Resulta curioso comprobar cómo los políticos, según les interese o no, se acogen al resto de países de la Unión Europea a la hora de justificar medidas económicas impopulares como puedan ser la subida del IVA o la última Reforma Laboral. Cuando corren buenos tiempos para la economía o los telediarios se hacen eco de una noticia esperanzadora, por el contrario, se da por sentado que el mérito es de nuestros gobernantes. Esto recuerda al alumno que, ante un resultado brillante en un examen, comenta a sus padres: “ me he sacado un sobresaliente”; pero, a la hora de justificar un suspenso, la fórmula elegida es el clásico “el profesor me ha suspendido”. Imitar a Europa se ha convertido en una especie de garantía frente a las críticas, y con ello se nos transmite el mensaje de que los europeos se lo montan muy, pero que muy bien.
De ahí que España se haya sumado al controvertido Plan Bolonia, en un claro intento europeo por homogeneizar la enseñanza universitaria
entre los miembros de la Unión. Además, nuestros políticos se escandalizan siempre que se publican los resultados del famoso informe PISA, en los que España suele quedar por debajo de la media europea. Y entonces, ya saben: que si qué maravillosa es la educación en Finlandia, que si los niños alemanes ya van educados en usos sociales al colegio, donde únicamente se les enseñan contenidos, que si España, en comparación con los grandes países europeos, apenas invierte en investigación y desarrollo…
Y entonces todos nos preguntamos por qué la educación española sale tan mal parada en todos los estudios. Nos preguntamos por qué con tanto cambio de ley educativa se sigue repitiendo la misma historia. Pues bien, quizás el quid de la cuestión no resida en la Ley educativa de turno, sino en los horarios laborales que se dan en España. En el preámbulo de la LOMCE se alude al reconocimiento de los padres como primeros responsables de la educación de sus hijos; pero deberían explicarnos de qué modo unos padres pueden educar a sus hijos llegando a casa a las ocho,a las nueve o incluso a las diez de la noche. Si de imitar a los países donde, según nos cuentan, sí funciona la educación se trata, ¿por qué no aplicar la jornada intensiva? De este modo, los padres podrían estar en casa a las cinco o seis de la tarde y, en consecuencia, dispondrían de más tiempo para educar a sus hijos.
¿Quieren reconocer a los padres como los principales responsables de la educación de sus hijos? , pues denles tiempo para poder hacerlo. Con los padres trabajando todo el día, muchos alumnos, en sus largas tardes solitarias, son pasto del portátil, el whatssup, o la televisión. La cuestión es: ¿por qué se empeñan los políticos en fingir que les preocupa tanto la educación?