‘¿Pueden venir unos amigos el jueves al botelleo?’, ‘No, Antonio, no pueden venir a mi piso… ¡Pues claro que sí, tonto! Ja, ja, ja. Además, también vienen amigos de Paula’. ‘Vale, entonces mañana lo hablamos’. Gema disfrutaba invitando a sus amigos. No le importaba tener que limpiar al día siguiente antes de marcharse a su casa a Alicante a pasar el fin de semana.
La tarde del jueves quedaron algunos de clase para comprar las bebidas: Cacique, Cutty Shark y White Label. David como siempre se retrasó. Al volver al piso, Paula y ella se ducharon, cenaron algo ligero y se arreglaron. A las once llegaron los primeros, eran los amigos de Paula.
A uno de ellos le gustó Gema, no paraba de mirarle el culo, embutido en unos pantalones de cuero negros. Ella lo notó y no quiso ser antipática con él, pero guardando las distancias, lo veía demasiado mayor para ella, no la atraía nada. Poco a poco arribaron los demás. En total, unos quince, que se fueron colocando en el espacioso salón. Y entre ellos los amigos de Juan. Nada más entrar, Gema se fijó en Álex, y Álex en ella. Era el típico chichipán, tenía una nariz pequeña y graciosa y unos labios carnosos con los que era imposible no fantasear. Y poseía ese punto irresistiblemente canalla. Si Gema tenía un tipo de chico ideal, era parecido a él.
Durante el botelleo, en el que se sentaron una frente al otro, no pararon de hablar y tontear, al principio con sutileza, luego más claramente. El otro chico lanzaba alguna que otra insinuación a Gema, pero dio la batalla por perdida ante la educada indiferencia de ella y la química surgida con Álex que saltaba a la vista de todos. Sobre las dos de la mañana dejaron el piso para ir al ZigZag. Se distribuyeron en varios coches y como era costumbre en cada semáforo se pitaban y gritaban tonterías. Eran jóvenes, con muchas ganas de fiesta, y con más de un cubata en el cuerpo.
Entraron en el Bora Bora. Himnos efímeros de pista de baile. Era la época en la que empezaban a sonar los primeros triunfitos. Gema se quitó el abrigo y la blusa negra transparente, para quedarse sólo con el top. Pidieron la primera copa. Gema y Álex no tardaron en bebérsela. El flirteo era ya descarado. Él la invitó a un tequila, ‘a la mexicana, por supuesto’, y ella, ‘por supuesto’, aceptó. Él la agarró por la cintura, ella puso sus finos brazos sobre su cuello y empezaron a bailar juntos con las piernas entrecruzadas, con la canción ‘Cuando tú vas’ de Chenoa de fondo. Juguetearon un poco acercando y alejando sus caras, tocándose con la punta de sus narices. Se besaron en el cuello y en la boca. Sintieron sus lenguas, que se movían buscando ávidamente la una a la otra. Se abrazaban para sentir el uno el cuerpo del otro, al tiempo que se recorrían con los dedos. Con una excusa cualquiera se despidieron de la gente y se fueron para el piso aprovechando que un colega se marchaba ya. Juan quedó con Álex en que iría a buscarlo cuando volvieran para llevarlo a casa en coche -vivían a unos metros de distancia-. Entraron y se tumbaron en el sofá, ella se puso sobre él. Era cómodo, blando, pero un poco viejo y crujían los muelles cuando se movían. Se acariciaban, se frotaban y se besaban salvajemente. Gema le desabrochó la camisa y paseó su lengua por su torso, él metió sus manos por debajo del pantalón para tocarle las suaves nalgas. Ella notó su pene erecto. Aceleraban y relajaban el ritmo. Hacían pausas para coger aire, y de paso hablar y reírse. Así él supo que vivía en Alicante, y ella que trabajaba, por el momento, de camarero en un bar. También le enseñó el tatuaje que llevaba en el omóplato, un tribal. Él se moría de ganas por pedirle que fueran a su cuarto, y ella por que se lo pidiera, pero decidieron portarse bien y quedarse en el sofá, y con la ropa puesta, aunque descolocada. Sonó el telefonillo, era Antonio. ‘¿Me llamarás, no?’, le susurró Álex para despedirse. ‘Te he dicho que sí, y yo cumplo mi palabra’, contestó ella socarrona.
No lo llamó, pero le mandó un mensaje a la semana siguiente. Él respondió. Quedaron el lunes, era puente. Gema estaba ansiosa por verlo.
Llegó a las 20.00 horas a la estación de autobuses y Álex la recogió. Fueron a cenar, de tapas. Charlaron animadamente. Él le dijo que no pensaba que le fuera a llamar y que le alegró mucho que lo hiciera. Estaba muy cariñoso, le dio un beso cuando fue al aseo y al volver. Ella le hacía ojitos; le daba confianza, estaba tranquila, y a la vez nerviosa por lo que sabía que iba a ocurrir. Después de cenar fueron a tomar una copa a un bar cercano. Sentados en unos taburetes frente a la barra hicieron manitas, morritos y piececitos. Y al notar la picadura de la lujuria, decidieron ir al coche, que estaba en el parking del centro comercial.
Era un Ford Scort rojo. En los asientos delanteros comenzaron a enrollarse. Él le pasó la lengua lentamente por los labios mientras le estiraba de su pelo -que llevaba a lo Jessica Rabbit, rojo, largo y ondulado- con la fuerza justa para que notara el tirón pero sin que llegara a hacerla daño. A ella le encantó, notó cómo se humedecía su tanga. Arrancaron el coche y salieron del aparcamiento.
Aparcaron en una calle oscura. Gema se abalanzó sobre él, sentándose encima y poniéndole las tetas en la cara. Álex le levantó el jersey y le desabrochó el sujetador para palpárselas, después las besó, lamió y relamió. Ella bajó y le desabotonó el pantalón para sentir en sus manos su miembro duro y acariciarlo de arriba abajo. Apenas podían ver sus cuerpos, sólo de manera intermitente cuando los alumbraban los faros de los coches que pasaban; por eso el tacto era mucho más intenso. Pasaron a la parte de atrás. Ella se quitó las botas y él le bajó los pantalones. Le acarició las inglés y notó la humedad de su coño. Le introdujo los dedos y movió con firmeza la mano. Gema le apretaba el culo y le restregaba sus pechos. Se recostaron. Follaron. Al principio les costó acoplarse, pero luego empujaron y empujaron. Gema acabó con la melena enmarañada y más enchochada. Álex se lo pasó muy bien. Cuando la llevó al piso, ella esperaba una despedida cálida, no la obtuvo. No quiso pensar en ello. Al subir se dio cuenta de que se le había partido una uña, era una tontería, pero por lo que fuera le dio muy mala espina.
La chica quería volver a verlo, conocerlo y… ¿quién sabe?, pero le daba miedo agobiarlo, así que esperó a que él diera señales de vida. Al pasar los días y no recibirlas, tomó la iniciativa y llamó ella. Le dio un par de plantones, eso sí, con buenas excusas y sin dejar la puerta cerrada del todo: ‘Necesito tiempo, porque hace poco que lo he dejado con mi novia’, etc. La engatusaba. Y ella, la verdad, deseaba que lo hiciera. Quedaron finalmente tres veces más, incluso se enrollaron de nuevo y esto le sirvió para comprender que la historia no daba más de sí, por mucho que se empeñara en lo contrario. ‘Lo pasaste bien, punto. Es un tío que a ti ni te va ni te viene, pasa de él’, era lo que le repetían sus amigos, incluido Juan. Y fue lo que hizo. A otra cosa, mariposa. Tampoco le costó tanto como creía.