Jared Diamond es un prestigioso científico norteamericano. En su último libro Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen, Diamond elabora un marco de referencia que permite comprender el final de algunas de nuestras civilizaciones precedentes profundizando en los problemas ambientales o “declives”, según el autor, relacionados con los efectos de la acción humana en determinados entornos vulnerables. De entre los múltiples ejemplos que aparecen en la obra, me llamó especialmente la atención el del final de la Groenlandia noruega. Un pueblo que trató de reproducir sus hábitos de origen en un entorno aparentemente similar, pero climática y territorialmente muy diferente al noruego. Los noruegos trataron de adoptar en la hoy danesa Groenlandia un medio de vida basado en el ganado vacuno, estableciendo de manera irracional y desmedida un número de granjas y una cabaña ganadera que con el tiempo asoló los escasos recursos vegetales que un entorno hostil como aquel ofrecía. La erosión y los problemas de fertilidad del suelo, unidos a un clima cada vez más frío, acabaron colapsando la Groenlandia noruega. En las vacas pudo estar el origen de su decadencia.
Al tiempo que leía este libro, asistí a la entrega del primer premio de la Cátedra Jane Goodall, concedido a Jesús Garzón. Garzón es un clásico del conservacionismo ibérico, volcado en los últimos años en la recuperación de los caminos tradicionales de la ganadería extensiva y en la dignificación del oficio del pastor. En su intervención defendió el papel del pastoreo en el manejo del territorio. Una ganadería en equilibrio con la capacidad de carga del territorio, solamente puede provocar impactos positivos sobre la riqueza específica de la biodiversidad y sobre la estructura de los paisajes en que se desarrolla, al margen de los beneficios intangibles sobre el caudal cultural, y tangibles sobre la diversidad de la estructura productiva en las sociedades ganaderas.
Garzón y Diamond abordan desde dos puntos de vista en principio alejados un mismo problema como es el de la explotación de los recursos por la actividad ganadera. El primero, destaca las virtudes de una “carga ganadera equilibrada” y un pastoreo responsable. El segundo, en cambio, denuncia el abuso de la actividad ganadera, podemos llamarlo “sobrepastoreo”, situándolo como un factor condicionante en la desaparición de determinadas sociedades.
Situados en la era del “pensar globalmente, actuar localmente”, no podía dejar de plantear las virtudes e inconvenientes del pastoreo que Garzón y Diamond enuncian sobre el territorio más próximo de quienes leemos y seguimos esta revista. En este sentido, creo que una lectura de los paisajes que componen el área del Paisaje Protegido de la serra del Maigmó y serra del Sit, para mí un “paisaje de paisajes”, es un buen indicador para conocer el estado y los efectos del pastoreo en nuestra zona. Por otra parte, entiendo que habitamos un entorno vulnerable, sometido a multitud de presiones tanto naturales como humanas, en el que una actividad como la ganadera puede generar diversidad de repercusiones.
No obstante, una primera aproximación a la actualidad del pastoreo en el ámbito de las sierras del Maigmó y del Cid nos obliga casi a descartar los nocivos efectos del sobrepastoreo descritos por Diamond, y en muy pocos casos nos permite observar las bondades de una carga ganadera equilibrada destacadas por Garzón. Entonces, ¿cuál es la situación del pastoreo en las sierras del Maigmó y del Cid? ¿En qué estado se encuentran nuestros paisajes agropecuarios y qué tendencias se observan de cara al futuro?
La ganadería, y en particular el pastoreo, son actividades que desde los años 1960 experimentan un retroceso continuo en nuestro entorno. Esto se explica a través de tres cuestiones clave que, por orden de importancia, son: la crisis del oficio del pastor, la pérdida de las rutas tradicionales del pastoreo y la competencia con otros usos del terreno. Estos tres procesos se expresan sobre el paisaje agropecuario con un descenso de la heterogeneidad de los elementos naturales y culturales que lo componen. La reducción de la carga ganadera en el territorio y de los recorridos y áreas de tránsito del ganado suponen una simplificación del paisaje, con unas consecuencias directas e indirectas mucho más profundas que ahora trataré de exponer. Este fenómeno recibe el nombre de “infrapastoreo”.
El pastoreo ha sido una de las actividades que, reproducida en el espacio y en el tiempo, ha contribuido a modelar intensa y extensamente el Paisaje Protegido de la serra del Maigmó y serra del Sit. Hasta mediados del siglo pasado, el pastoreo se manifestaba a través de los recorridos cortos que realizaban los rebaños locales de manera permanente, y por los desplazamientos trashumantes que durante el otoño y la primavera atravesaban este territorio. Era un pastoreo continuo que penetraba a los lugares más inaccesibles, y durante décadas contribuyó a modelar y estructura los paisajes agropecuarios que hoy conocemos. En el ámbito del paisaje protegido, pudieron contabilizarse más de un centenar de cabañas ganaderas, de entre las que destacaban las de la Casa de la Bassa en Caprala, L’Avaiol y Alt de Cárdenes, Fermoses y Revolcador, Aprisco del Manco, Casa del Bubo, la Casa de l’Orgue, Catí o la de Planises, recogida en un entrañable relato de Enric Valor. Así mismo, muchos recuerdan el trasiego de los trashumantes y el agradable encuentro con los pastores locales, quienes se hacían llamar “rapaciños” por parte de los trashumantes. Algunos corrales como el de La Foia, hoy desaparecido, o el llamado Corral dels Bous, un recinto prácticamente en ruinas de la finca de la Gurrama, jugaron un papel determinante como puntos de visita, encuentro y reposo del pastoreo trashumante en nuestra zona.
Semejante carga ganadera ha tenido una influencia decisiva en la configuración de un paisaje muy dependiente del pastoreo. El ganado debe considerarse como un elemento esencial para integrar los distintos aprovechamientos del terreno (ver Figura 1), ya que con sus desplazamientos contribuye a transportar fertilidad, asegura la regeneración y restitución de nutrientes en las zonas de cultivo, desplaza y fija semillas entre distintos lugares, favorece las composiciones florísticas variadas y crecimientos compensatorios en las comunidades vegetales, etc. Pero tal vez, lo más interesante de nuestro entorno es la capacidad de desbroce y extracción de biomasa de las zonas forestales, mucho más eficaz y menos agresivo que los métodos de “limpieza” mecánicos, tan necesarios para paliar el riesgo de incendios (ver Figura 2).
tereseate
Totalmente de acuerdo amigos.
Hay que empezar a ser sensatos y que impere el sentido común, los efectos del abandono de las actividades agropecuarias ya los estamos sufriendo, paro, montes abandonados, incendios forestales, perdida de biodiversidad, aumento del jabali, –enemigo numero uno de nidos,puestas etc
Bien no tengo tiempo para mas, gracias y un saludo
ADHIF.