En busca del Vinalopó

Entramos en la venta. Yo recordaba/intuía un lugar apagado y lóbrego de sobadas sillas, con asientos y respaldos de esparto, que rodeaban férreas mesas cubiertas con losas de mármol blanquecino, amén de una pequeña barra revestida de desportillados y polvorientos azulejos y, en los pegajosos estantes de madera oscura, unas pocas y ennegrecidas botellas.

Ahora, la mesa en que apoyábamos nuestros codos era de sólida y reluciente madera de pino y de bajo de nuestras posaderas brillaba el tejido plástico con el que estaban forradas las sólidas sillas. La barra, cubierta asimismo de bruñido material conífero, era larga y lustrosa y su basamento estaba alicatado de azulejos blancos adornados con motivos florales a juego con los que adornaban las paredes de la estancia. Detrás de la barra, alrededor de una enorme y cromada cafetera, sobre límpidos estantes de cristal, se aposentaban multitud de relucientes botellas. Potentes luces de neón, empotradas en el techo y cubiertas por un cristal tornasolado, hacían refulgir las losas pardo rojizas que recubrían el suelo. Una televisión descomunal, colgada de un negro estante, nos miraba con tristeza, y en silencio, desde un rincón.

– A vore, ¿Qué voleu?

– A ver, qué queréis. – Dije, haciendo de improvisado traductor del joven y desenfadado camarero que se había acercado hasta nosotros. – ¿Qué teniu? – Inquirí.

– Tenemos de todo.

Respondió en perfecto castellano, sazonado con fuerte acento de la tierra.

– Cuál es el menú del día. – Volví a insistir.

– Paella de primero y embutido de segundo; de postre, flan o fruta, a elegir.

– Qué os parece. Eso y un poco de casera y tintorro.

– No sé, Sr. Peiró.

Respondió nuestro amigo, entonando un medio suspiro.

– Venga tío, no seas gili. A ti te encanta la paella. – Insistió mi hijo.

– ¿Y eso del embutido qué es?

– Una especie de salchichas de la tierra. Las de mi pueblo son muy buenas, las de aquí no sé.

– Bueno, bueno. Vale, vale. Tampoco les voy a dejar que coman solos.

– Vale, tres menús, una de casera y una de tinto.

Al poco nos sirvieron el condumio.

– Mira, el que no volía menjar.

– Qué ha dicho.

Iba a traducirlo al castellano, cuando el mancebo, que ya se alejaba, volvió sobre sus pasos y con picardía en los ojos y una entonación de afectada seriedad, añadió en la lengua cervantina:

– No, que para no tener ganas lo disimula usted muy bien.

Ni que decir tiene que nuestro huésped había engullido hasta la última migaja, y más que hubiera habido.

Me caen bien estos valencianos, no son como los catalanes.

Dijo, por todo comentario, nuestro amigo.

Yo, que soy un catalanófilo convicto y confeso, intuí enseguida por donde podían venir los tiros, pero, a pesar de todo, entré al trapo como un pardillo.

– Y eso por qué.

– Los de aquí no te obligan a entenderles. Se esfuerzan en hacerse comprender.

– ¿Los catalanes no? – Fue lo único que acerté a decir, sintiéndome totalmente acorralado.

– Que va. En mi último trabajo, cada vez que les llamaba me respondían en catalán, sobre todo los del la Consellería de Hacienda.

– Bueno, hasta cierto punto, es normal. Si tú llamas y…

– No, no. Cuando ellos llaman también. Y si no les entendías mala suerte.

– Bueno, no sé. Es que…

– ¿Quieren algún digestivo, coñac, anís, licor de manzana, de pera de melocotón, aguardiente de yerbas, absenta? – La voz de barítono del fámulo me había salvado. Qué puede decir uno en semejantes ocasiones, aparte del consabido nadie es perfecto.

– Yo tomaré un licor de manzana, que sea doble. – Me apresuré a responder.

– Molt be.

Al fin y al cabo, esta tarde voy a quemar calorías por un tubo. Así que mejor que llene el depósito.  Añadí, a modo de disculpa, sin dirigirme a nadie en particular.

– Vale, yo lo mismo que el señor.

– Yo nada. Tengo que conducir y parece que no pero el vino con casera pega.

– Jo tío, pues yo te he visto conducir con cada trompa. – Para añadir luego, mirándome con falsa compunción: – Bueno, Sr. Peiró, ya sabe lo que quiero decir.

– Ya, ya.

– Eran otros tiempos. Además, ya sabes que tengo indicios de úlcera y el coche es de mi padre.

– Un momento, un momento, si quieres hacerte el abstemio, por mí, vale. Pero a mí no me eches la culpa. Al fin y al cabo, de algo hay que morir.

– Vale papá, vale, ya estamos con tus boutades

Nos sirvieron las copas.

Mujeres lavando en el río Vinalopó.
Mujeres lavando en el río Vinalopó.

2 thoughts on “En busca del Vinalopó”

  1. Y ahora ¿ una novela por entregas?
    Desde luego que esta web, es un auténtico lujo cultural.Y además gratis.
    mis felicitaciones

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