Barcelona, recuerdos de posguerra (IV)

…Prosigue desde el tercer capítulo…

Toda la duración de la posguerra supuso un sufrimiento, pero solo para los más pobres y en particular para los padres y muy especialmente para las  madres. Pero también hay que decir que se montaron algunos comedores infantiles llamados de Auxilio Social. Aquello no bastaba pero fue al menos un gesto a favor del más desprotegido y para acceder al interior no hacía falta acreditarse, era suficiente hacer cola en la calle y esperar turno, la única condición era la de que el menor fuese acompañado de un adulto, al que no se le permitía la entrada, debía esperar en el exterior a que el niño terminase de comer. Las mujeres que se encargaban de servir y vigilar a los comensales vestían todas la camisa azul de la falange. El trato para con los niños era muy correcto. Servían un plato caliente generalmente  lo que se conocía como “farinetes”, que consistía en harina hervida, probablemente con unas gotas escasas de aceite y un pedazo de pan, que seguramente no superaba los 30 grs. Eso sí había que apurar el plato hasta el final, para eso estaban las que vigilaban, ya que aquellos niños tendían a dejarse las últimas cucharadas por lo penosas que eran de engullir. Se trataba de una harina, que alguien con el propósito de aumentar el peso de los sacos, mezclaba con arena fina. Al ser el peso de aquella arena superior al de la harina, al servir los platos, quedaba depositada en el fondo de ellos, pero había que dejar el plato limpio y claro, las últimas cucharadas, con muy poca harina y mucha arena, había que tragarlas a pesar del chirriar de los dientes. En cuanto al pan, había que comerlo antes de salir a la calle. Totalmente prohibido sacar pan al exterior, y si la vigilante falangista de la entrada sospechaba de algún niño contrabandista lo cacheaba.

Los comedores de auxilio social proliferaron en la España de la posguerra.

Al niño del relato y a su hermano los acompañaron varias veces al comedor, vecinas, buena gente, que se prestaron a ello. Nos correspondía por cercanía el de la calle Roger de Flor, junto a la estación del norte.

Hasta que un día se cerró el comedor y se acabó lo que se daba.

Los niños, ajenos a la grave situación sufrían el hambre, hambruna más  exactamente, pero al no haber conocido tiempos mejores se habían ido acostumbrando a notar sus estómagos vacíos. El lazarillo se había convertido en un pequeño depredador como tantos otros niños.

Estación del Norte, Barcelona, década de los 50.

En los mercados, las hojas de col o de lechuga que iban a parar a una caja de desperdicios, se recogían para ser hervidas en casa.

En la parte alta de la ciudad los basureros separaban en una bolsa las pieles de patata que las clases altas desechaban y aquellos hombres bajaban a los barrios de la miseria a venderlas a un módico precio. Las mondaduras de las patatas cortadas a pequeños trozos y bien lavadas se mezclaban con harina de maíz y agua y se freían.

En unas bolsas que habían confeccionado las madres, los niños se dirigían algunas veces a la Avenida Icaria, por donde circulaban los carros que provenían del puerto cargados de sacos de cereales. Los niños que todos eran portadores de una navaja, rajaban el saco que tenían más  a mano y llenaban sus bolsas. El carretero desde lo alto de los sacos y con un largo látigo en la mano, no permitía nunca que se empezara un segundo  saco. Avisaba del final de la rapiña haciendo restallar su látigo en el aire.

Avenida Icaria.

Los domingos tocaba la recogida de algarrobas de los cuatro árboles que había en lo alto del Parque Güell. Sin embargo el vigilante era un hombre violento y con escopeta.

Un buen día el lazarillo leyendo un tebeo, apenas legible de tan usado, se  entera que los cocodrilos antes de invernar se llenan el estómago de piedras para que el hambre no los despierte y el lazarillo creyendo haber encontrado la solución al hambre, se dirige al parque de la Ciudadela y empieza a tragarse pequeñas piedras preferentemente redondas hasta notar que se le ha pasado el hambre. Al llegar a casa le explica a su madre que ha encontrado la forma de acabar con el hambre. Su madre muy sofocada se lo lleva a la casa de Socorro, donde la tranquilizan diciéndole, que ya las evacuará un día u otro.

Parque Güell.

Pocos días después y desmoralizado por el fracaso de las piedras, encuentra en casa un frasco medio vacío que lleva un nombre “Cerebrino Mandri” que lo toma la anciana con la que conviven, para aliviar sus migrañas. El lazarillo lo abre, lo prueba y le encuentra un sabor dulce. Se lo toma todo. Se desvanece y al llegar la madre llama al médico. Vuelve en si y el médico aconseja que durante un mes vaya todos los días al matadero de la Plaza España y que al degollar una res le llenen un vaso  con sangre y que se lo tome antes de que esta coagule. El médico lo escribe en un papel para que la madre se lo enseñe al matarife. Y no falló ni un día en tomarse su vaso de sangre. Seguro que le ayudó a sobrevivir, «además de reforzarle el corazón», como dijo el médico.

'Cerebrino Mandri', una remedio polifacético muy popular entre la población de mayor edad.

A pesar de los malos años que conoce la ciudad, se pone de manifiesto la cantidad que existe de personas con ganas de hacer cosas. Las Ramblas no tienen ni un local vacío. Aparte de los cines y cafés, se han ido montando comercios de todo tipo.

El lazarillo con el amo cogido de su brazo, ha terminado su jornada de trabajo y empieza a descender por la Rambla de Canaletas.

Un poco más arriba del cine Capitol (Can Pistoles para los barceloneses), a la entrada de un pequeño local, han instalado una máquina con un gran cristal transparente que deja ver varios platos de cartón, con algunos alimentos en cada uno de ellos. Solo hay que depositar unas monedas en una ranura y pulsar la tecla con el número del plato elegido. Aquello no se había visto nunca. Pero tanto modernismo no tuvo éxito.

Mort. Cinema Capitol «Can Pistoles». Rambla. Barcelona, 1967. Eugeni Forcano.

En algunas tiendas al anochecer y para paliar los cortes de luz, podían verse encendidas las lámparas de petróleo Petromax, muy eficaces.

Algo más abajo está como todos los días un hombre de pie con dos cachorros de perro en los brazos que vende a 5 pesetas, y como todos los días son diferentes, hace pensar que los vende. Hay personas que pueden comprar y mantener un perro.

Antes de llegar a la calle Puertaferrisa, se encuentra el café Moka, solo entrar y a la derecha hay una larga barra con taburetes, se puede  tomar café o desayunar, a la vista están los croissants, los bollos, las madalenas. Casi todas las mañanas el amo toma su café en aquella barra y pide   otro para el lazarillo, que solo tiene ojos para la bollería, tanto es así, que observando aquella mirada un día el camarero le alarga una pasta.

En la foto, un ejemplar antiguo de lámpara de petróleo de la marca alemana "Petromax", que tenían fama de ser las más luminosas del mercado

En el fondo del local, una espaciosa sala alberga mesas y sillas que acogen a diario hombres que se reúnen para hacer negocios. En aquel espacio se compra y vende de todo: aceite, carbón, cereales, incluso reses y caballos. A veces hasta el amo vende lo suyo, papel. Por la forma de expresarse se nota que son forasteros, no piden sifón pero sí agua de Seltz, no piden papel y lápiz, pero sí recado para escribir. Se cierran los tratos con un apretón de manos. Aunque a veces salen a la vista carteras repletas de billetes.

Agua de Seltz en envase de cristal, ejemplar por cierto a la venta en un foro de coleccionismo.

 

…CONTINUARÁ…

 

 

 

 

 

5 thoughts on “Barcelona, recuerdos de posguerra (IV)”

  1. ¡¡¡ Aupa con el YayoMayo !!!
    Ya sabía yo que tenía «aires» de cronista !!!
    Siempre me ha encantado el «cómo» comenta «sus» historias. Las vive y revive con tanto entusiasmo, cual fuera profesor (vocacional) ilustrando a sus alumnos.
    Es el mejor legado que puedes dejar a tus nietos ! En un futuro lo entenderán mejor (son pequeños) y estarán muy, muy agradecidos de estas vivencias reales que no todos los libros de historia las plaman.
    Come muchas nueces para recordar todo, todíto, y no dejes pasar ni una !!
    Besetsss !!
    La Núria

  2. Enhorabuena por el relato y las imagenes.
    Me ha encantado el tema de ingerir piedras para aliviar el hambre…., el error puede ser que confundiste hacer mejor la digestión con lo de quitar el hambre. se dice que los cocodrilos comen piedras, al mismo tiempo que las presas, para facilitar la digestión.
    Otro detalle es el Cerebrino Mandri, que estuvo en los estantes de las farmacias hasta septiembre de 2008 cuando por algún interés se prohibio porque no tenÍa, precisamente, dosificador. El producto, que contiene ácido acetilsalicílico, paracetamol y cafeína anhidra, estaba indicado para el alivio sintomático de los dolores leves o moderados, como dolores de cabeza, dentales, menstruales, musculares o de espalda y estados febriles.
    Un saludo

  3. Enhorabuena por el relato, muy evocador, lo de las entregas me recuerdan periódicos antiguos…. Me ha impactado el comentario de que Barcelona fue una pionera en el comercio automátizado

    «Un poco más arriba del cine Capitol (Can Pistoles para los barceloneses), a la entrada de un pequeño local, han instalado una máquina con un gran cristal transparente que deja ver varios platos de cartón, con algunos alimentos en cada uno de ellos. Solo hay que depositar unas monedas en una ranura y pulsar la tecla con el número del plato elegido. Aquello no se había visto nunca. Pero tanto modernismo no tuvo éxito.»

    Lástima que no tuviera su recompensa, es como lo de la Cocacola que parece que intervino un valenciano.

    Lo del Cerebrino Mandri tambien es interesante y peculiar, un remedio barato para tratar una enfermedad común, invento nacional, y que lo prohiben tras décadas de uso y disfrute

    Un saludo

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