Mucho y variado es el patrimonio cultural que albergan las comarcas del Vinalopó. Desde una gran cantidad de yacimientos arqueológicos de diferentes épocas, pasando por los monumentales castillos que coronan nuestros pueblos y ciudades, los edificios religiosos… Pero existe un patrimonio más desconocido para el grueso de la población. Nos referimos a las obras hidráulicas tradicionales.
Nuestro territorio, el Vinalopó, se caracteriza por la escasez e irregularidad de los recursos hídricos. Un factor éste con el que las gentes que habitaron estos territorios tuvieron que convivir siglo tras siglo y que les hizo agudizar el ingenio para sacar el máximo aprovechamiento al preciado líquido. Fuentes, pozos, minas, presas, boqueras, acequias, acueductos, aljibes, molinos, norias y un largo etcétera. Cada una de estas pequeñas o grandes obras son el reflejo de un tiempo en el que hombre vivía ligado a la tierra, a la agricultura. La desaparición paulatina de esta actividad económica ha llevado aparejada la caída en desuso de la mayoría de estas obras y ha traído el peligro de su pérdida para siempre. ¿Te apetece conocer algunos de estos elementos repartidos por nuestra geografía?
Comenzamos nuestro recorrido por el Pantano de Elda, una obra de contención y almacenamiento de agua construida en el cauce del río Vinalopó en los límites de esta población y la de Petrer entre 1692 y 1698. Su finalidad era regar la huerta eldense. De la presa primitiva únicamente se conservan los estribos, ya que fue derruida por una gran riada acontecida en 1793. La presa escalonada, realizada en sillería y de mucha menos altura que podemos observar hoy en día, fue fabricada entre 1842 y 1890.
Presas de parecidas características a la antigua Elda fueron construidas a lo largo de los siglos XVI y XVII en otras poblaciones cercanas como Almansa, Tibi, Elche o Petrer. La importancia de estas presas está reconocida en el ámbito mundial y se trata sin duda de uno de los conjuntos de presas más importantes de la historia de la ingeniería y la construcción de presas. La búsqueda de la colaboración del efecto arco en el esquema de resistencia fue pionero, pues los esfuerzos anteriores en este campo se habían reducido a presas de poca altura o construidas en cerradas muy estrechas. Esta zona destaca, además de por sus restos históricos, por poseer un humedal con importantes valores ecológicos y paisajísticos.
Un elemento muy habitual en nuestro paisaje son los aljibes. Decenas de ellos se encuentran repartidos por nuestros términos municipales y servían para dar servicio a las casas rurales o a los ganados que pastaban en las diferentes zonas. Son construcciones subterráneas para recoger agua de lluvia, de manantiales o de corrientes fluviales esporádicas, para almacenarla y utilizarla con diferentes funciones (humanas, animales, de riego…). Etimológicamente, la palabra aljibe proviene del árabe al-yubb, que significa pozo y nos describe el tipo de aljibe más común, aquel excavado en tierra de forma cilíndrica o de cista y que se asemeja a los pozos. Se identifica exteriormente por las diferentes partes accesorias construidas a la superficie: balsa para filtrar el agua de lluvia, capilla o caseta que es la cubierta del brocal y de la boca del aljibe.
En la zona de los Alticos del Gordo de Elda se encuentra un gran aljibe del tipo cisterna. Está realizado en mampostería con mortero de cal y tiene una cubierta de bóveda de cañón. Con unas dimensiones de aproximadamente 17 metros de longitud por 4 de ancho y 5 metros de profundidad, tendría una capacidad cercana a los 350 metros cúbicos. Su finalidad era recoger agua de lluvia de las torrenteras del monte cercano, que confluían en una acequia que dirigía las aguas hacia el depósito. El agua almacenada servía para regar la extensa finca colindante de olivos, viñas del Valencí, granados y hasta una pequeña huerta.
Trasladándonos a la aledaña población de Petrer encontraremos la Rambla de Puça. Este “afluente” del Vinalopó destaca por conservar un gran número de elementos relacionados con los usos del agua. Entre ellos, restos de al menos ocho molinos hidráulicos construidos en los siglos XIX y principios del XX, aunque algunos de ellos de clara herencia morisca. De entre ellos, llama la atención por su estado de conservación el Molino de la pólvora. En este curioso ingenio mecánico, con escasos paralelos conservados en el levante peninsular, destaca por encima del edificio el enorme cubo de forma trapezoidal de más de 7 metros de altura por donde se precipitaba el agua para mover el mecanismo que impulsaba los mazos que trituraban la pólvora. En el interior del edificio adosado, aún podemos observar los dos morteros donde se trituraban los “ingredientes”, realizados en piedra calcárea para evitar la producción de chispas y las consiguientes explosiones. Unos metros más arriba, en el abrigo de El Salt, se encuentran los polvorines donde se almacenaba el material.
A unos kilómetros de distancia, en la partida de Catí, encontramos un pozo de nieve, el de la Casa de la La Administración. Se trata de un nevero de planta circular y con una cúpula que en su momento estuvo cubierta de teja. La función de esta edificación era la de acumular en su interior la nieve recogida por los operarios en sus alrededores que, una vez prensada, se convertía en hielo. Posteriormente, en los meses de verano era vendida a las poblaciones cercanas, trasladándolo a lomos de animales de tiro. Desconocemos su fecha de construcción, siendo para unos autores del siglo XVII y para otros del siglo XVIII.
El hielo era utilizado para la conservación de alimentos y con una variada cantidad de usos terapéuticos, como rebajar la temperatura en los procesos febriles o combatir la meningitis.
Los neveros fueron utilizados hasta principios del siglo XX, cuando, con la aparición de las fábricas de hielo y las primeras neveras, dejan de utilizarse. Aunque está incluido en el catálogo de patrimonio del PGOU del Ayuntamiento de Petrer, presenta un estado de deterioro galopante con continuos hundimientos desde hace años que ponen en peligro su supervivencia. ¿Alguien lo remediará
Río abajo, llegamos a la ciudad de Monóvar. Por su término municipal se conservan restos de muchos acueductos con funciones agrarias. De entre ellos queremos destacar el del Safareig, ya que nos habla del origen islámico de algunos de los sistemas de riego de nuestras poblaciones. Destaca por su estado de conservación, con sus dos arcos de medio punto y porque posiblemente sea de los más antiguos. El topónimo Safareig proviene del árabe sahariy y quiere decir depósito abierto, balsa hecha de piedra para contener agua procedente de un río, manantial, mina o pozo, destinada para regar. La acequia del Safareig tenía su inicio en el partidor de Xinorla situado a 2’5 km. aguas arriba. Circulaba por el margen izquierdo de la rambla y antes de cruzar el acueducto daba servicio al lavadero y a la balsa del Safareig, hoy desaparecidos, pero documentados en el siglo XVII.
Un nuevo elemento relacionado con el agua es lavadero. Este elemento imprescindible en cualquier asentamiento humano ha desaparecido en nuestras ciudades y únicamente pueden observarse unos pocos restos asociados a los caseríos repartidos por los campos. Desde los más sencillos compuestos por unas pocas losas inclinadas de piedra caliza situadas junto a la acequia que conducía el agua hacia la balsa de riego, hasta los más grandes, que contaban con varias decenas de losas o pilas y que podían estar cubiertos e incluso cerrados para evitar las inclemencias del tiempo. A estos lugares acudían habitualmente las mujeres a lavar la ropa con el jabón que previamente habían hecho en casa con el aceite usado. Pero además de ser un lugar donde realizar esta dura tarea, el lavadero era un lugar exclusivo de la mujer, un lugar donde encontrarse, charlar, intercambiar opiniones y comentarios lejos de la intervención masculina, en una sociedad opresiva para ella. El lavadero era el “club” de la mujer. A partir de los años 50 del siglo XX se completa la red de abastecimiento de agua potable a los domicilios de la mayoría de poblaciones y se comienza a generalizar el uso de la lavadora, con la que el lavadero perderá su utilidad. Un ejemplo de conservación de este tipo de elementos podemos encontrarlo en la localidad de Beneixama, donde el antiguo lavadero ha sido convertido en museo etnográfico.
La conservación, protección y puesta en valor de este amplio patrimonio cultural son un medio para mantener vivos en el recuerdo los valores tradicionales, las constantes de un modo de vida desconocido para las nuevas generaciones. Estos elementos, heredados de nuestros antepasados y que fueron creado con el único objeto de ser funcionales, forman parte de unas costumbres y de un modo particular de gestionar el territorio que habita una comunidad. Preservar su memoria es el mejor homenaje que podemos ofrecerles. Un pueblo sin pasado y sin memoria es un pueblo sin futuro.
El cantarero
No estamos hablando de un tiempo tan lejano, en el que disponer de agua para beber, cocinar o para el aseo suponía el esfuerzo de ir a buscarla a una fuente. Para ello, lo habitual era utilizar un cántaro y un botijo. Una vez en casa, éstos eran colocados sobre el cantarero, que ocupaba un rincón fundamental en todos los hogares. Solía ser un banco de madera con agujeros redondos donde introducir el pie de los cántaros, aunque en nuestra zona era más frecuente utilizar un poyo de piedra caliza sobre el que se asentaban los cántaros.
Este sistema contenía una canaleta alrededor y un agujero en el centro para avenar el agua que rezumaban, que iba cayendo aun lebrillo situado debajo. Junto al cantarero, había también una tinaja, cuya agua se utilizaba para guisar y para la higiene personal.