NOTA: Artículo publicado originalmente en la revista Petrer Mensual número 52, abril de 2005.
El lunes 14 de marzo de 2005 se puso en conocimiento de Javier Jover, en su calidad de arqueólogo municipal, la existencia de unos restos óseos, aparecidos en un margen de unos ribazos en el valle de Puça, en un lugar muy próximo al emplazamiento donde la arqueóloga Concha Navarro encontró su conocido enterramiento musulmán.
El hallazgo se realizó de manera casual, cuando un vecino del pueblo, aficionado a la arqueología, buscaba fotografiar los restos de unas piedras con marcas que se encuentran dispersos por toda la zona del Rancho Grande, siguiendo y recreando las notas tomadas en su día por la citada arqueóloga Concha Navarro. Su buen ojo (pasear por Puça con curiosidad arqueológica es espectacular, por la capacidad de la zona -pasen y vean- para despertar la imaginación) le permitió cumplir su objetivo original y alcanzar otro inesperado, acaso más importante. El descubridor no tardó en ponerlo en conocimiento de quien tiene fundados conocimientos. Así, a los pocos días, nos desplazamos con Javier y Alicia, becaria, hasta la zona.
Sus primeras impresiones nos hablan de «al parecer, restos humanos, según se observa en el corte, aunque queda muy poquito». Posteriormente, Javier especulaba con la idea de que «por donde está no creo que sea un enterramiento aislado, posiblemente nos hallamos ante la necrópolis musulmana- «maqbara»-de Puça». Esta idea ya la esgrimió Concha Navarro a mediados de 1.986, cuando halló en la zona de la Lloma (así denominada) una serie de huesos que apuntaban en tal dirección. Este resto se enmarcaría en ese contexto. ¿Fin de la historia? No; «todavía estudiaremos más en profundidad estos restos, y podríamos solicitar permiso para excavar la tumba». Sin embargo, Javier no es muy optimista, pues la zona ha sido drásticamente transformada (abancalamientos, caminos, plantación de pinos, etc.) para que de estos intereses investigadores germine un conocimiento fértil: «si tuviéramos la necrópolis completa podríamos saber más sobre la población de aquel momento, cómo morían, por qué razones, etc.; pero claro, un individuo solo, o dos o tres aislados, que son los que posiblemente encontremos del cementerio original después de tantos cambios en el terreno, no te permiten llegar mucho más allá en las investigaciones de lo que ya sabes». Alicia señala además que «lo más normal es que no encontremos otro tipo de materiales aparte de los óseos, porque los enterramientos musulmanes se caracterizan por ser muy pobres, sin ajuar». Así que, ante esto, lo más normal «es dejar constancia -en el ayuntamiento, en la Conselleria-, documentarlo y tratar de definir con la mayor exactitud posible el área de terreno que debió ocupar este antiguo enterramiento colectivo». Javier acaba con un comentario de auténtico lobo de mar, de ésos que saben de lo que hablan: «es lo que suele suceder en estos casos».
Efectivamente, las cosas no son tan fáciles. La actuación de un arqueólogo está sometida a una metodología muy rigurosa y específica. Después de a viene b, y tras el uno el dos. Alicia nos lo explica: «cada vez que a nosotros se nos comunica un hallazgo lo primero que hacemos es acudir al lugar y comprobar que sea cierto. Lo más adecuado es comunicarlo a Consellería y pedir un permiso para prospectar la zona, porque antes de la actuación en sí hemos de ver si en los alrededores hay algún indicio o restos materiales de que efectivamente nos encontramos frente a un yacimiento arqueológico, o como mínimo, ante algún tipo de resto interesante. De ser así, nos ponemos nuevamente en contacto con Consellería, con vistas a planificar el proyecto y la excavación. Si nos lo conceden (el criterio último lo tiene Consellería) ya actuamos. Recogemos los materiales y los estudiamos, de una manera somera. Redactamos luego una memoria que se remite a Consellería, para que finalmente los distintos especialistas trabajen ya larga y tendidamente con los materiales».
Alicia, y su compañera Cristina, también becaria, han hecho del Museo Dámaso Navarro, inaugurado en 2.001, un hogar, desde que las acogiera este pasado septiembre: «la principal función que yo desempeño en el museo, con la beca de información, es atender al público. Dentro de las actividades que ofrece el museo tenemos lo que es un servicio de visitas al castillo, que realizamos yo y mi compañera Cristina, y lo que es enseñar el museo. Está pensado tanto para turistas como para gente del pueblo, pero especialmente para colegios e institutos, a los que ofrecemos desde aquí una labor didáctica, de docencia. Desde el museo también gestionamos otro tipo de actividades, como la catalogación de fondos, sobre todo etnográficos; hacemos los contratos de donación y actividades similares, y también nos encargamos de la catalogación de libros, intercambios con otros museos e instituciones locales, etc. Finalmente, destacaría también la labor de montaje de exposiciones». Profesores de la localidad han incidido en su importante labor didáctica y así también lo cree Alicia: «la guía didáctica del museo se presentó en enero y está basada en ejercicios a realizar sobre los materiales tanto de la sala de etnología como de arqueología. Los niños aprenden de manera dinámica y responden bien».
La cultura sólo tiene sentido cuando se transmite, como tan bien ejemplifica el museo, por eso Cristina frunce el ceño cuando le comento que en ciertos círculos se percibe siempre cierto ocultamiento con los temas arqueológicos: «el patrimonio es un bien de todos, está claro, pero es necesario ser cuidadosos. El miedo está en el hecho de que a todos nos puede interesar y llamarnos la atención ciertos restos, y es fantástico que así sea, pero hay que seguir unas pautas, una metodología, no podemos lanzarnos simplemente a la aventura. Incluso en el caso de encontrar material interesante, no podemos olvidarnos de que éste cobrará mucho más valor y nos dará mucha más información significativa estudiando un contexto que no haya sido cambiado. Si en ocasiones no se ha revelado el lugar exacto del descubrimiento ha sido para poder realizar con mayor precisión nuestro trabajo». Trabajo cuya expresión última, no lo olvidemos, es «llegar a conclusiones. Nuestra labor fundamental es recopilar información, información que se va a sacar a la luz. Esta información tiene que ser cierta, habiendo sido estudiada y analizada, y eso exige, como te digo, seguir unos pasos. Pero nunca se va a ocultar el informe final. Al revés, ojalá les interesara a todos».
A, b, c. Lo hemos dicho y es así. Hay que seguir el camino. No puede cogerse un detector de metal, como ya se ha visto más de una vez en la localidad, y animado por el bip-bip del aparato lanzarse a usar ingenios más tradicionales, como el pico y la pala. Alicia conoce demasiado bien estas prácticas ilegales y «el muchísimo daño que esas máquinas hacen a los yacimientos arqueológicos. Se han dado muchos casos». Además, «casi siempre para nada, porque son máquinas relativamente superficiales. Ello sin olvidar que cuando en un pueblo aparece una ocultación material de la época islámica (oro, etc.), la lógica y la experiencia nos dicen que no va a haber más. Las riquezas se reunían en una zona y se escondían». Otra amenaza documentada del patrimonio, tal vez por confusión de competencias, es la Guardia Civil, que cada cierto tiempo ocurre que levantan unos restos como si dataran de anteayer, cuando en realidad llevan acumulando polvo unos cuantos siglos. El patrimonio es frágil y esto son gajes del oficio, pero no por ello vamos a dejar de animar las aportaciones personales. Muchísimos importantes descubrimientos se han realizado de manera espontánea.
Hablando de patrimonio, le preguntamos a Alicia, no oriunda de nuestra localidad, qué opinión le merecían nuestros restos arqueológicos: «Petrer es un municipio pequeño, pero en base a los materiales que están saliendo a la luz, podemos hablar de una riqueza patrimonial muy interesante, porque tenemos desde yacimientos de la prehistoria reciente, de la edad del bronce y de otros períodos posteriores, como de la época islámica y de la Cristina. Hay toda una evolución que es perfectamente observable, se aprende mucho».
Por cierto, las piedras con marcas (aparecieron algunas a finales de la década de los sesenta) también han resultado ser interesantes: «no son piedras naturales, están trabajadas y han sido decantadas». Aunque es pronto todavía para realizar una valoración definitiva, estas piedras circulares «pueden haber pertenecido a piedras de molinos o almazaras. El hecho de que estén allí puede deberse a que hayan sido reutilizadas». Algo parecido, pues, al caso del castillo, levantado originariamente con piedras que «en el siglo XIX y años posteriores eran extraídas por los habitantes del pueblo para construir sus casas.