¿Es sostenible la movilidad de mi ciudad?

La celebración de los días sin coches, que han cobrado importancia ciudadana en los últimos años, y que se ha extendido por diversos lugares del mundo, es sin embargo una experiencia con cierta tradición. Ya en la primera crisis energética, en 1974, se impulsó la idea por la preocupación por el suministro de petróleo que conmocionó entonces a la opinión pública. La experiencia duró tan poco como la crisis petrolífera.

Pero volvió años después. El domingo 20 de septiembre de 1987 se celebró en toda Europa y con el patrocinio de la entonces Comunidad Europea una jornada sin coches. En Barcelona fue Amigos de la Bicicleta el grupo más activo, en Madrid Pedalibre promovió un «Pleno sin coches» en las puertas del Ayuntamiento.

La última oleada de iniciativas surge en la recta final de los noventa y se dirige especialmente a las jornadas cruciales para el tráfico: los días laborables, alertando sobre los problemas ambientales del automóvil y sobre la necesidad de cambiar las políticas de tráfico en las ciudades. De ese modo, tras el éxito de la convocatoria de 1999 en Francia e Italia, es la Comisión Europea la que apoya en 2000 el día europeo «¡La ciudad, sin mi coche!», el 22 de septiembre. Cada ciudad (sea Petrer, Elda, Monòver) que participa está obligada a limitar el tráfico en una zona determinada y a proporcionar ventajas para los medios de transporte alternativos (peatones, ciclistas y transporte colectivo).

Como la propia convocatoria del día sin coches de 1999 en Cataluña indicaba certeramente, el objetivo principal de este tipo de celebraciones es la auto-reflexión, es decir, la reflexión individual y colectiva sobre el uso del automóvil en la ciudad. Se trata por tanto de una propuesta pedagógica en el campo de la educación cívica y ambiental, cuyo propósito no puede ser otro que modificar la cultura del automóvil imperante. Es por ese carácter esencialmente cultural y didáctico por lo que las iniciativas actuales de las jornadas sin coche suscitan a la vez esperanzas y recelos.

Esperanzas, porque sin la modificación de las ideas dominantes en materia de movilidad no es posible ni siquiera la racionalización del abuso del vehículo privado. Pero recelos también porque no es de recibo hacer llamamientos a la conciencia de la gente sin simultanearlos con actuaciones que realmente restrinjan el tráfico de automóviles y estimulen los medios alternativos los restantes 364 días del año. La credibilidad de las jornadas sin coche y del discurso institucional que las soporta depende de que sean visibles los pasos de las distintas administraciones en esa dirección las políticas combinadas de push, estímulo de peatones, ciclistas y transporte colectivo, y pull, disuasión y restricción del vehículo automóvil privado.

 

 

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