Testimonios eldenses sobre la «Batalla de Boné» en 1844

Nota: Reportaje escrito por Alberto Navarro Pastor, publicado originalmente en la revista Alborada nº 34 del año 1987.

Desde mis primeros estudios sobre el tema eldense en general me encontré con un episodio, entre los muchos que llamaban a mi interés, que tenía especiales sugerencias por apartarse sensiblemente de la línea casi plana de un pueblo entregado a sí mismo, ocupado y abstraído en sus pequeños problemas de subsistencia y casi desvinculado con los demás de la nación, como si las montañas que le sirven de diadema fueran murallas ciclópeas que la aislaran del resto del mundo. Pero hubo ocasiones en que los huracanes tramontanos sacudieron violentamente su vida quieta y los eldenses hubieron de afrontar situaciones violentas, de peligro mortal para su existencia, adoptando decisiones en las que entraba en juego el ser o no ser de la comunidad. Así ocurrió en 1705, en 1808, en 1823 y en cuantas ocasiones la guerra o la revolución, aunque iniciada en lejanos puntos de la patria, puso a los eldenses en la dura necesidad de escoger partido y seguir bandera.

Una de estas ocasiones fue en 1844, cuando una Junta revolucionaria se hizo fuerte en la ciudad de Alicante, acaudillada por el coronel de carabineros Pantaleón Boné, levantando bandera contra el gobierno de González Brazo, aprovechando el malestar causado por el restablecimiento de la Ley de Ayuntamientos de 1840. Varias poblaciones de la provincia -Monóvar, Petrel, Muro y Cocentaina- secundaron el movimiento, oponiéndose resueltamente otras como Alcoy, Orihuela, Elda, Crevillente, Elche y algunas más, a pesar del decreto dictado por Boné amenazando a los alcaldes y comandantes de Milicia Nacional de los pueblos que no se unieran a su pronunciamiento con ser pasados por las armas«irremisiblemente» (1).

En mis trabajos sobre temas históricos eldenses me he ocupado ya de las circunstancias que esta decisión atrajo sobre la población eldense (2), en especial sobre la acción militar entablada en los campos cercanos a Santa Bárbara entre las fuerzas sublevadas, bajo el mando personal del Coronel Boné, y las gubernamentales, bajo el mando del Comandante General de Murcia, D. Juan Antonio Pardo, junto a las cuales formó la Milicia Nacional de Elda, teniendo una importante parte en la batalla.

La reina Isabel II, en cuyo reinado ocurrió la batalla de Boné.

Las confusas circunstancias en que se produjo la victoria de las tropas de Pardo, con la derrota en toda la línea de Boné y su huida en desbandada por las montañas de Petrel y Agost hacia Alicante han sido profusamente comentadas e historiadas, especialmente por los cronistas de Alicante, entre ellos Rafael Viravens y Pastor (3), Nicasio Camilo Jover (4) y, más recientemente Vicente Ramos (5) presentando el primero una opinión contraria al pronunciamiento, el segundo una favorable y glorificadora, y el tercero la escueta e imparcial de la crónica histórica sin la ganga de interpolar opiniones personales.

Repetidamente expuesto el hecho por los cronistas alicantinos y tratado extensamente por mí en los citados trabajos, con el obligado cotejo de las tres versiones que sobre dicha acción nos interesan -las del general Pardo (6), Boné (7) y de Lamberto Amat, testigo de la acción (8)– no vamos a cansar a nuestros lectores reproduciendo una vez más el relato de la acción militar o, como decían nuestros abuelos «la batalla de Boné», sino que, remitiendo a los trabajo sindicados a los interesados, vamos a referirnos más bien a los testimonios que algunos eldenses dejaron sobre la repercusión que esta alteración de la quietud de la entonces villa produjo entre sus habitantes, que ascendían entonces a 883 vecinos, o sea, según los cómputos de aquel tiempo, 5.846 almas.

En cuanto se recibió en Elda el decreto de 29 de enero reclamando la presencia en Alicante de todas las fuerzas de Milicia Nacional existentes en los pueblos, con la ya indicada amenaza de fusilamiento para quienes no cumplieran dichas órdenes, el Ayuntamiento de Elda, presidido por don José Amat y Amat, terrateniente de la villa y padre del cronista de la misma don Lamberto Amat, autor de una importante reseña histórica de la villa (9), reunido en sesión decidió permanecer fiel a la Reina Isabel II y a su gobierno constitucional a pesar del riesgo de la vida que esta decisión entrañaba para los miembros de aquel Ayuntamiento.

Quiero dejar constancia de los nombres de los componentes de aquel Ayuntamiento, ejemplo de patriotismo en aquellos azarosos tiempos, y aunque no he hallado en el Archivo Municipal el acta de la citada sesión constan los que actuaban en 7  de enero de 1844, cuando se dio lectura por pregón público a la Ley de Ayuntamientos sancionada en Barcelona en 14 de julio de 1840, que dio motivo a la sublevación de los liberales alicantinos. La lectura pública se hizo «por el Alguacil Juan Moreno» con asistencia del secretario municipal, Lamberto Amat, «y la de un piquete de veinte Milicianos Nacionales mandados por un Caballero Oficial, en los sitios de costumbre y con las formalidades de estilo»(10).

Firmando dicha acta figuraban el alcalde José Amat y Amat, el teniente de alcalde Juan Bautista Ferrando, y los regidores y síndicos Vicente Casañez, José Vidal, Rafael Amat, Esteban Alonso, Juan Amat Quesada y el citado secretario Lamberto Amat. En otras relaciones de fechas siguientes no figura Rafael Amat y sí Antonio Amat, Pedro Guarinos y Pedro Juan (11) junto a los anteriormente citados.

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La crónica que de estos hechos hace Viravens introduce uno de los testimonios a que hacemos mención en el título, al parecer publicado en aquel tiempo por el periódico madrileño «El Heraldo», firmado según Viravens por un tal Juan Amat, a pesar de que en el final de la crónica figura,como autor de la misma, el nombre del Alcalde y Comandante del Batallón de la Milicia Nacional de Elda, don José Amat y Amat. La minuciosidad de datos que aporta sobre la reacción de las autoridades y pueblo de Elda ante aquella situación, la cita de nombres de eldenses que intervinieron en la acción y la sobriedad con que relata las incidencias de la batalla, centrándose especialmente en la intervención de la Milicia Nacional de Elda, merecería bien su transcripción literal, pero su extensión y la necesaria brevedad en un artículo de revista hace imposible esta reproducción pudiendo el lector interesado leerlo en la obra citada.

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Otro testimonio, aunque no de un eldense, de la decisión con que las autoridades de Elda se opusieron a la revuelta es la comunicación que recoge Viravens (12) de un oficial del Gobierno político de Alicante, Alejandro Mayoli y Enderiz, que había podido huir de Alicante apenas iniciado el pronunciamiento y escribía al Gobierno desde Elda, el 31 de enero informando de lo ocurrido cuyo contenido, en lo que se refiere a Elda, es el siguiente:

«Al llegar a esta villa he tenido la satisfacción de saber que su digno alcalde D. José Amat y Amat está decidido, no sólo a no coadyuvar los deseos de la Junta sino oponerse a su violento mando, si consigue reunir las fuerzas necesarias al intento, como Comandante que es del batallón de Milicia Nacional de este pueblo, cuyos Oficiales y Ayuntamiento abundan en los mismos principios de orden y legalidad. También se han puesto en comunicación con las villas de Elche, Cevillente, Aspe y Alcoy para resistir a los revolucionarios y es de esperar que la anarquía quede circunscrita a la desgraciada ciudad de Alicante. Como único empleado del Ministerio de la Gobernación, que permanece fiel a la Reina, me he tomado la libertad de dar gracias a este Alcalde por su patriotismo y decisión, en nombre de V.E. escitándole a que continúe dando pruebas de su amor al orden y que conserve la tranquilidad pública, interin el Gobierno presta atención a estos pueblos».

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Los testimonios que siguen tienen la particularidad de haber sido escritos por dos testigos presenciales de la acción; uno de ellos Lamberto Amat y Sempere, participante en los hechos como miembro de la Milicia Nacional con el cargo de abanderado, contando en 1844 con 24 años de edad. A su participación, que en sus escritos omite totalmente, tenemos constancia, además de su cargo y de ser hijo del Comandante de la Milicia por esta breve alusión en «Mi Tía Monja» (13): «…mi padre y yo asistimos a esta función de armas sin temor ninguno, como si no conociéramos el peligro, a pesar de que nuestras vidas estaban las más amenazadas…». También en «El Centenario» (14) se alude a esta participación al reseñar que «…y el hijo de este (del Alcalde y Comandante de la Milicia) libró a otro oficial de la misma procedencia, quitándole los distintivos e introduciéndole entre los soldados…».

El segundo es el entonces viario ecónomo de Santa Ana, don Gonzalo Sempere yJuan, y aunque no consta documentalmente su permanencia en el lugar donde se desarrollaron los hechos de armas, debe incluírsele entre los que estuvieron allí, según manifiesta este párrafo de la crónica de «El Centenario» (15): «…Los sacerdotes jóvenes salieron todos al campo de la acción a prestar sus servicios espirituales a los combatientes…». Entonces contaba don Gonzalo Sempere cuarenta años de edad, por lo que es seguro no puede incluírsele entre los ancianos sacerdotes que quedaron en el templo orando por la victoria y la salvación del pueblo.

De Amat tenemos dos versiones, coincidentes en la opinión de la influencia decisiva en el final de la batalla de haberse desbocado el caballo de un Jefe siendo seguidopor los restantes lanceros. Una de ellas se encuentra en su manuscrito «Mi Tía Monja» ya citado, y el otro en su importante obra «Elda» (16), prefiriendo la primera, por ser inédita en primer lugar y por contener lo fundamental del relato de la segunda obra, refiriendo además el curioso suceso de la ira de Boné contra el alcalde de Elda.

Lamberto Amat escribe:

«A últimos de enero de 1844 se sublevó en Alicante contra el Gobierno el Coronel Boné, con la fuerza de Carabineros que mandaba y se apoderó de la Plaza; cuasi todos los pueblos de la provincia secundaron el movimiento, lo cual no hizo Elda; con este motivo, algunos empleados del Gobierno Civil y de la Intendencia se vinieron a aquí y funcionaban como tales Autoridades de la Provincia; detuvieron el Correo de Madrid y sacaron la correspondencia oficial del Gobierno legítimo, sin que mi Padre, que se hallaba de Alcalde en esta Villa, tuviera conocimiento de tal disposición; llegó el correo aquel mismo día a Alicante, se extendió rápidamente la noticia de que en Elda había sido detenido y que se habían quedado con la correspondencia oficial; el Coronel Boné, que ya se titulaba Comandante general, se encontraba en el paseo llamado de la Reyna que ocupa el centro de la calle donde se halla el Convento de Capuchinas y al saber dicha noticia, declamó con furiosa saña:«iré pronto a Elda y fusilaré a aquel infame Alcalde».

Continua Lamberto Amat haciendo la relación del desarrollo de la batalla, ya conocido por constar en las crónicas locales, que terminó con la derrota de Boné, de quien escribe que ya en Alicante y preguntado cómo había sido vencido, dijo:«Principiada la acción, eché vista al campo y población de Elda; me pareció ver en el primero un ejército formidable y en la última la Ciudadela de Amberes con numerosa guarnición, particularmente el castillo o Alcazar, que vi coronado de muchas gentes, e impulsado por un mal presagio o vago temor que no supe ni sé explicarme, emprendí la fuga».

La crónica que de estos hechos hace D. Gonzalo Sempere en su «Noticia» (17) varía poco de la anterior, siendo de señalar que ésta fue escrita posteriormente a aquella y que varía principalmente en destacar el aspecto religioso en la decisión del combate aludiendo a las plegarias del pueblo reunido en su Iglesia invocando a sus Patronos, lo que describe Don Gonzalo de esta forma:

«Esta victoria se atribuyó en el momento a que los hijos de esta villa que no podían empuñar las armas, invocan a sus Patronos, acuden los que pueden ala Iglesia y unidos al clero se postran ante las santas imágenes descubiertas,imploran su protección y esperan con confianza y no quedan defraudados.Muy en breve resuenan por toda la población los gritos entusiastas de victoria y regresa el general Pardo entusiasmado con su tropa y Nacionales de ésta y al presentarse a felicitarlo el Clero manifestó que no a sus tropas se debía la victoria y sí a una mano poderosísima que nos defendía…» (18).

El testimonio que sigue apareció en las páginas de «El Centenario» revista editada en 1904 o sea sesenta años después de los hechos que relata, dentro de la sección«Apuntes históricos» cuyo autor, aunque no figura mencionado, parece ser que fue Plácido Amat García, hijo de Lamberto Amat, que debió utilizar documentación escrita por éste, además de los testimonios que personalmente pudiera recoger de sus familiares y vecinos mayores, testigos dela acción.

Lo dilatado de esta crónica, que ocupa ocho páginas de la revista, y la absoluta coincidencia con los anteriores testimonios aconseja no reproducirla en su totalidad,para no hacer excesivamente largo este trabajo. Todos los prolegómenos de la actuación y su desarrollo son idénticos a las otras citadas, recogiendo la decisión de las autoridades de Elda de ser leales a la Reina y al Gobierno, las sospechas sobre la fidelidad de las tropas de Pardo, la avanzada de una compañía de la Milicia Nacional eldense a la venta de Santa Bárbara, la captura de dicha compañía por Boné, su traslado a Petrel y su huida, la estampida de los veintidós caballos y la derrota y fuga de Boné. También se hace mención de la curiosa y desorbitada comparación de Elda con «la ciudadela de Amberes», recogiendo literalmente la explicación que Boné da a su derrota y que ya hemos reproducido de «Mi Tía Monja» de Lamberto Amat. Realmente las frases puestas en boca de Boné por Amat no concuerdan en absoluto con la relación de los hechos contenida en el «Manifiesto a la Nación» que sobre este combate o escaramuza hizo pública el cabecilla progresista el 8 de febrero, tres días después de la batalla (19).

Retrato al óleo, de autor desconocido, representando a Lamberto Amat, joven, aproximadamente en la época en que se produjo el "ataque de Boné"

El relato de «El Centenario» contiene por otra parte, curiosos testimonios propios sobre este difícil momento de la vida eldense, que por ser poco conocidos y resultar un tanto sorprendentes, voy a recoger a continuación. Refiriéndose a la arriba citada «explicación» de Boné sobre el motivo de su derrota, el anónimo cronista escribe:

«Efectivamente, el campo donde se desarrolló la acción representaba un inmenso anfiteatro, de aspecto imponentísimo, apareciendo en su centro Elda con todas las señales de fuerte ciudadela y en su vega, en sus campos, collados, montes, en fin en sus alrededores todos, bullendo y agitándose en vertiginosa e indefinida confusión un mar alborotado e ilimitado de seres humanos que en su movimiento continuo y ondulante, con un rumor y murmullo sordos y siniestros en conjunto con el tropel y el griterío de las mujeres y las voces de los jefes dando órdenes y tomando disposiciones y el brillar de las armas, levantaban encrespadas olas de encontradas pasiones y llevaban al ánimo del que ignoraba lo que era aquello la ilusión completa de que se hallaba frente de un ejército formidable apoyado en una plaza de guerra como la de Amberes y el temor de verse sepultado en tan proceloso mar.

«Un poco de serenidad en su espíritu y hubiera visto el jefe insurrecto un pueblo, sí, en su inmensa mayoría dispuestos a defender sus vidas y haciendas con la decisión, el denuedo y brío que le prestaban la justicia de su causa y el amor a su hogar, pero a la vez hubiese distinguido entre aquel grande inquieto oleaje de gentes diversas a una multitud de forasteros que habían venido de los pueblos colindantes con todos sus menesteres,unos con talegas vacías, otros con carros, a fin de demostrarnos lo mucho que nos querían entrando a saco en la apesadumbrada villa. Tan seguros estaban del triunfo de Boné. De modo que uno de los mayores peligros que se cernía amenazador sobre Elda transformóse en motivo de salvamento puesto que sirvió para aumentar el pavor en sus invasores que pensaron que aquellos y sus arreos formaban parte de la reserva de un numeroso ejército».

Dentro del acento épico que el ignorado autor da a su descripción del aspecto que ofrecía la agitada Elda resulta sorprendente su alusión a los vecinos de «pueblos colindantes» que habían venido con sacos y carros para saquear Elda si las tropas insurrectas la hubieran dominado. La alusión aunque vaga e indeterminada, apunta claramente a Petrel y Monóvar cuyas autoridades habían secundado la sublevación (20), pero sólo es creíble que fuera cierto el hecho abonándolo a gentes sin escrúpulos, como las que en las antiguas guerras acudían a los campos de batalla, terminada ésta, para despojar a los muertos y heridos de sus ropas u objetos de valor, o incluso ahora a las alimañas humanas que surgen en calamidades públicas como terremotos, incendios, revueltas e incluso oscurecimientos súbitos para robar, asaltar, asesinar o cometer actos de pillaje. La alusión es curiosa, pudo ser cierta, pero no creo haya que darle más importancia de la apuntada, sino calificarla como una acción aislada de individuos desalmados sin implicación ni connivencia alguna con los pueblos de donde procedieran.

Con la misma lírica y exaltada prosa relata el cronista las zozobras de quienes no se hallaban en el combate, congregados ante las capillas de los Santos Patronos de Elda, orando por la victoria, cuya noticia se recibió y celebró en la forma en que continúa relatando la crónica a que estamos aludiendo: «…el remedio no se hizo esperar; la nube que amaneciera negra y tormentosa, desvanecióse por segundos y la acción que principió a las ocho de la mañana, antes de las nueve estaba terminada con asombro de los vencidos y satisfacción cumplida de los vencedores, bajando a la atribulada villa rápidas instantáneas, a manera de eléctrica corriente, las alegres y consoladoras voces de ¡victoria, victoria! ¡hemos vencido! que se esparcen veloces por el espacio renovando por encanto la triste faz de esta tierra querida y oyéndose «in continenti» el vibrante voltear de las campanas y entrelazados con las lágrimas y los suspiros del júbilo y alegría, los cánticos halagadores de acción de gracias que remata un ansiado e imponderable «Te Deum», lo que no obsta para que a los pocos días se celebrase una muy solemne función de gracias, también con concurso de clero y villa, la Milicia Nacional con bandera y música, campanas y panegírico pronunciado por el entonces lúcido joven, el Pbro. D. José Mª Sempere…(21).

Otros testimonios sobre la actuación de los eldenses con los vencidos la encontramos más adelante de la referida crónica de«El Centenario», en la que se ayuda en la generosidad con que los que habían arriesgado sus vidas y haciendas al oponerse a la rebelión cuidaron de los vencidos intentando evitarles el cruel castigo que les esperaba, lo que hace decir al cronista que «a buen seguro que de haber sido vencida no hubiese sido ella tratada con iguales generosidad e hidalguía por los revoltosos»(22).

Firmas del Alcalde y componentes del Ayuntamiento de Elda en 1844.

 

Esta parte de la crónica relata los hechos siguientes:

«Hubo un oficial de carabineros y un lancero muertos; los heridos fueron cinco de Boné y se colocaron en las cómodas y buenas habitaciones del Hospital de la Purísima Cocepción (23) en donde se les trató perfectamente y con gran cariño; las familias más distinguidas del pueblo les visitaban, asistían y obsequiaban, llevándoles para comer cuanto los enfermos apetecían y era compatible con su curación, y todos se salvaron, no sólo de sus heridas sino de la pena de muerte; para lo que no se les dio el alta hasta que S.M. la Reina derogó el decreto de dicha pena y los indultó. A un capitán de la Milicia de Alicante se le salvó cambiándole la ropa de Miliciano, aceleradamente,la familia del Alcalde Comandante,y el hijo de éste (24) libró a otro oficial de la misma procedencia, quitándole los distintivos e introduciéndole entre los soldados. Cuantos medios tuvo a su alcance los empleó Elda en beneficio de todos, absolutamente de todos los vencidos…».

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