Seguimos desgranando, como hicimos con el reportaje precedente sobre el Casino de Elda, la revista liberal de 1919 «El Día» -damos las gracias por la cesión de tan interesante documento a Pedro Bello-, en este caso para acercarles un magnífico artículo firmado por D. Antonino Vera, el que fuera durante muchos años secretario del ayuntamiento de Elda, quien aquí evidencia su carácter adelantado y su papel de precursor en la puesta en valor de esta fortificación del patrimonio eldense.
Elda, no sólo la industria, por Antonino Vera
Solo habiendo conocido el pueblo de Elda hace 40 años puede apreciarse su radical transformación. La exigua población agrícola de silencioso y patriarcal vivir desapareció, sustituida por el vertiginoso trajín industrial que lo invadió todo adueñándose de sus destinos.
Es la industria la que ha lanzado el nombre de Elda por todas las regiones españolas y algunas del extranjero y por ello siempre que se trató de dar a conocer su importancia: se escribió y habló sobre el adelanto económico y social que acusan sus 45 fábricas de calzados, mecánicas unas, manuales las otras; de las hormas, del cartón, de envases, de electricidad, de curtidos, de los múltiples e importantes almacenes, comercios, casas de banca, agencias de transportes; de los millones de pesetas, de las sociedades obreras, de la plétora de trabajo, de la voz de las sirenas que llaman al trabajo, del ruido de los motores y de todo cuanto constituye el compendio de elementos cooperadores en esta vitalidad industrial orgullo legítimo de los eldenses, que de la nada supieron crearla, transformando la humilde e ignorante Villa en populosa y cada vez más importante plaza fabril.
Bajo tal aspecto se conoce a Elda y por ello se me invita sin duda a escribir algo sobre mi querida patria chica, pero ayuno de idoneidad ante este tema, y saldré del aprieto hablando de otra cosa que, aunque no pertenezca a esta época de renovación, de progreso, de reivindicaciones etc., representa un ayer que la ingratitud no debe condenar al olvido.
En completo abandono, olvidadas de todos los eldenses, yacen las ruinas del histórico edificio que se denominó EL ALCÁZAR, suntuoso palacio en que residieron Reyes y mágnates, cual lo fueron Don Juan II de Aragón, Doña Sibila, Doña Violante; los Condes de Puñoenrostro de Anna de Coloma de Cervellón, cuyos timbres y escudos herdara la actual casa de Fernán Nuñez. Entraña una curiosidad apreciable los datos históricos del aludido ALCÁZAR, donde fue a olvidar su repudiación en sibarítica vida la ex- Reina Doña Violante que residió en él por espacio de dos lustros; pero sería prolija su exposición minuciosa y no tengo derecho a abusar de la ocasión molestando al lector.
A más de la importancia material y arquitectónica que tuvo la construcción de tan magnífico edificio, no sería incoherencia el atribuirle otra de índole económico-social para el pueblo, pues vino a producir en la tranquila vida de aquella ignorada aldea o caserío una saludable conmoción traducida en nuevos y más amplios medios de existencia y por ende en crecimiento y progreso para su población, pues la multitud de gente inmigrada al calor del trabajo en las obras fijó definitivamente su residencia, surgiendo nuevas labores, oficios, menesteres y así por fuerza de las necesidades se abrieron talleres de carpintería, de herrería, molinos harineros, de majar esparto, fábricas de papel, de aperos, etc., iniciándose por consiguiente los rudimentos de industria y comercio; movimiento económico- social que vino a ser como semilla de un porvenir espléndido, echada desde los enhiestos torreones del ALCÁZAR para que fructificara a través de los tiempos.
¿ Habrá algún punto de relación entre los aludidos restos y la preponderancia industrial de la Ciudad de hoy ?
Los hijos de Elda debieran cuidar con respeto esos deformes restos que aún luchan contra el tiempo por conservarse erguidos sobre la histórica colina , como queriendo presenciar el raudo desenvolvimiento de una comunidad vecinal que tal vez ellos crearan, hablando aún sin ser oídos, a la generación actual de su pasada grandeza, que acabó como todo acaba en la vida, diluyéndose en siluetas que marchan hacia el no ser; y no sería ocioso aconsejar que aprendieran en la historia de esos restos, los que avaran las riquezas, los que ansían el dominio, quienes miran con desprecio la razón de los humildes; Castillo más alto fue y sin embargo cayó, viniendo a dar en albergue de mendigos; y eso que él sembró el bien , vivió siglos y dejó un grato recuerdo.
¡ Ay del palacio que solo existe para insultar con su grandeza a las humildes chozas que le rodean, sin pensar en que no cuidar de ellas es no cuidar de los cimientos sobre los que se elevó !
!Ay de los hombres encumbrados por la riqueza que solo viven desafiando con ellas a las miserias y privaciones de los de abajo, olvidando que estos son también acumuladores de las fuerzas cimentales de su elevada posición social¡
Los edificios elevados resisten las acometidas del vendaval por la firmeza de los cimientos; los hombres poderosos subsisten en su poder por las fuerzas de cooperación de los otros hombres , pero a veces una inesperada conmoción cimental….
Claro que a muchos, a los que todas las cosas de la vida las reducen a fórmulas aritméticas, nada ha de interesar cuantos sentimentalismos pretendamos deducir de la existencia de estos restos porque para ellos no representan más que un montón de escombros, ¡y es natural! Pero quienes piensan que no solo de pan vive el hombre, sienten -no tienen más remedio que sentir- al contemplaros añoranzas de la edad vivida, nostalgias de las horas juveniles, de todo ese pasado que siempre fue mejor, en que corazón y cerebro no sabían nada de egoísmos, de miserias, de ruindades sociales, y era más de oro la luz del sol , más buena la bondad de los hombres, más sincera y alegre la alegría del vivir, de este vivir cuyas amarguras y decepciones conocemos más tarde, cuando en torbellino de pasiones y atrofiamientos espirituales vemos perder la fe en las cosas, porque es ficción, no más que ficción, adivinando que todo está alcanzado por el grosero y material egoísmo, por el frío desamor que seca el corazón y atrofia la conciencia.