El hombre que camina Petrer

Así que ahí tenemos a Helios, compaginando su vida en la fábrica (encargado de producción) con su vida familiar y su actividad en la finca. Poco a poco fue convirtiéndose en la figura pedagógica que yo he conocido, tanto en la fábrica (siempre se ha dicho, y con razón, que Luvi fue una auténtica escuela de talentos, el germen de muchas fábricas que surgieron a su estela) como con su prole. La familia pasaba los veranos en la finca,  Helios incluido a pesar de su faena (se bajaba a las seis de la mañana y subía por la tarde, gastando suela), y los hijos se empapaban de los conocimientos camperos del clan familiar. Paseaban con su padre, con su madre, con su abuelo, con su tío… Una infancia saltando bancales y haciendo cabañas en los árboles, extendiendo en el tiempo una forma de vida, al aire libre, que ya agonizaba por aquel entonces. Helios, como guía de las excursiones que podían asumir los pequeños, se esforzaba en transmitirles todos aquellos valores que una vida en la montaña maceran a fuego en el alma de cada uno. A fe que lo consiguió.

Sus hijos, de corta edad, no le acompañaban en sus vueltas más largas, por ejemplo cuando iba y volvía todos los días del pueblo a la finca durante aquellos veranos. Así, su imagen en el pueblo era la característica, de paseante solitario, aunque en esta época a Helios le gustara ya la compañía en sus excursiones. Su traza de caminante, adusta e inflexible, cual don Quijote sin Sancho, percutía especialmente en la senda de Petrer a L’Avaiol, y una aureola especial debía tener para llamar la atención de tanta gente. He escuchado a gente que no conozco argumentar la conveniencia de editar un sello, o algo recordativo de esa instantánea, de lo arraigada que ha quedado en una generación. Quizá resultara curioso en el pueblo que uno de los gerentes de la principal industria gustase tanto de desplazarse a pie. Para mi abuelo, era precisamente la presencia en la fábrica familiar de un chófer el hecho decisivo para que nunca se interesara por aprender a conducir. Sea como fuere, y como excepción en aquello de casa del herrero, mi abuelo fue un adepto a la suela, por activa y por pasiva.

Pero lo cierto es que, ahora que había ejercido un papel de maestrazgo, se le había quedado el regusto dulce que tiene “comentar la jugada”. Entonces, hacia los 45 años, aparcó la escopeta y se alió con su amigo Bartolo Peñetes en la búsqueda de robellones, a los que ya conocía de su infancia, pues el casero de la finca de su padre, Pepe “el Tendre”, era muy aficionado. Lo cierto es que Helios siempre había sido aficionado a la recogida de setas (prestando también atención a las de cardo y a las de olmo), pero son sus salidas con Bartolo las que suele recordar. Juntos llenaron muchas bolsas y mochilas, y degustaron el sabor del pueblo en aquellas setas, que Eufemia solía cocinar ligeramente fritas. Y un día, viéndole esta asociación que no se le suponía en estos menesteres, otros amigos montañeros le hablaron del Centro Excursionista de Petrer y le animaron a afiliarse. Y, como quien cae en la cuenta de algo, respondió efusivamente a aquellas sugerencias y a ello fue.

Mi abuelo ingresó en el centro con más de cincuenta años, pero todos pudieron comprobar lo bien llevados que estaban. En la época, sumaba poco más de cien afiliados y todavía no contaba con una sede. Participó en la consecución de la misma (que requirió de un esfuerzo colectivo de casi un millón de pesetas), en más de 20 marchas por toda España –y en las salidas más cercanas que se hacían, como al Mont Cabrer-, en la tradición de ir a comer gazpachos a Castalla –al famoso restaurante Roig-. Etc. Siempre ha contado que disfrutó mucho de todas estas actividades, de intercambiar impresiones, de rememorar nevadas o tormentas. Se granjeó la simpatía de todos y sus almendras tostadas se convirtieron en un clásico de las marchas de veteranos, tanto que muchos de sus compañeros le comentaban que eran el auténtico leit motiv del día (si fuera hoy, llevaría una especie de horchatas de almendras, que no desmerecería en absoluto). Estuvo en Salamanca, Asturias, Gijón, Barcelona… Las casas de la familia están llenas de trofeos y emblemas de aquellas excursiones, que les correspondían por ser el más veterano. Cerca debió estar de ganar la distinción al más en forma, pues, junto a Pascualico –en otra de esas imágenes para el recuerdo-, formaba un dúo dinámico que excursionistas más jóvenes no podían igualar. Estos momentos no quedan muy atrás en el tiempo, pues no hace ni una década que Helios culminó su última marcha acompañado de su hija Isabel. Yo les digo que le han retirado las piernas, porque su ímpetu montañero sigue presente en el brillo de sus ojos.

Durante esta época de viajes, mi abuelo alcanzó también popularidad con sus dibujos, que llevaba toda la vida haciendo y a los que dedicó más tiempo a partir de ahora. Ha sido siempre un gran retratista de paisajes a plumilla, y en las marchas aprovechaba los almuerzos y los descansos para dar rienda suelta a su habilidad e inmortalizar la vista. Quienes no lo conocían en esta faceta prácticamente alucinaban viendo como en cinco minutos era capaz de abocetar y dar forma al dibujo; muchas veces se lo quitaban de las manos a medio hacer. Ningún problema para una espléndida como él, como no fuera el hecho de que le gusta terminar de perfilar sus obras. Para sus trabajos más cuidados hace fotos que luego le sirven de guía; especialmente ha gustado siempre de retratar las antiguas casas de campo. Utilizando siempre la plumilla, las carpetas de su escritorio guardan vistas que hoy ya no se contemplan, un muestrario de la evolución del campo de Petrer en sus últimos cuarenta años. No en vano nunca ha dejado de dibujar, ni de regalar los resultados (¿no me digan que no tienen un dibujo suyo en algún sitio?). Deberían ver la precisión que todavía guarda su pulso: algunas de sus mejores obras son muy recientes.

Panorámica de Petrer desde el Altico, 1943.
Panorámica de Petrer desde el Altico, 1943.
Un cuadro de este mismo año.
Un cuadro de este mismo año.

Porque el tiempo pasaba, claro. Valga, no obstante, la semblanza realizada hasta finales de los 80, porque Helios ha sido un hombre de hábitos, y aunque se jubiló a los 65 años, nunca dejó de ir a la fábrica hasta su cierre, en 1986. Siendo así un hombre de principios y tradiciones, debió dolerle el cierre de la histórica fábrica que levantaran su padre y su hermano, y que él también dirigió durante tantos años. Pero una vez más, cuando le pregunto por ello, vuelve su sonrisa y su naturaleza adaptativa, y refiere la comida que le regalaron todas las aparadoras de la fábrica como despedida. Pocas veces se ve esta iniciativa de los operarios con sus patronos (y menos cuando todo el mundo va al paro), pero Helios había sido siempre un administrado justo y entrañable, y le llovió este nuevo reconocimiento, al que guarda un cariño especial.

3 thoughts on “El hombre que camina Petrer”

  1. Helios Villaplana es sin duda del tipo de personas ,escasas por desgracia, que trasmite una gran serenidad y plenitud.. La de una persona que vive por y

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