Todo por la historia: Grupo Arqueológico

Nota: Artículo publicado originalmente en la revista Petrer Mensual número 22 – octubre de 2002-
En estos últimos años hemos visto crecer a Petrer de forma considerable, tanto en cultura, urbanismo, como en actividades cuyo objetivo es fomentar la atracción turística por nuestro pueblo. Este logro se debe gracias a personas que, de forma desinteresada en muchas ocasiones, han luchado por conseguir unos objetivos comunes: hacer más grande esta villa. De esta idea germinal nació el Grupo Arqueológico de Petrer. A principios de la década de los 70, varios jóvenes decidieron emprender una labor, que en principio estaría alimentada por el afán romántico de las pequeñas historias de «buscatesoros», y cuyo final ha sido bien diferente: la creación de un museo arqueológico y la donación de un patrimonio a Petrer.
 

Miembros del Grupo Arqueológico (año 1968 ó 69). Damaso, Boni, Armando y Paco, entre otros.

 

Tres fueron las asociaciones pri­migenias de cuya fusión se cre­aría este grupo de arqueología: El Club de la Juventud, la OJE (Orga­nización Juvenil Española) y el Cen­tro Excursionista. Así, como si del mis­mo Quijote se tratara, se aventuró es­te grupo a remendar los entuertos his­tóricos que yacían sobre el suelo de la villa petrolanca; un conjunto de jóve­nes, dirigidos en un principio por Dá­maso Navarro, que hurgarían entre la tierra en busca de restos históricos con el fin de encontrar evidencias de los asentamientos de nuestros antepasa­dos. La lectura de libros sobre arque­ología e historia, el afán promotor de Dámaso Navarro, la esperanza y el romanticismo de un grupo de jóve­nes y las leyendas urbanas sobre gran­des yacimientos y tesoros enterrados, son algunos de los motivos por los que este conjunto amateur de arque­ología se aventuró hacia el túnel del tiempo en busca de vestigios de nues­tra historia…

Dámaso, con las ideas muy claras, representó para aquel grupo de jóve­nes un ideal a seguir, un intelectual que movía los hilos, un líder dentro de aquellos aventureros que les alen­taba cuando las esperanzas daban se­ñal de flaqueza, o cuando las preten­siones se quedaban tan sólo en sueños frustrados. Nunca se perdió la ilusión cuando, de vuelta a casa tras un largo día de búsqueda, sólo se había encontrado montones de piedras irregulares, amorfas, sin ninguna trascendencia histórica y arqueológica.

Hallazgo del Mosaico. Septiembre de 1975.
El objetivo primordial del estudio de asentamientos arqueológicos dentro de Petrer era encontrar, tasar y proteger los yacimientos descubiertos. Según el método arqueológico tras el hallazgo de unas ruinas históricas, así como las evidencias de asentamientos de otras civilizaciones anteriores a la nuestra se localizan mediante primeras muestras (que casi siempre suelen ser vasijas o restos cerámicos), para posteriormente identificar con un primer sondeo la época y civilización de la que se trata; es decir, el objetivo es buscar un dueño a aquellos res­tos que la historia nos ha legado. De esta forma comienza el estudio de los hallazgos, para más tarde construir una carta arqueológica con el fin de tener localizados los restos y así evitar su destrucción inevitable por las cre­cientes ampliaciones urbanas, exca­vaciones y los continuos movimien­tos de tierra que las compañías de construcción provocan. No es la pri­mera vez, ni será tampoco la última, que una excavación ha tenido como resultado la destrucción total de un «tesoro» arqueológico. De ahí la im­portancia de que un grupo tase y construya una carta del terreno para establecer cuales son los puntos don­de hay yacimientos.

En Petrer, como en todos los lu­gares geográficos, hay muestras cla­ras de los errores cometidos tras las excavaciones que han producido que se destruya parte del patrimonio cul­tural. En 1975, en la restauración que se hizo en el ayuntamiento, se arrasó con termas romanas que residían ba­jo el suelo. Lo que conllevó la des­trucción de este asentamiento roma­no fue que la posibilidad de estudio de este yacimiento fuera nula, pese a que se encontraran piezas sueltas, ya de­terioradas, que imposibilitaron la ope­ración forense del conjunto del yacimiento por parte del grupo arqueo­lógico. Hay que destacar que todas las zonas protegidas que figuran en el Plan General del término municipal se han podido fijar gracias a la la­bor del grupo arqueológico.

Sin embargo, ¿qué utilidad tiene excavar un yacimiento concreto, y por qué en muchas ocasiones el hallazgo es enterrado de nuevo o estudiado «in situ»? Los yacimientos históricos «hablan» por sí solos, muestran en el sitio en el que se encuentran todo su valor cultural e histórico, y el traslado de las muestras a un laboratorio o a cualquier otro lugar para su estudio provoca la pérdida de casi todo su va­lor. Por ello, los yacimientos son utilizados como fuentes históricas, aunque tras el exhaustivo estudio de dichas evidencias sean objeto de exposición en un museo como muestra del pa­trimonio encontrado, del legado cul­tural de una zona geográfica en con­creto. De ahí la gran importancia de que el estudio más concienzudo se haga en el lugar exacto de los sonde­os, para evitar la destrucción de prue­bas y el deterioro de las muestras.

Exposición montada en 1976 por el Grupo Arqueológico en la casa de la comparsa de Labradores, Plaça de Dalt.

Un ejemplo claro de la importan­cia de los hallazgos es, entre otros, el que se produjo en Caprala. En esta zona fueron encontrados restos de cerámica de gran calidad. Tras su es­tudio se llegó a la conclusión de que los dueños de estas vasijas debían de tener un alto «status» social, ya que la gente menos pudiente no podía permitirse comprar una cerámica tan cara para la época. Muestra que con­lleva al análisis final: el asentamiento de algún señor rico o perteneciente a la nobleza.

En fin, es evidente que este grupo arqueológico ha luchado durante tres décadas para buscar, tasar y estudiar el patrimonio local, que a la postre es un patrimonio universal, un patrimo­nio de todos. Por ello, es importante que la gente valore este trabajo, estos hallazgos culturales, con el fin de que pueda conocer su historia, y que se le dé una mejor educación a todo el mundo para que se preserve estos yacimientos.

Un apoyo incondicional

Sin embargo, este grupo de jóvenes de los años 70 no se quedó sólo en las historias románticas de Stevenson y su Isla del Tesoro, sino que buscaron profesionalizarse en el oficio, buscando apoyo de maestros y gente entendida en este campo, así como un estudio más serio de esta ciencia. Cada quince días se reunían y uno exponía un tema, que si bien a principio podía carecer de carácter científico, conforme avanzaban los años, los temas eran más serios y con mejor método de estudio. Así se introdujeron dentro de la historia «empapándose» de la vida del Imperio Romano, o de los hombres del bronce, de los árabes, y de todas las civilizaciones cuyo interés podía despertar en ellos un afán de aprendizaje que les llevaría, en cada expedición, a buscar de forma material lo que hasta entonces sólo habían leído en los libros o escuchado por boca de alguno de sus compañeros. Por este motivo, su «gula» por saber más sobre civilizaciones antiguas les llevó a seguir los pasos del Centro Excursionista de Elda, con los que comenzarían a practicar métodos de excavaciones en el Monastil, o las enseñanzas de los profesores Enrique Llobregat, director del museo arqueológico de Alicante, y José María Soler, descubridor del fabuloso tesoro de Villena, maestros que les ayudarían a conocer nuevos métodos arqueológicos y quienes les impartirían cursillos para ampliar la teoría sobre esta ciencia. Lo que muestra que el interés de este grupo arqueológico les llevaría, dentro de lo poco que se sabía, a no ir por libre en su estudio, sino que estaban apoyados por profesionales que les mostrarían cual es el camino más certero a la hora de salir en busca de «tesoros» y hallazgos históricos.

El molino de la Foradá

Como todo buen científico, el Grupo Arqueológico buscó de sus objetos hallados en los yacimientos la forma de experimentar, de primera mano, la utilidad de los utensilios encontrados; como hicieron con el molino descubierto en la Foradá. Primero se dató el instrumento con el carbono 14 por el profesor M.J. Walker, cuya fecha mostró que era del año 1.500 a. C, de la Edad de Bronce I valenciano. Después se buscó la forma de empleo de este molino; así que en casa de Dámaso se probó hacer pan al estilo antiguo con dicho artefacto; aunque el experimento no resultó todo lo bien que los miembros desearon, la experiencia fue positiva. La conclusión final de la fabricación del pan, que todo el grupo probó y que resultó ser casi incomestible, fue que la elaboración de éste requería un fuego de leña y no de butano, ya que se necesitaba una combustión lenta del fuego para que el pan se cociera debidamente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *