió, pero no le digas que fue conmigo; se dice el pecado no el pecador, que la chiquita me va a odiar, aunque haya sido una gilipollez’, pensó. Después de esto, aunque intentaron mantener la normalidad y pasar página, la situación era algo violenta y su amistad se resintió.
Y ahora, en vísperas de la graduación, Pedro le soltaba que Juan no quería que se sentase en su misma mesa, donde por cierto, se iban a poner casi todos los colegas, para que Miriam no estuviera incómoda. Ni siquiera se había atrevido a pedírselo él mismo y hablarlo. ‘¡Manda huevos! Y encima ni está bueno ni ná, que parece sacado de ‘La lista de Schindler’, tan flaco y pálido’. Ella aceptó la etiqueta de rompeparejas porque, a fin de cuentas, no tenía nada que perder, no tenía un novio al que le pudiera molestar todo aquello, y a él sí le podía perjudicar. Y no fue para tanto. Viqui disfrutó muchísimo de ese día y, además, le dio una lección de compostura a Juan, a pesar de que sentía pavor cada vez que veía a la novia mirarla, cuchillo en mano.
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Nuria comenzó sus prácticas en la agencia a principios del verano de 2001. Le encantaba su trabajo, le apasionaba, y también le gustaba el ambiente que había en la oficina. Todos eran relativamente jóvenes y reinaba el compañerismo y buen rollo, al menos eso era lo que apreciaba. Fue intimando con la gente, y no tardó en fijarse en Marcos. Con él hablaba de todo, la hacía reír, era interesante… y un morenazo de cuidado. Un bombonazo.
Pasó el estío y a finales de septiembre hicieron una cena de ‘compis’. Nuria lo tenía claro, era el momento de atacar. Con minifalda de colegiala y los labios oscuros y sugerentes llegó al restaurante. Se sentaron separados, pero no dejaron de mirarse en toda la cena. Uno de los temas de conversación fue el reciente 11-S, pero Nuria tenía la cabeza en otras cosas más cercanas. Terminada la cena, y con los primeros cubatas en el cuerpo, fueron al Barrio. Entre chupitos y risas, Nuria preguntó directamente a Marcos si tenía novia. Le gustaba, sabía que ella a él también, y quería hacer las cosas bien. Él le contestó que no, en voz alta y clara. Fue el pistoletazo de salida a su ataque. Sin embargo, tuvieron que llegar al Puerto para que diera resultado.
Serían las cinco, muchos de los colegas se habían retirado y Nuria creyó que no tenía nada que hacer porque más de lo que se había insinuado ya no podía hacerlo, al menos sin que se le notara descaradamente. Se dio una última oportunidad y lo cogió para bailar. Él la siguió. Sin darse cuenta, se estaban besando, abrazados. Ella, pletórica, se sentía la reina de la pista. Se dejaba llevar por el contacto con sus bíceps, y cuando se agarraron de la cintura se estremeció. No le importaba que los demás los miraran, al contrario, presumía. Él vivía el momento, no pensaba.
Se despidieron con un pico. Nuria se fue a casa flotando en su nube. Quería que saliera bien, y nada le indicaba que no fuera así. Aún era demasiado inocente y creía en los finales felices. Poco le duró su sueño. A él le tocaba librar ese domingo, pero ella tenía que currar. Aprovechó para ‘investigar’ y habló con un amigo de Marcos, Tono, con quien tenía confianza. ‘¿Cómo ves la cosa?’ ‘¿Con Marcos?’ ‘Sí, claro, con quién si no’. ‘Pero… ¿él no te ha dicho nada?’ Uy, aquello no le sonó nada bien y con un punto de temor y angustia se atrevió a preguntar: ‘¿Qué me tenía que decir?’ ‘Pues… yo no soy el más adecuado para contar esto, pero… tiene novia’. Craca, craca. Nuria se quedó como los dibujos japoneses cuando se enteran de algo totalmente inesperado, con una mueca extraña y una gota enorme cayendo por la frente. Esa fue su primera reacción. Los lloros vinieron después. Porque la película que se había montado no iba a tener final feliz, Tono le dio a entender que había sido un rollo y punto. Y porque la había engañado con todas las letras, no sólo tenía novia, sino que estaba viviendo con ella.
Estuvo un tiempo jodida, incluso después de que los dos hablaran y él le endulzara la rabia y la frustración con halagos, explicaciones y mea culpa: ‘No me arrepiento de nada…’ ‘Lo volvería a hacer…’ ‘No quería que lo pasaras mal…’ Se fue pasando. ‘No es para tanto’, comprendió finalmente al mirar la historia con distancia. Y aprendió a ser menos cándida y desconfiar más. También ayudó que un día, por casualidad, conociera a la novia, y viera que en sus pantalones cupieran tres como Nuria, vamos, que tenía un culo-pandero como una plaza de toros.