Desde las páginas del número inaugural de la revista «Eco Eco», publicación trimestral sobre medio ambiente y cultura de ámbito comarcal, nos llega esta reflexión, cuento incluido, sobre el sistema económico actual y a dónde nos está llevando, así como diversas propuestas de cambio.
En un pequeño pueblo de la costa mexicana, un norteamericano ve a un pescador a punto de dormir la siesta y le pregunta:
-¿Por qué no pesca más?
El mexicano le responde que su pesca cotidiana le basta para satisfacer las necesidades de su familia. El norteamericano le pregunta entonces:
-¿Qué hace el resto del tiempo?
-Me levanto tarde, juego con mis hijos, pesco un poco, duermo la siesta con mi mujer, por la tarde voy a ver a mis amigos. Bebemos vino y tocamos la guitarra. Tengo una vida muy llena.
El norteamericano lo interrumpe:
-Siga mi consejo: empiece por pescar más rato. Con los beneficios se podrá comprar un barco, podrá abrir su propia fábrica y abandonar su pueblo en México para vivir en Nueva York, desde donde podrá dirigir sus negocios.
-¿Y después?- le pregunta el mexicano.
-Después –contesta el otro- puede hacer que su sociedad cotice en bolsa y ganar millones.
-¡Millones! Pero ¿y después? -insiste el pescador.
-Después, podrá retirarse, vivir en un pequeño pueblo de la costa, levantarse tarde por las mañanas, jugar con sus hijos, pescar un poco, dormir la siesta con su mujer, pasar las veladas bebiendo y tocando la guitarra con sus amigos.”¹
He aquí un ejemplo del absurdo y la estupidez a los que nos termina llevando un sistema económico basado en las ideas de crecimiento ilimitado, producción infinita y acumulación y/ o consumo de objetos no siempre necesarios. Impera hoy la ideología de “cada vez más” y de cuya desmesura dan buena cuenta todas las crisis actuales (por supuesto la debacle económica, pero también la crisis medioambiental o la de valores, cuya degradación actualmente permite que fenómenos como el hambre, la explotación infantil o la corrupción apenas ya si nos movilicen).
Si la aparición de la agricultura y la ganadería conllevó el asentamiento humano en las ciudades, como espacios estables donde organizarse y poder rentabilizar los recursos disponibles, el capitalismo industrial, ante la escasez o las hambrunas medievales o frente a los privilegios de nobles y aristócratas que vivían sin trabajar, se fundó sobre modernos supuestos liberadores, hoy claramente falaces:
• Una producción permanente que garantizaría el trabajo y la supervivencia de todos. Incluso hoy el neoliberalismo, con dos tercios de la humanidad en condiciones de pobreza y/ o explotación extrema, sigue manteniendo que el crecimiento económico por sí solo reduce mecánicamente las desigualdades.
• Un crecimiento, en consecuencia, constante con mejores condiciones de vida (vivienda, salud, transporte, etc.). Hoy sabemos que tal crecimiento es sólo beneficioso para unos a costa de otros.
• La sobreproducción y mecanización del proceso productivo permitiría paulatinamente trabajar menos con más y mejores condiciones de ocio para todos. Por contra, el sistema apuesta porque quienes trabajan sostengan a los parados antes que repartir el trabajo existente entre todos, generando más ocio.
Cuando el desarrollo productivo se convirtió en el único principio motor del sistema, hubo que alentar al consumo, ajustando el uno al otro no siempre con fortuna, como única forma de mantener los niveles de producción y crecimiento. Hecho que, a su vez, repercutió en que el consumo se convirtiese en el gran motor de la producción hasta convertirse hoy en esta compulsiva enfermedad de la opulencia consumista y el despilfarro sin conciencia en nuestro mundo capitalista. Incluso Keynes previó las nefastas consecuencias de estos desajustes. Y en el colmo de la perversión, nos sentimos culpables si no consumimos cuanto podamos para favorecer así que otros trabajen y produzcan o para que, al menos, no pierdan el contrato basura con que malviven.
Y aunque aún no sabemos cuántas cosas van a cambiar tras la hecatombe financiera, esta cadena de crisis que venimos padeciendo con mayor impacto cada década certifica un descrédito rotundo de nuestro sistema socio-económico que, además de injusto, funciona de un modo violentador y degradador de las condiciones naturales y humanas que durante siglos fueron respetadas y mantenidas de un modo casi reverencial. Y el verdadero problema hoy es cómo resolver esa ecuación donde consumo y producción, más allá del círculo vicioso en que se encuentran, puedan despejar la incógnita que le permita al hombre vivir menos estresado, menos angustiado, menos inquieto: más sosegado, más integrado en su propio medio. Menos tener. Más ser. Recuperando la alegría de vivir, mucho más que el simple saciar nuestros compulsivos y perentorios deseos consumistas, generadores a su vez de ansiedad e insatisfacción permanentes por no sentirnos nunca colmados y serenos. Nunca satisfechos.
Adquirir clara conciencia de esta desastrosa situación nos lleva a preguntarnos qué podemos hacer para cambiar, desde ya, esta tendencia.
Una respuesta coherente y necesaria nos la ofrece la filosofía del decrecimiento y que parte, antes que nada, del cuestionamiento crítico del sentido de nuestras acciones. Recuerden al pescador mexicano.
Ni crecimiento negativo, ni recesión, “el decrecimiento –afirma Ridoux en Menos es más – es desacostumbrarnos a nuestra adicción al crecimiento, descolonizar nuestro imaginario de esta ideología productivista desconectada del progreso humano y social”². Y Paul Ariès concluye que “el decrecimiento es un discurso de redistribución, pero de redistribución con el convencimiento de que se pueden repartir otras riquezas que las que impone, día tras día, esta funesta sociedad de consumo. Dicho de otro modo: no se trata sólo de repartir de otro modo el pastel, sino de cambiar la receta”³. Resumiendo, por cuestiones de espacio, he aquí algunos de sus planteamientos:
• Respeto a los límites para tomar conciencia de la finitud de nuestros recursos, única forma de garantizar el equilibrio ecológico y humano en un auténtico desarrollo sostenible.
• Cambio radical de nuestros valores: frente a la acumulación y el despilfarro de ahora, una revalorización de la sobriedad y la mesura; frente al egoísmo y la competitividad, la cooperación y la solidaridad; contra toda ansiosa impaciencia, sosiego, serenidad. Más que cosas materiales, bienes espirituales.
• Una ralentización de nuestras acciones, frente a la rapidez desasosegante actual, para conectarnos más integralmente con nuestro entorno, en mayor sintonía con nuestros ritmos naturales, disfrutando así más plenamente de las pequeñas cosas que nos rodean, de nuestros seres queridos, etc.
• Reemplazar la ideología economicista imperante por un debate democrático real y donde se habiliten múltiples espacios políticos de participación directa y con capacidad concreta para transformar la realidad más inmediata.
• Frente al consumismo enfermo, reducción de nuestras compras, ajustándolas más a nuestras necesidades, y estas realizarlas en los mercados de productores locales, reduciendo nuestro consumo energético (calefactores, aires acondicionados, gasolina, etc.), evitando también en lo posible desplazamientos en avión o todo aquello que aumente los niveles de contaminación.
• Eludir ocios artificiales y demasiado sofisticados o tecnológicos, que a menudo nos generan dependencia o adicción.
• Cultivar nuestro interior y nuestras relaciones con los demás, apreciando la realidad más próxima en su sencillez y profundidad.
La filosofía oriental, en el taoísmo o el budismo zen por ejemplo, nunca dejó de cultivar esta actitud del hombre integrado en la naturaleza y acompasando su caminar al de las plantas o las nubes. Wang Wei, un extraordinario poeta chino de la dinastía Tang, escribe en su última estrofa de la Contestación al subprefecto señor Zhang (y que tanto nos recuerda al beatus ille horaciano):
Preguntas por qué estoy tan despreocupado.
¡Ven a escuchar la canción
de los pescadores río adentro!
En ella vibra mi corazón⁴
Versos que nos devuelven a nuestro pescador del comienzo, y nos permiten entender más claramente su perplejidad ante las propuestas especulativas del norteamericano posmoderno.
NOTAS
¹ François Partant, citado en Ridoux, Nicolas: Menos es más. Introducción a la filosofía del decrecimiento. Los libros del lince, Barcelona, 2009. Págs. 149-150.
² Op. cit. Pág. 11
³ Op. cit. Pág. 120
⁴ Poesía clásica china, edición de Guojian Chen, Cátedra Letras Universales, Madrid, 2001, pág. 154.