*Nota: artículo publicado originalmente en la revista Petrer Mensual nº 60 -diciembre de 2005-.
Adentrarse en el Barranc Fort es volver al pasado. El espacio comprendido entre la empinada cuesta que sube a la carretera de Catí y el Molí la Reixa es como un maltrecho museo etnológico al aire libre. Una cueva-polvorín domina la entrada al barranco y a lo largo de todo el cauce de la rambla aparecen los restos de los molinos harineros y también del Molí de la Pólvora. Por no faltar no faltan un par de nacimientos de agua y una mina que en plena sequía –en el mes de agosto– brotaba de manera generosa.
La erosión alcanza en esta zona su máximo exponente. Se trata de un profundo cañón por donde transcurren las aguas torrenciales cada vez que llueve de manera abundante. En las recordadas lluvias de 1982 que causaron estragos en muchos puntos de la Comunidad Valenciana el cauce de la rambla se hundió bastante más de un metro en este tramo. Un gran desnivel separa el Molí del Salt del lecho del cauce y cuando llueve de manera generosa se forma una impresionante cascada de esas que aparecen en las postales reclamando la atención turística. La fuerza del agua al caer desde tanta altura ha formado una oquedad en la que el agua se remansa en esos raros episodios de lluvia tan ausentes por estas latitudes. En este lugar había un genuino molino que no se dedicaba a convertir el grano en harina sino a elaborar pólvora destinada a varios usos. Seguramente se eligió este sitio por motivos de seguridad y sobre todo para aprovechar la fuerza motriz del agua que por aquella época era abundante y continua. Además, llevar la electricidad a la zona era demasiado caro y también resultaba peligroso utilizarla en un molino de estas características. La mayor parte del agua procedía de lamina de Puça de la cual manaba un caudal importante desde tiempos inmemoriales y que, en su camino hacia la Bassa Fonda, que servía para regar la rica huerta petrerense, se permitía el lujo de mover varios molinos que jalonaban la parte derecha de su cauce.
En ese contexto se transformó, a principios de los años veinte del pasado siglo, un molino harinero en otro destinado a la elaboración de pólvora. Estaba situado entre el Molí del Salt y el Molí del Turco (de ambos quedan también restos). Existe documentación referente a la creación de una sociedad que se dedicaba a la fabricación de pólvora destinada ala caza y a la carga de cartuchos para el mismo fin. La mercantil estaba formada por personas muy conocidas de la época: José María Tortosa Tortosa (abuelo de Pepe, Gabriel y Julio Tortosa), Enrique Montesinos Máñez “el Morenet”, Manuel Alemany Sevilla“el Maleno” y Dolores Alcaráz Arques “la Manca”. A tal efecto se habilitaron las instalaciones del molino y se construyó un polvorín para guardar el peligroso material. El sitio no podía ser mejor, se aprovechó una especie de abrigo natural para construir con grandes y robustos sillares de piedra un habitáculo para almacenar la pólvora. El lugar era de difícil acceso y estaba rodeado de roca por casi todas sus partes. Hoy, pese al tiempo transcurrido todavía se conserva parte de la construcción, tanto del molino como de los polvorines que estaban algo alejados del lugar donde se transformaba el salitre (nitrato de potasio) y otros elementos en el peligroso material.
La sociedad denominada“Enrique Montesinos y Compañía” no tardó en disolverse por cuestiones económicas y uno de los socios (José María Tortosa) continuó con la actividad durante poco menos de dos lustros. Concretamente hasta que estalló la guerra civil y las instalaciones fueron destruidas. Durante casi diez años funcionó como empresa familiar y del modesto negocio que llevaba por nombre comercial “El Cid” salió pólvora destinada también al alardo e incluso “pólvora de mina” utilizada en la fabricación de barrenos para voladuras.
El paso de los años ha ido deteriorando poco a poco las antiguas instalaciones. Hoy quedan restos del salto de agua que hacía mover los engranajes, los techos hace tiempo que desaparecieron y las paredes han sufrido el azote del abandono y también la fuerza del agua que baja brava cuando llueve en exceso. Hasta hace pocos años se conservaba algún mortero de piedra o antiguas canalizaciones labradas en piedra. En estas mismas páginas hemos dicho en más de una ocasión que sería conveniente que se guardaran algunos elementos que en su día fueron utilizados en los molinos, tanto en los harineros como en el de pólvora, por si alguna vez se reconstruye uno de los tantos que existían en la rambla de Puça. No obstante y desgraciadamente, conforme pasa el tiempo queda menos que conservar.