La historia de Primo de Rivera (I)

Con el rellano y las dos antes descritas, en cada graduada, terminaba la parte alta del edificio. En este rellano también había una puertecita, situada en precisamente lo que es hoy la puerta de la clase de Amelia, que se abría sobre una pequeña terracita sobre los tejados de las alas de la planta baja. La pared maestra en la que se abría esta puertecita limitaba al sur, el piso alto de la fachada.

Aunque no venga al caso, las terracitas, cuatro en total, dos en cada ala, no tenían justificación, y fueron motivos de sabrosos comentarios, uno de ellos, basado en su utilidad pedagógica como un contacto con el medio ambiente, etc., ridículo en sí, por cuanto peligrosas para los niños, apenas podía contener a media docena. La realidad es que cuando se construyó el edificio, se encontraron con dificultades de cerramiento,  éstas fueron resueltas por un vecino de Petrel, con la construcción de las terrazas.

Del zaguán de la planta baja, hacia el sur, arranca un largo pasillo en el que nos encontramos,  a la derecha en el ala de los niños y a la izquierda, en el ala de las niñas, la puerta de salida al recreo y después un ensanchamiento del pasillo con espacio que se quita al patio (los servicios de la planta baja), donde estuvo situada la biblioteca, en el ala de los niños y la cantina escolar en el ala de las niñas. Por la izquierda, se encontraban las puertas de tres grandes aulas, la última de las cuales limitaba con una sala de servicios que ocupaba además todo el frente del pasillo, al nivel del piso y con ventanas al patio de recreo.

El tiempo que abarca la que llamo primera fase corresponde con aproximación desde la construcción hasta mediados de los sesenta.

Ultimada la construcción, en los patios de delante y de atrás del Colegio, se hizo una gran plantada de pinos, cuyo crecimiento han podido seguir muchas generaciones de petrelenses. El piso de estos patios quedó de tierra firme y en días de lluvia o de riego de los pinos , el barro formaba verdaderos lodazales que hacían las delicias de los niños y el calvario de las madres que iban por sus hijos.

Enseguida se notaron dos fallos garrafales: la orientación y la instalación eléctrica.

La orientación del Colegio, dirigida la fachada hacia el norte y los servicios hacia el sur, era un inconveniente en invierno y en primavera.

En invierno, sin calefacción en todo el edificio, de grandes espacios y enormes aulas; pero sobre todo en las de la fachada, el trabajo escolar era imposible. Recuerdo días de nieve, con pocos alumnos que tiritaban y los maestros embutidos en sus abrigos y enfundadas sus manos en guantes. Sólo cabía moverse, dar saltos y hacer ejercicios de golpes con las manos que apenas podían coger las plumas o los lápices. Entonces había tinteros con tinta, pues hubo una ocasión en que incluso la tinta se heló.

Para vencer el horrible frío, se imaginaron diversos remedios: las niñas recurrieron a las “rajuelas”, que contenían cenizas con algunos tizones que pronto se consumían. La rajuela, hoy desaparecida, sólo la usaban las niñas.

En las clases recurrimos a palanganas o pequeñas planchas sobre las que hacíamos fuego. Estos remiendos de brasero dieron poco resultado y a lo mejor era peor el remedio que la enfermedad, ya que al hacer fuego el humo llenaba la clase. Si el brasero lo encendíamos en el patio, como la combustión seguía, el humo cegaba nuestros ojos y nos obligaba a abrir puertas y ventanas. Muchos recordarán estas vivencias que terminaron cuando pudimos disponer de estufas que cargábamos con corteza de almendra que al mucho tiempo se cambiaron por estufas de butano y posteriormente por calefacción central. Por cierto que esta última calefacción también creó sus problemas, ya que por ciertas deficiencias de instalación se apagaba con frecuencia, que siempre coincidía con los días de mayor frío.

Los servicios orientados hacia el sur también ocasionaban problemas. Cuando venía el buen tiempo, el sol batía sobre este local, que aunque poseía una buena evacuación, originaba fuertes olores que hacía intransitables los pasillos, y sobre todo en la clase adosada a dichos servicios, hasta el punto de que se tuvo que destinar a trastero y destinar para clase la habitación que está a la izquierda de la puerta de entrada, hoy ocupada por la dirección.

La instalación eléctrica fue otro de los problemas del nuevo colegio. Se le llamó la instalación fantasma, porque se encendía y apagaba a capricho. En cualquier momento podía encenderse: por la noche, en la clase cuando no hacía falta, etc. Del mismo modo se apagaba sin que nadie tocase las llaves. Los encendidos que más preocupaban eran los que ocurrían a altas horas de la noche. Se hicieron muchas revisiones a la instalación sin encontrar el fallo.

La descripción del Colegio en sus primeros años quedaría incompleta si no se mencionara la existencia de la biblioteca y de la cantina escolar.

La biblioteca estaba situada en el ensanche del pasillo de la escuela de niños, aislada mediante unas mamparas. Creo que fue una biblioteca circulante y no escolar, ya que no existían libros escolares o de uso escolar. Todo eran novelas de autores nacionales y extranjeros, bastante bien surtida. Esta biblioteca funcionaba por la noche y fue la primera biblioteca pública de Petrel.

He de añadir que adosada a la biblioteca había una pequeña habitación que sirvió de dirección de la escuela graduada de niños durante muchos años, hasta que se unificaron las dos graduados y se convirtió en Colegio Nacional.

La cantina escolar estaba en el pasillo de la escuela de niñas, separada del pasillo por otra mampara. El local estaba dividido en dos partes: una pequeña que se usaba de cocina y otra más amplia utilizada como comedor. Tuvo mucha aceptación la cantina escolar, había hambre en Petrel y en la cantina se daba bien de comer.

La andadura del Colegio desde su misma ocupación tuvo que moverse al compás de los hechos que se desarrollaron en aquellos tiempos. Tengamos en cuenta que en 1928 cae la Dictadura; el año 1931 entra las República, el 1934 el movimiento de Asturias, y en 1936, el 18 de julio, los tiempos eran difíciles e influían, cosa natural, en la marcha de las escuelas; pero no afectaron al edificio, aunque estuvo a punto, ya que a finales de la guerra, se pensó en transformar el Colegio en hospital; comenzaron las obras que sólo afectaron al patio: lavadero, cobertizos, etc: pero sólo llegaron hasta ahí. Saltemos pues esta época y empecemos ya acabada la guerra y normalizadas las clases.

El edificio sigue el mismo y continúa así durante muchos años, y es muy difícil resaltar, en el hecho escolar, circunstancias que no sean reflejos de los adversas circunstancias en las que se desenvuelve la población: la gran hambre, la falta de trabajo,  restricciones eléctricas, las emigraciones a localidades más cercanas, la pobreza, etc., reduce la asistencia a las escuelas de tal manera que hubo clases con sólo 10 alumnos, y las más pobladas con un máximo de 29. Hacían falta nuevas creaciones y hacían falta nuevas aulas, y amabas cosas se pusieron en marcha.

Las aulas se construyeron en el mismo edificio levantándole un segundo piso a las alas de la planta baja. El trabajo de los albañiles no molestaba mucho en la fachada y a esta parte se trasladaron las clases, que se turnaban, unos pocos iban por la mañana, y otros por la tarde, así hasta la terminación de las obras, durante las cuales por cierto cayó una imponente nevada que llenó las aulas en reforma, a las que ya habían quitado el tejado. Esta nevada retrasó un poco el final de la reforma.

El ala del segundo piso quedó terminada y con una disposición gemela a la planta baja que correspondía. Esta ala fue dotada de servicios, construyéndose en el interior de un arco que sobre el patio unía las alas superiores gemelas. Perfectamente separadas a un lado quedaron las de los niños, al otro las de las niñas.

En la foto coinciden Juan José y su hijo Pablo, que más tarde sería también profesor y director de Primo de Rivera.
En la foto coinciden Juan José y su hijo Pablo, que más tarde sería también profesor y director de Primo de Rivera.

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