Hace apenas un momento despedíamos a Pilar Carratalá, amiga y compañera. Veo a Paula siguiendo a su madre, un par de pasos por delante de los demás, con el gesto firme, guiando a su familia y a todos nosotros, como sabiendo lo que hay que hacer y cómo hacerlo.
Y así también, como sólo las mujeres saben hacerlo, Pilar ha sido muchas personas distintas en una sola, y todo lo ha hecho a tiempo completo. Pilar ha sido madre a tiempo completo; ha sido esposa, hija y hermana a tiempo completo; ha sido compañera y amiga a tiempo completo; y también ha sido maestra a tiempo completo.
Pilar maestra. Entras en su clase y llegas a la calma, al sosiego. Las niñas y los niños la miran con mucho más que el cariño que se le pueda tener a la “Seño”. Ella los llama, los atiende, los mira, los escucha y les habla, los entiende y los quiere. Y ellos lo saben, no hace falta mucho más. Aprenden, avanzan, crecen y cuando tropiezan, cuando algo en sus vidas, en su día a día se complica, cuando se sienten inseguros, miran y saben que ella está allí, siempre pendiente. Entonces se tranquilizan, sonríen y siguen. “Serán el futuro”, dice ella.
Sale a recoger la fila y, enseguida, se arremolinan en torno a ella. Quieren tocarla y que los vea. Les sonríe y ¡voilà!, ha vuelto a pasar. Un gesto cariñoso y firme es suficiente para que la entiendan. Se forma la fila y la siguen, entran con ella, saben que los guiará.
Busca, siempre busca. Quiere que sean lo que son, niñas y niños. Pilar baila a su lado, les anima para que levanten las manos y se dejen llevar por las notas de la dolçaina y el tabalet. Hace calor, lleva la cara tapada con la carassa pero todos sabemos que está sonriendo, y cuando las gasas se levantan y dejan ver los rostros sudorosos de los pequeños, aparecen las sonrisas compartidas con la de Pilar.
Hoy Pilar tiene el gesto serio. Lleva unos días dándole vueltas a cómo conseguir que el niño nuevo se sienta acogido en su clase. O duda, porque la pequeña de ojos azules no avanza como ella tenía previsto. O sabe el porqué de los puños cerrados y el gesto adusto del de pelo rizado que tiene a su lado, algo pasa en casa y él todavía no lo entiende muy bien. Hace un momento, en el recreo y entre confidencias se lo ha contado a su “Seño”. Al escucharlo ella siente ganas de llorar, pero en cambio le devuelve una sonrisa, justo la que él necesita.
Uno tras otro, una tras otra, en cuanto oyen sus nombres, se acercan y comienzan a despedirse. Ha llegado el final de otro curso y las vacaciones les esperan. Todos saben, todos sabemos que Pilar les cogerá la cara entre sus manos, los besará y los abrazará, fuerte. Luego, antes de que se alejen para colocarse en su sitio, les sonreirá y ellos y ellas harán lo mismo. Así ha sido siempre.
En la despedida a Pilar alguien dijo que ella está en alguna parte, pero que no sabíamos dónde. Se equivocaba. Sus niños y sus niñas y todas las personas que hemos tenido la suerte de compartir un rato con ella, sí sabemos dónde encontrarla: en las sonrisas que la han acompañado y que la esperan.
De todo lo que somos, de todo lo que hacemos, de todo lo que decimos y sentimos hacemos partícipes a quienes nos rodean. De Pilar Carratalá tendremos siempre no una sola, sino mil sonrisas.