Ni tan cristianos ni tan paganos

Nota: Reportaje extraído de la revista Festa 2014.

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¿Cuáles eran los temores que los acechaban: los malos espíritus, atraer la mala suerte, ser perseguido por el maligno, o, tal vez, la tentación…? Hoy día aún creemos en muchas cosas -seamos más o menos supersticiosos-que también preocuparon a los hombres y mujeres del medievo. En este artículo, el lector podrá conocer algunas de las creencias más comunes que se desarrollaron durante el período medieval. Curiosidades que no siempre tienen una relación clara con Petrer pero que, en cualquier caso, permitirán al lector conocer un poco mejor a quienes nos precedieron a través de aquello en lo que creyeron, tanto si fue en estas tierras como en la Península Ibérica o Europa en general. A lo largo de toda la Edad Media, la seguridad en la existencia de seres fabulosos se perpetuó en los bestiarios, auténticas enciclopedias de criaturas fantásticas. Inclusc San Isidoro de Sevilla (s. VI), en su obra Etimologías, recogió descripciones de autores paganos, como Plinio sobre seres increíbles: animales, humanos o ambos mismo tiempo. También las historias de valientes caballeros favorecieron el desarrollo de relatos donde «lo maravilloso», la magia, la superstición, los monstruos y el milagro se convertían en compañeros insepararj^ del guerrero. ¿O acaso nadie ha oído hablar de «San Jorge y el dragón»?

DE MILAGROS Y JUICIOS DIVINOS

La existencia de hechos sobrenaturales, de hazañas increíbles que no tenían explicación, reavivaron un sinfín de mitos y leyendas antiguas que la Iglesia, sabedora de su influencia, integró en el imaginario cristiano. De ahí que se elaborase una clasificación de lo sobrenatural con el objetivo de diferenciar lo verdaderamente milagroso de aquello que no lo era: los mirabilis eran aquellos prodigios que tenían su origen antes del cristianismo. En cambio, el calificativo magicus se utilizaba para la magia negra; pues se necesitaba de un pacto con el diablo para su ejecución. Y micarulosus se consideraba el hecho sobrenatural propiamente cristiano, es decir, el milagro. Era Dios quien con sus actos otorgaba una bendición a sus fieles creyentes.

En sus aventuras, los caballeros medievales siempre protagonizaban un episodio milagroso, pues Dios siempre estaba al lado del guerrero virtuoso y devoto. Si bien, el milagro cobraba suma importancia en el denominado Juicio de Dios. El acusado de un delito era sometido a diversas pruebas para demostrar su culpabilidad o inocencia, las ordalías. Y, Dios, siempre estaba al lado del inocente por muy dura que fuese la prueba. Las ordalías más comunes eran:

Agua hirviendo. El acusado debía introducir la mano en una olla con agua hirviendo, y si su mano resultaba ilesa se demostraba su inocencia.

-Hierro candente. Seguía el mismo esquema que el agua hirviendo.

-Agua fría. La persona en cuestión era arrojada al agua atada de pies y manos. Si se iba al fondo era inocente, en cambio si sobrenadaba era culpable.

-El duelo. Se trataba de un combate armado. En el supuesto de que la enjuiciada fuera mujer, un hombre podía ocupar su lugar en la lucha. Obvio es que el ganador era quien tenía razón.

En Petrer no sabemos si se llevó a cabo alguna de estas pruebas; sí es cierto que fueron mucho más comunes en los países del norte de Europa. Oficialmente, estas prácticas fueron prohibidas por la Iglesia en los ss. XIII y XIV aunque su supresión no fue inmediata debido a su profundo arraigo en las gentes. Estas prácticas también fueron costumbre entre las poblaciones pre-romanas y los mismos romanos en sus primeros momentos.

FIESTAS; DÍAS DE DESCANSO Y DIVERSIÓN

Las fiestas medievales suponían el refuerzo de la solidaridad de grupo y la reafirmación de las élites en el poder. Además de ser, por supuesto, un tiempo en el que se estaba exento del trabajo y se podía dedicar al ocio. Una de las primeras metas de la Iglesia primitiva fue adaptar el calendario festivo romano a las necesidades cristianas. Las fiestas seguían un orden litúrgico, marcado por los acontecimientos más importantes de la religión católica y las actividades agrícolas. No faltaron en estas celebraciones los bailes y comidas populares, pues eran los actos más concurridos y esperados.

El ciclo de fiestas comenzaba en otoño-invierno, o lo que es lo mismo, en noviembre-febrero. Las festividades de invierno estaban sujetas a ritos antiguos para obtener la buenaventura del grupo y desterrar los males del pasado. La celebración el 1-2 de noviembre, Todos los Santos y los Fieles Dijuntos, pretendía sustituir el antiguo culto a los antepasados.

La Navidad, por su parte, derivaba de las Saturnales de Roma y la fiesta del sol invicto. La importancia del solsticio de invierno (24 de diciembre) hizo que la Iglesia adaptase al calendario cristiano el nacimiento de Cristo, uno de sus hitos más importantes. En Roma, estas fiestas se festejaban por medio de banquetes y el olvido, momentáneo, de las jerarquías sociales. Por otro lado, uno de los rasgos característicos de estas fiestas era la entrega de regalos. ¿Y qué habitante de Petrer, bajo dominio cristiano, no habría celebrado un día tan especial como la Navidad?, ¿o quién no lo celebra, hoy día, con la entrega de regalos?

Sin embargo, las fiestas en honor al solsticio de invierno no fueron una invención romana, también se habían celebrado en el Egipto de los faraones, dedicadas a los dioses Osiris y Horas; en la zona irania a Mitra, y en la Grecia clásica, a las divinidades de Apolo y Dionisos. Las celebraciones se acompañaban de hogueras, baile, cantos, comida y bebida.

Tras la Navidad, la Epifanía (6 de enero) y San Antón (17 de enero) estaban destinadas a eliminar el mal pasado y comenzar un próspero año. Además, durante el invierno, también se celebraban la Candelaria (2 de febrero) -purificación de la Virgen- y San Blas (3 de febrero) -el retorno de las cigüeñas-, con rasgos de las «lupercales»y las «matronalias» romanas, relacionadas con la fecundidad femenina y las mujeres casadas, respectivamente. Por otro lado, el Carnaval, que en sus inicios estaba vinculado al ciclo reproductor del ganado, marcaba el punto de partida para la abstinencia de carne durante la Cuaresma.

Detalle de las pinturas del calendario agrícola de San Isidro de León (s.XII). Panteón Real.
Detalle de las pinturas del calendario agrícola de San Isidro de León (s.XII). Panteón Real.

La Pascua era la primera de las festividades religiosas de la primavera. El Corpus Christi, la fiesta cristiana más importante, tampoco estaba exenta de manifestaciones ajenas a la religión como danzas, representaciones de monstruos, enanos, gigantes, cabezudos y la tarasca (especie de dragón-serpiente que abría la rrocesión). ¿Quién de nosotros no ha asistido alguna vez a un desfile de «gigantes y cabezudos»? Seguro que nuestros predecesores tampoco faltaron a alguno. Por esa parte. todas estas fiestas estaban estrechamente ligadas al calendario agrícola, cuyo objetivo era la obtención de buenas cosechas. Más eiemplos podemos encontrarlos en la Cruz de Mayo o Cruz Verde (difundida por los franciscanos en el s. XIV) con rogativas por la lluvia, bendición de campos…. o, en el mismo sentido, San Gregorio (9 de mayo) y la Asunción. Los bailes campesinos alrededor de árboles y fuentes recordaban el antiguo culto pagano a manantiales y grandes bosques.

El verano quedaba bajo la protección de la Virgen, los apóstoles (San Pedro y San Pablo, Santiago y San Bartolomé), los santos (María Magdalena, Santa Ana y San Lorenzo, entre otros) y las fiestas patronales de cada villa o ciudad. En general, tanto el verano como una parte del otoño estaban libres de grandes festividades religiosas para no entorpecer los trabajos del campo. A excepción de la Asunción de la Virgen, el 15 de agosto, celebración instaurada definitivamente en el s. XIII. Tanto el inicio como el final del verano lo acotaban dos festividades religiosas, ambas coincidentes con las ferias comerciales más importantes: San Juan (24 de Junio) y San Miguel (29 de septiembre).

La celebración de San Juan, dedicada a San Juan Bautista, cristianizaba el solsticio de verano, y la mayoría de los ritos que se realizaban (y todavía se realizan) estaban asociados a creencias anteriores al cristianismo como saltar sobre las hogueras para quemar simbólicamente todo lo antiguo, el reflejo en aguas que revelaban el futuro amoroso, la recolecta de hierbas y plantas con carácter curativo, etc. Tanto hoy como hace más de 600 años, cada noche mágica de San Juan seguimos saltando sobre las hogueras atraer un nuevo comienzo. Por otro lado, la festividad de San Miguel concluía el periodo estival e indicaba la fecha en la que vencían los pagos de renta al señor feudal. Por estas fechas, los habitantes de Petrer también entregarían a su señor la correspondiente parte de la cosecha y los impuestos pertinentes.

SAN JORDI Y EL DRAGÓN

La sucesión de sequías, tormentas, plagas…es decir, de fenómenos meteorológicos o naturales adversos, se asociaron a la presencia o merodeo de dragones. Criaturas sobrenaturales que tenían en común el cuerpo de serpiente y una mirada aguda y penetrante para acechar a sus presas. Posiblemente, el vocablo «dragón» sea una derivación del verbo «ver» en griego antiguo.

Si los habitantes del Petrer medieval avistaron algún dragón o fueron victimas de su «penetrante mirada» no ha llegado hasta nosotros. Pero, en cualquier caso, la advocación a San Jordi y el símbolo del dragón si ha calado en nuestras tierras. Un claro ejemplo son los escudos de armas, desde el escudo del monarca Jaime I a la insignia de la Generalitat Valenciana pasando por el propio escudo de Petrer, flanqueado por dos dragones que escupen fuego.

En cuanto a la forma de los dragones, fue el cristianismo el que confirió su rasgo más característico: las alas. Durante el período medieval, los dragones se convirtieron en el símbolo de los caballeros, cuyo ejemplo más destacado es San Jordi. Representado como un caballero ataviado con armadura de plata y montado sobre un corcel con riendas de oro, San Jordi enarbolaba el distintivo cristiano en su lucha contra los reptiles alados. La fama del santo lo proclamó protector de Inglaterra, del Reino de Aragón, Italia y Grecia. Además fue venerado en Lituania, Portugal y Constantinopla. También fue elegido patrón de los caballeros y protector de los cruzados en Tierra Santa. Según la leyenda, el santo apareció en la Batalla de Antioquia (1098) y en la de Jerusalem (1099), dando la victoria a los cristianos. El grito de guerra cruzado era «¡¡Por San Jorge!!».

MAGIA Y BRUJERÍA

En la Edad Media no fue raro encontrar obras dedicadas a la magia, la alquimia y la astrología. La mayoría de estas obras procedían del mundo clásico greco-romano y habían perdurado a través de los autores árabes. Sin embargo, la curiosidad, el razonamiento y la reflexión supondrán la aparición de una fuerte contradicción entre fe y razón. Algunos intelectuales intentaron acercarse a la experimentación, a la alquimia y a una magia natural con el objetivo de controlar y conocer la naturaleza.

A partir de San Isidoro de Sevilla, la Iglesia había reconocido las virtudes médicas y mágicas de determinadas piedras preciosas, recogidas en los lapidarios. Se mezclaban ritos religiosos con otros de tipo mágico: invocación a los santos, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo mientras se recogían hierbas curativas; también se creía en los poderes curativos de los reyes (taumatúrgicos); aunque no siempre fue sencillo distinguir entre magia, superstición y religión. A la hora del parto, por ejemplo, incluso se llegaba a exorcizar a la parturienta colocando sobre sus genitales la Estrella de Salomón o  poniendo el marido su cinturón a la esposa recitando tres veces «yo te ato, deja que Cristo te desate».

Pronto surgió todo un imaginario colectivo vinculado a la existencia de agentes malignos. entre los que destacaban los brujos, brujas, magos y adivinos. En 1484, el Papa Inocencio VIII en la bula Summis descerantes encargaba a la Inquisición la función de perseguir y castigar la brujería. También la misoginia medieval impulsó la generalización de una imagen muy negativa de la mujer. La fémina era descrita como crédula, receptora de creencias paganas y usuaria de una magia sexual que dominaba la mente de los hombres, sobre todo, en el caso de los eclesiásticos.

Por ello, controlar la naturaleza y conocer las intenciones del maligno favoreció la aparición y expansión de lapìdarios, florarios y bestiarios. Los lapidarios desarrollaban las propiedades y poderes curativos de las piedras preciosas. Las piedras verdes, por ejemplo, curaban las afecciones de hígado; las amarillas, la hictericia,  y las rojas simbolizaban las hemorragias y flujos de sangre. 

Hoy día. también hacemos uso del poder terapéutico de algunas piedras, pues en cualquier gabinete de belleza podemos encontrar masajes relajantes con piedras de poderes curativos y depurarivos. Los florarios, por su parte, eran bastante similares a los herbarios utilizados en los monasterios. El racimo de uvas, porejemplo, encarnaba a Cristo y su sangre. La rosa blanca aludía a la pureza de la Virgen y la rosa roja, a su caridad. La manzana, en cambio, era el símbolo del mal por antonomasia.

En los bestiarios se reflejaba un mundo animal lleno de seres fantásticos con multitud de interpretaciones, que en la mayoría de casos reflejaba las imperfecciones del ser humano. El escorpión significaba falsedad y representaba a los judíos. El macho cabrío, a la lujuria y el demonio. Tanto el león como el unicornio podían representar la fuerza y la pureza o la violencia y la hipocresía. Los animales fabulosos como el áspid, el basilisco o el dragón-grifo tenían connotaciones satánicas.

También los números eran de vital importancia en el mundo de lo oculto. Los números pares, al ser divisibles, simbolizaban el mundo creado, terrestre, imperfecto: por tanto, el mal, el pecado y la muerte. En cambio, los números impares, debido a su indivisibilidad, representaban la perfección, el bien, lo eterno y lo divino. Los colores también poseían un contenido mágico, más allá de la propia percepción visual. El negro se percibía como la tristeza, la oscuridad, el mal y se vinculaba a Saturno; el rojo, a Marte, a la caridad y a la victoria.

No es de extrañar que, rodeado de un universo tan complicado y rebosante de significados, el/la hombre/mujer medieval sintiera un profundo temor y respeto a la naturaleza y a Dios. Por ello, se protegerá con amuletos, reliquias, oraciones, magia… y todo aquello que pueda proporcionarle seguridad. Los hombres y mujeres de Petrer, seguramente, también buscaron la buenaventura y protección de santos y vírgenes para tener una buena cosecha, lluvia, salvar sus almas del maligno y, en general, protegerlos de todo mal. De hecho, a partir de época moderna, surgirán en casi todas las poblaciones el culto a una virgen o un santo protector, patrón de la villa, que en Petrer derivaron en el culto a la Virgen del Remedio y San Bonifacio.

Izquierda, enterramiento musulmán. Derecha, enterramiento cristiano. Museo Dámaso Navarro de Petrer2.
Izquierda, enterramiento musulmán. Derecha, enterramiento cristiano. Museo Dámaso Navarro de Petrer2.

Notas:

1 Entre el 24 y 25 de diciembre el sol alcanza su cénit más bajo, considerado como su nacimiento o renacimiento.

2 En época medieval, la posición del difunto era fundamental: por un lado, como signo distintivo entre religiones y, por otro, como un elemento más de culto. En el caso musulmán, los cadáveres debían enterrarse en dirección este para que el difunto siempre mirase hacia la Meca, el lugar más sagrado del Islam. En cambio, los cristianos debían ser enterrados boca arriba con la cabeza al oeste y los pies al este; pues el día del Juicio final, al oír las trompetas, los muertos se levantarían mirando a la «Jerusalem celestial».

Bibliografía:

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Para saber más:

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Cook, WR. y Herzman, R.B.: La visión medieval del mundo, Ed. Vicens-Vives, Barcelona, 1985.

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Criciani, C.: La ciencia oculta, Revista El Mundo Medieval, n° 4, pgs. 32-39.

García Fernández, E.: «Cultura, Ciencia y Magia en la Edad Media» en Cultura de élites y cultura popular en occidente (Edades Media y Moderna), Universidad del País Vasco, Bilbao, 2001.

Godoy, Y. Y magnani, A.: «El mito del dragón» Revista El Mundo Medieval, n° 3, pgs. 52-55.

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Ladero Quesada, M.A.: «La fiesta en la Europa Mediterránea medieval» en Las Fiestas Medievales, Cuadernos del Cemyr 2, Centro de Estudios Medievales y Renacentistas, Universidad de La Laguna, 1995, pgs. 11-53.

Le Goff, J.: II meraviglioso e il quotidiano nell’Occidente medievale, col. «Economica» Ed. Laterza, Roma-Bari, Tercera edición, 2002. Le Goff, J.: La civilización del Occidente medieval, col. «Paidós-Orígenes». Ed. Paidós, Barcelona, 1999.

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