Ayer era un mal día para aquellos a los que no les gusta el fútbol. O quizá no, quizá era el día ideal para dejarse llevar, una vez en la vida, por esa fuerza pasional que todavía escapa en este siglo XXI a la explicación racional que puede aportar la ciencia moderna. Nadie era ajeno: el amigo que siempre dice que no le interesa “ese negocio multimillonario” allí estaba, dejándose la voz con el gol de Iniesta; ese veterano, decepcionado años ha con un deporte que no “me va a dar de comer ganen o pierdan”, salía a la calle con ilusión juvenil a entonar el “soy español”; esa novia con la que siempre discutes por “querer ver todos los partidos” chapoteaba en la fuente, todavía visibles la pintura roja y amarilla en sus mejillas… ¿Cómo sucede esto? Si ya hemos adelantado que los diferentes expertos sólo han atinado a dar una explicación parcial, tal vez sea una de esas cosas que merece seguir siendo un misterio, no sea que a fuerza de observarlo vayamos a despojarle su esencia mágica de aunar ilusiones y felicidad.
Porque nada une más que el fútbol a una ciudadanía cada vez más dispersa y compleja. Y estar unido, sentirse unido a algo, por trivial que parezca el motivo de esa unión y por débil que sea el eslabón, es indiscutiblemente bueno. Humanamente, creo, poco hay que reprochar a un evento capaz de hacer saltar de felicidad en un mismo recinto a miles de personas, seguro que muchas de personalidad antagónica. El fútbol consigue que nos lo tomemos en serio, y al hacerlo, de repente, otras cuestiones parecen menos serias: llevamos un mes con la bandera hasta en la sopa, ondeando en coches, colgando en bacones y figurando en bares y locales, ¿cuántos festeros de ayer no se irritarían ante tanta continuada muestra de orgullo patrio en otras circunstancias? Tantas veces vergonzosamente politizado, el fútbol, el deporte en general, mantiene afortunadamente un aura de integridad que lo hace elevarse de cualquier instrumentalización.
Muchas voces críticas ha levantado el fútbol en nuestro país, la mayoría con razón, recordando la atención mediática exagerada que se le dedica (“pan y circo”) o tristes episodios de violencia. Incluso el Mundial empezó con polémica, con esa prima a los jugadores que ahora veremos en qué acaba. Pero ayer no era cool hablar mal de él, y sus detractores quisieron por un día enfundarse la camiseta roja, abriendo sus corazas a una pasión que hasta ahora les era indiferente. Los opositores más recalcitrantes quizá se mantuvieron firmes en sus principios, pero tienen hoy poco de lo que vanagloriarse: con razón o no, la final se ha convertido en un acontecimiento generacional que les ha situado en la desagradable situación de no vivirlo (o de vivirlo con amargura), y de tener presente su exclusión cada vez que por la sociedad o los medios sea recordado (que serán muchas a lo largo de su vida). Así que, ayer, decimos, era un día para amar el fútbol, el día que eligieron los no iniciados para convertirse, y el día en el que los futboleros de siempre se sintieron alegres por sentirse acompañados de los amigos y familiares no habituales.
Así que ayer era un día para amar el fútbol, por ser capaz de generar esa euforia colectiva, de reunir bajo una alegría común a polos tan opuestos. Hoy, claro, seguimos teniendo la crisis en el cogote, hacemos número para poder irnos de vacaciones (los que puedan) y nada, en general, ha cambiado, excepto por una sonrisa que es difícil perder esta mañana. Enseguida volveremos a nuestras preocupaciones y divergencias habituales. Pero quedará un recuerdo, un día en el que todos saltamos a la vez de nuestros asientos, un día en el que todos nos abrazamos. Y eso era lo que quizá necesitábamos, tantas veces señalados como un país cainita y dividido, un salto de alegría común. El fin no justifica los medios, pero mal estamos si vamos a ponerlo peros a ese abrazo fraternal que tanto cuesta dar en esta península.
Lo de ayer fue la hostia! Viva España!
No sólo que ganara España como tal, sino que ganó el mejor equipo, un grupo de chavales unidos y humildes. Fue como el bueno contra el malo, de hecho en todo el mundo, menos en Holanda, querían que ganara España. Ha sido muy fácil enfatizar con este equipo, porque al final es eso, un grupo humano excelente, creo que es lo que ve la gente.