Petrer vivió la noche del sábado uno de sus actos más emotivos de la fiesta de Moros y Cristianos con la celebración del Pregón. Este año, el encargado de anunciar y ensalzar la festividad en honor a San Bonifacio ha sido José María Navarro Maestre, conocido festero de la localidad con medio siglo de vivencias en la fiesta, que ha disfrutado desde distintas facetas:como Secretario de la Unión de Festejos durante muchos años, también en la directiva del Tercio de Flandes, como capitán en dos ocasiones y padre de abanderada, entre otras experiencias.
La de ser pregonero ha sido, pues, una más, «el honor más grande que puede recibir un festero». Confiesa haberse sentido «tranquilo» antes de ofrecer el pregón y «aliviado» una vez todo finalizó y sintió el calor del público. Un pregón que emocionó a los asistentes al Teatro Cervantes y que tuvo su grueso precisamente en la evolución de la fiesta en los últimos cincuenta años, de la que, dijo, «es igual y distinta a la de antaño».
Y como no podría ser de otro modo, Navarro también tuvo palabras para las otras protagonistas de la noche, las abanderadas, a las que aconsejó que disfrutaran «de los días que se avecinan»: «Haced de cada momento de la fiesta un momento inolvidable, saboread cada nota de música, cada instante, cada segundo de los días maravillosos que vais a vivir».
Aquí les dejamos con el texto íntegro del pregón:
«Señor Alcalde, señor presidente de la UNDEF, estimada presidenta de la Unión, abanderadas, señoras, señores, amigos (porque esa es mi consideración hacia vosotros). En primer lugar debo, y quiero, expresar públicamente mi agradecimiento a la comisión organizadora de este pregón por haberse arriesgado a mi nombramiento como pregonero porque pienso firme y sinceramente que hay voces mejor templadas que la mía para esta labor.
Bien, empiezo. Cuando colaboré junto con otros amigos del Club de la Juventud en el montaje del primer pregón de fiestas, poco podía imaginar entonces, ni aún en mis sueños más desmedidos que cincuenta años después y ya abuelo, estaría un día ocupando esta tribuna como pregonero. Mas, como dice el saber popular ,“nunca es tarde si la dicha es buena”, y la dicha amigos míos, en esta ocasión, es infinitamente más que buena. Porque como petrerense y festero es un privilegio y uno de los más grandes honores, si no el mayor, ser pregonero de nuestra fiesta de moros y cristianos, la nostra festa de Sant Bonifaci. Aceptado el cargo, puesto a la labor y frente a la primera pantalla en blanco del editor de textos, me enfrenté al primer dilema: «¿De qué hablaré?», porque en los cincuenta años de andadura cumplidos por el pregón, excepto del sexo de los ángeles, se ha hablado de todo. Tras darle muchas vueltas opté por hablaros de mi concepto de la fiesta, pero inmediatamente tropecé con una dificultad puesto que mi concepto de la fiesta como, supongo, el de cualquier festero, nace de los sentimientos, y aquí sí tuve crudo el asunto porque, creedme amigos míos, ponerle voz a los sentimientos es muy difícil y estaréis de acuerdo conmigo si os digo que ante un sentimiento sincero cualquier palabra por hermosa que sea siempre parece que no acabe de expresar lo que nace en el corazón. Pero, como todo lo que nace del corazón acaba saliendo por la boca hecho voz, dejé llevar mi pensamiento a donde me condujese mi corazón, y en mis circunstancias era inevitable que me llevara a evocar los primeros pregones que, por cierto, se celebraban en la mañana del Día de las Banderas. Al recordarlos digo, volvieron a mi pensamiento las fiestas de aquellos ya lejanos años, tan distintas, tan diferentes y sin embargo tan iguales a las de hoy (si se me permite la contradicción) y volví a revivir los sentimientos hacia la fiesta del que era entonces un jovenzuelo.
Eran años en los que las fiestas quedaban circunscritas a los tres días tradicionales con el prólogo del Día de las Banderas; años en que los cuartelillos, que hoy se toman como excusa “sine qua non”, aún estaban en sus balbuceos; cuando la fiesta se hacía tanto en la calle como en los hogares, en donde ésta entraba en su recta final después del Día de las Banderas con la preparación de los inevitables rollets, madalenes y almendraos, y con las madres, abuelas o esposas repasando aquellos trajes de los abuelos que ya habían lucido los hijos y ahora, entranlis un poquet, iban a lucir los nietos. Y por parte de nosotros, los festeros: comprobando las pilas del farolillo de la procesión; limpiando los arcabuces heredados de los abuelos y llevándolos a revisar al taller de Nicolás Muñoz «Tobías», previo pago de una peseta; encartuchando la pólvora (aún estaban a años luz en el futuro las cantimploras homologadas). Encartuchándola digo, en los cartuchos que adquiríamos en la llibreria de Milio, que éste elaboraba en papel de periódico, eso sí, de la mejor calidad. Cartuchos que luego se llevaban a los actos de tiro en calderes de hojalata tapadas con una manta, en unas condiciones de seguridad que hoy pondrían los pelos de punta a la pareja de la Guardia Civil. Eran años en los que nuestra joven «honrilla festera» nos impulsaba a disparar como posesos en las guerrillas donde quizá en nuestra imaginación nos viésemos un poco como verdaderos soldados de Flandes entrando a saco en Gante o ante los muros de Breda. Años sin filás constituidas oficialmente y en los que la organización de las comparsas en las Entradas se limitaba a llegar al punto de partida y, todo lo más, preguntar a otros festeros: “¿Me pose aquí en vosatros?”. Si los festeros que nos dejaban acompañarles eran de los que nosotros considerábamos «de solera», entonces desfilábamos con un orgullo que casi nos reventaba por las costuras del traje. Mi filá, «Els inquisidors», tuvo su origen entonces poniéndonos en la fila en la que salía Santiago «el de Morregales» y con él y el resto de mis amigos vengo compartiendo la fiesta desde hace casi cincuenta años. Entonces ya nos tomábamos como serio asunto de amor propio detalles como el de pegar la volta en las Entradas, amén de asistir a todos los actos, aunque esto último siempre lo habíamos dado por hecho. Y aunque en aquellos años la demografía local estaba creciendo, en la fiesta veíamos siempre «las mismas caras, los mismos paños», como decía una vieja canción de los Estudiantes. En fin, eran años en los que la fiesta, sin perder un ápice de lo lúdico y festivo que jamás le ha faltado, era más de pueblo, más íntima y, quizá por eso, más sentida.
Pero fueron cambiando las caras, y aquellos festeros a quienes queríamos emular: “el ample”, “el Moll”, “Pepito el gafas”, “caboli”, “el rollero”, “els mangues”, “Elías Bernabé”, “Rafelet”, “Pepe Pina” y tantos y tantos otros que para nosotros siempre habían estado ahí, poco a poco fueron diluyéndose en el tiempo. Y también, con el tiempo, fueron desapareciendo aquellos viejos y abigarrados «paños» de antaño con aquellos bordados en los chalecos de moro representando un moro al asalto del castillo o un oasis del desierto con camello incluido, o aquella variedad de cintos de flamenco con pocas o muchísimas filas de botones. Todos fueron estandarizándose poco a poco para ser sustituidos años después en las Entradas por las heterogéneas indumentarias de nuestras filás de hoy día. Y los de mi generación, que en cuestiones de fiesta queríamos comernos el mundo, fuimos pasando a asumir cargos directivos hasta entonces impensables para festeros de nuestra edad (jocosamente se nos bautizó como «los niños prodigio»).
«aún estaban a años luz en el futuro las cantimploras homologadas»
Un año luz es una unidad de distancia no de tiempo.
Y una metáfora es «Aplicación de una palabra o de una expresión a un objeto o a un concepto, al cual no denota literalmente, con el fin de sugerir una comparación (con otro objeto o concepto) y facilitar su comprensión.» Puedo admitir que no fuese afortunada, pero es metáfora.
Enhorabuena al pregonero de estas fiestas de 2015.
Emoción en sus palabras, dichas por un festero que se nota que ha vivido la fiesta desde todos los ámbitos que hay en ella.
Como dice en su pregón a disfrutar y compartir estos días y ¡ Visca Petrer! y ¡ Visca San Bonifaçi!
Quienes solo fuimos al colegio Primo de Rivera, entendimos a la perfección el sentido de sus palabras. Muy bien por José María.