El día 19 de junio de 2009, moría a los 89 años en Anantapur India, Vicente Ferrer. Fue el gran humanista que puso de pie en India, a lo largo de cincuenta y cinco años de trabajo con su Fundación : 40.000 viviendas, tres hospitales generales, un centro para enfermos de SIDA, 14 clínicas rurales, casi dos mil escuelas y centros de enseñanza, 120 bibliotecas, centros especiales para ciegos, sordos y disminuidos psíquicos, miles de pozos de agua, 2.300 embalses y tres millones de árboles frutales.
En 1952 Vicente Ferrer llegó a Mumbai como misionero jesuita.
Pese a que su cometido era acabar su formación espiritual, en su primera misión en Manmad, decidió salir a conocer a las gentes, saber de sus necesidades y ganar su confianza, tratando de dar solución al sufrimiento de los más pobres. Para ello puso en marcha entre los campesinos un singular sistema de trabajo, que despertó las conciencias y generó un gran movimiento de solidaridad. “El milagro de dar” consistía en una pequeña ayuda económica y el asesoramiento técnico necesario para obtener agua para los cultivos. Si al finalizar cada campesino devolvía lo prestado (sin intereses), el milagro se iba extendiendo entre toda la comunidad. Y ya no paró de trabajar para erradicar el sufrimiento de los más pobres de ese país. Muchas veces, su labor generó suspicacias entre los dirigentes políticos, aún mayores entre los mandamases de la Compañía de Jesús. No lo expulsaron de la congregación, pero sí de la India. Treinta mil campesinos secundados por intelectuales, políticos y líderes religiosos, se movilizaron en una marcha de 250 kilómetros para protestar. La primera ministra Indira Gandhi intervino con una solución salomónica. Ferrer se marcharía a Europa para «unas cortas vacaciones», y sería bien recibido de vuelta otra vez en la India siempre que cambiase de lugar de residencia. Ocurrió en 1968. Lo hizo casi un años después, en 1969, y se instaló en Anantapur (Andhra Pradesh), uno de los distritos más pobres del país. Ese mismo año dejó la Compañía de Jesús y creó, junto a quien será su esposa unos meses más tarde, la Fundación Vicente Ferrer.
Una de las primeras cosas que hacía era abrir un centro de planificación familiar, y practicar en sus hospitales la ligadura de trompas, ya que su compromiso era erradicar la pobreza, y con todos los hijos que ese supuesto dios te da, resulta imposible acabar con la miseria de los más pobres. Entre los muchos premios y distinciones que recibió destaca el Príncipe de Asturias de la Concordia, en 1998. En diciembre de 2008, recibió La Gran Cruz al Mérito Civil, concedida por el Gobierno. «Me duele tener tanta importancia», aseguraba al diario El País, este pionero de los cooperantes españoles. A su entierro asistieron, según cálculos provisionales de la Fundación Vicente Ferrer (FVF), más de 100.000 personas. La aglomeración de público hizo que el trayecto desde el campo central de Anatapur, que habitualmente, en motocarro no se tarda más de 20 minutos en hacer, se demorara hasta 2 horas. Ha sido enterrado en el municipio indio de Bathalapalli, uno de los centros neurálgicos de su obra social. Más de 300.000 pobres han acudido a la capilla ardiente de Vicente Ferrrer estos días, que fue despedido con una ceremonia muy simple y repleta de gente, que han reconocido los esfuerzos de este hombre, que creía que un mundo mejor SÍ era posible.
La iglesia católica española, con la Conferencia Episcopal a la cabeza ha guardado un escandaloso silencio ante la muerte de un hombre extraordinariamente bueno. Nadie de la jerarquía eclesiástica acudió al entierro de Ferrer en Anantapur. Fuentes de la CEE informaron de que no suelen hablar sobre los fallecimientos de cooperantes ilustres, cuestión que derivan a las ONG religiosas como Caritas o Manos Unidas.
Choca la actitud de dos formas de entender e interpretar la religión: una la de Vicente Ferrer, que fomentando los apadrinamientos dedicó su vida a los pobres, y otra muy diferente: La que practica La Conferencia Episcopal Española que, lejos de preocuparse de los problemas de los menos favorecidos, dedica su tiempo y esfuerzo a entrometerse en asuntos políticos (aborto, educación para la ciudadanía, matrimonios homosexuales, células madre, etcétera), sin respetar las decisiones del Parlamento. La Iglesia católica haría bien en preguntarse por qué la abandonan muchos de sus mejores miembros. Si un club de fútbol perdiera cada año a sus mejores jugadores, ese club tendría que llegar a la conclusión de que algo está haciendo mal en su programación deportiva. Y algo así le está pasando a la Iglesia católica, sobre todo por su obsesión patológica con el celibato y con el sexo. Y a todo esto ¿qué opinan los católicos de base, los de la HOAC y demás comunidades que se proclaman progresistas? Parece que en este punto hemos entrado en el silencio, pero no en el de los corderos. Estamos ante el silencio de los borregos, que callan y sostienen este entramado milenario. Un último apunte, que de seguro molestará a esta iglesia de jerarquías, lujos y oropeles, a Vicente Ferrer le despidieron, los niños y niñas del coro cantando: ‘Maku Athadu Devudu’ (Él es un Dios para nosotros).