Dejan el vehículo (casi siempre una moto, más manejable y rápida en estos terrenos) a dos o tres kilómetros, y al oscuro abrigo de la noche, se internan sigilosamente en lo profundo del bosque. Conocen perfectamente el terreno y a su presa y se mueven con el viento de cara. Al poco, identifican a su víctima, casi siempre un macho de tronío, el ejemplar más grande y sobresaliente de la manada. De su ropa de camuflaje sacan las partes del arma monotiro que portan, que montan en silencio y en la oscuridad. Le añaden un silenciador y apuntan. Disparan (el tiro se oye en un radio muy reducido) y no fallan; el resto de la manada se dispersa, la víctima yace abatida. Nuestro protagonista entonces saca una navaja montera, afiladísima, y se aproxima a la pieza, decapitando al animal. Una hora después de haber llegado, ya se están yendo. La única prueba de su presencia, el cadáver sin cabeza. Así son y así trabajan los furtivos en el Paisaje Protegido de la Sierra Maigmó-Cid.
Las fotos que acompañan al reportaje, tomadas dentro del territorio del Paisaje Protegido e inéditas hasta ahora, no dejan lugar a dudas. Y no es un hecho aislado, desde la publicación tenemos constancia de al menos casi una decena de casos en el último año: el furtivismo está creciendo. Un furtivismo, además, que tiene todos los ingredientes de la caza más rancia y vacía, alejado de esa idílica visión de «Robin Hood» de pasadas décadas que acompañaba a la actividad: ahora es ejecutada por auténticos profesionales sin escrúpulos que matan, en muchos casos a sueldo y por encargo, para que un tercero pueda jactanciarse de la medalla -trofeo de caza- y del brutal «adorno» en el salón de su casa.
Los furtivos, además, se sienten impunes. A la dificultad de vigilar una extensión de 15.842 ha, la que ocupa el Paisaje Protegido, se le une el hecho de la evidente superpoblación de arruís en el paraje, que hace imposible a guardas forestales y otros profesionales encargados de velar por el entorno prestar atención a todos los puntos de interés. Además, a los furtivos tampoco se les escapa los terribles problemas financieros de la Generalitat -responsable del Paisaje-, que han llevado a suspender, por ejemplo en este verano, la labor de la Brigada del Paisaje Protegido, la unidad creada ex profeso en 2007 junto a la declaración de protección del entorno. Simplemente, los furtivos, en ocasiones organizados en auténticas mafias, están mejor equipados y preparados que quienes han de detenerlos, y suelen contar con elementos de apoyo -«encubridores», como denuncian en lo ancho de la geografía española muchas asociaciones ecologistas- para evitar ocasionales dispositivos de SEPRONA u otros organismos.
Por si fuera poco, y a no ser que sean cazados in fraganti, es difícil probar que tal o cual persona ha perpetrado el hecho. Y en caso de poder probarlo, la pena legal es tibia, tanto que a muchos de estos furtivos les vale la pena correr el riesgo. Así las cosas, muchos propietarios de fincas, y excursionistas y montañeros, en nuestro término y otros del Paisaje Protegido, se han encontrado esta estampa bárbara en sus salidas por el entorno. La sensación de intranquilidad entre ellos es enorme; recientemente nos contaba un montañero, que prefiere mantener su nombre en el anonimato, cómo se escondió en unos pinos tras escuchar un ruido sordo y ver a una persona, rifle en mano, cerca de su posición. «Pensé que si me veía, igual no se lo pensaba», nos confesó. Este amante de pasear bajo la luna ha decidido buscar otro hobby en estas tórridas noches de verano.
El arruí es la presa predilecta, pero en un entorno que cada vez presenta más ejemplares de muflón, e incluso ciervos, parece sólo cuestión de tiempo que extiendan sus intereses hacia estas especies. Así, uno de los grandes méritos del paisaje, la vida en libertad de estas especies salvajes, se está convirtiendo también en un fomento y en una de las máximas dificultades a la hora de controlar estos actos bárbaros e ilegales.
La impunidad lleva a la ruina moral
El problema es más dramático cuando desde la Generalitat, conscientes de la superpoblación de arruís, conceden periódicamente licencias de caza de ejemplares para controlar la especie. Si la idea, para el cazador, es abatir una de estas especies, puede hacerlo, cumpliendo unos requisitos, por medios legales, pero ello no le asegura que sea un ejemplar de trofeo, que es lo que se busca. Y tampoco le asegura la adrenalina y la sensación de peligro, porque ciertamente nos hacemos eco ahora de un fenómeno inquietante, acaso una perversión que se está poniendo de moda. Nos han contado varios cazadores, que reprueban estas prácticas, que conocen «a otros» que se animan -o lo han hecho alguna vez- a estas matanzas nocturnas por el simple hecho de vivir esa sensación de peligro e ilegalidad. Esta variante de furtivos podría cazarlos legalmente, pero esa sensación de impunidad antes mencionada les lleva a estas acciones.
¿Qué hacer para cambiar esta inercia? Desde una denuncia en el periódico -como hoy hacemos- hasta una mayor educación y concienciación general son imprescindibles, pero, en opinión de gestores públicos, ecologistas y propietarios, «sin más medios materiales y humanos parece seguro que esta práctica lucrativa -hasta 6.000 euros por una medalla de oro- va a seguir en el futuro».
A mi me preocupan mas los incendios, pero es que al perro flaco todo son pulgas
Hay que ser cobardes y tener la mente y la picha pequeña para hacer estas crueldades. Si se aburren o quieren emoción que se metan al circo,PAYASOS.
Nos tiene que preocupar todo lo que ocurre en nuestro entorno, el furtivismo, incendios, vertidos y demás agresiones denotan no solo la falta de una población mas respetuosa si no también el completo abandono que sufre nuestro entorno por parte de la administración y aquí no vale la falta de presupuesto, aquí ya lo único que nos vale son la dimisión de todos los políticos vampiros que cobran sin hacer nada y sin tener ningún tipo de responsabilidad ni conciencia.
Si hay dinero detrás es la historia de siempre pero eso de matar por el placer del «peligro» es repulsivo. Esta sociedad está ENFERMA, a donde mires, y cuanto antes pete todo, mejor. Somos el 99%!!!
la única justificación que tenia el furtivismo tradicional era el hambre.
Cazar furtivamente para comer es una cosa y cazar furtivamente por diversión , otra.
Y dá la casualidad , qué los furtivos que operan en nuestros montes, por la información que tenemos (aunque no es contrastable) no son precisamente, gente que pase hambre, sino más bien gente adinerada, que dispone de «quads» (ojo si veis uno de color negro bastante grande en especial),de motos todo terreno de gran cilindrada, de visores nocturnos de cámaras espias,de rifles especiales desmontables de pequeño calibre, de silenciadores etc.
Esta gentuza, lo único que está haciendo es destrozar la labor de otro colectivo, el de los verdaderos cazadores, que están todo el año, cuidando sus cotos, intentando conseguir que los arruis existentes alcancen su máximo desarrollo , con la única finalidad de que el precio que se cobra por abatir los trofeso repercuta en la mejora de las condiciones de nuestro habitat (construccion de charcas, siembras etc.