La principal «inversión» que el ayuntamiento realizará en 2013 en el municipio, tal y como ha quedado consignado en los presupuestos generales, será la reparación de urgencia de la Ermita de San Bonifacio. No es la primera vez que los muros de la plaza se vienen abajo, como prueba esta imagen y esta historia, escrita por Concha Romero para la revista Petrer Mensual número 3 (marzo de 2001).
La historia popular de este mes primaveral, llega de la mano de Remedios Navarro Navarro, ella vio caer desde el mirador de la ermita de San Bonifacio a un agente de la Benemérita que tuvo la mala suerte de pasear en un momento inoportuno por este bello rincón del casco antiguo. Los hechos sucedieron hace más de treinta años, era mediodía, en casa de Remedios situada en la calle Calvario se recibió la visita de Luis «el de Pebrella», un amable vecino que advertía del desprendimiento de varias piedras desde el mirador de la ermita hacia el vacío de la antigua cantera de la que se extrajo durante años el material necesario para construir muchas carón habitadas por muchos inmigrantes procedentes de las comunidades castellana, andaluza y de La Mancha.
Luis hizo hincapié en que se tuviera mucho cuidado de no asomarse al patio, pues según había observado el muro de contención construido sobre las enormes rocas se encontraba deteriorado y el riesgo de algún desgraciado accidente era bastante probable. El diligente vecino, optó sin otros preámbulos, por avisar también a los guardias civiles que por aquellos años ocupaban el cuartel anexo al pequeño templo religioso. Remedios, en ese mismo momento miró desde el interior de su casa en dirección a las rocas que sostienen el pequeño mirador, y vio aterrorizada, como un hombre, en este caso un guardia civil, se desplomaba en medio de una nube de polvo y piedras.
Todo ocurrió en pocos segundos, pero todavía le dio tiempo a Remedios para invocar una rogativa igual de rápida como el tremendo golpe que sufrió Expósito, el guardia civil: «¡Sant Bonifaci que no se mate!», fueron las palabras pronunciadas. Expósito todavía vive plácidamente, lógicamente ya retirado, en el barrio del Guirney. Pese a la espectacular caída de unos treinta metros aproximadamente, el agente no sufrió heridas de gravedad, dicen que no tuvo ni una fractura. Quizás, la cercanía de la ermita y la protección de un santo, que curiosamente ha estado en el candelera desde la aparición de esta publicación mensual, salvó a Expósito de una muerte casi segura o en el mejor de los casos de unas secuelas irreversibles. Lo rescataron de entre las piedras inconsciente, una camilla lo trasladó hasta el centro hospitalario más cercano donde lo atendieron de numerosas contusiones que no revistieron mayor gravedad. El suceso causó estupor entre el vecindario y días después en todo el pueblo, todos comentaron la espectacularidad de la caída y la buena suerte del señor Expósito. Algunos días después del accidente se procedió a reforzar el muro por donde se había «colado» el guardia civil. Curiosamente los dos personajes de este relato nunca se han conocido personalmente, ambos vivieron un suceso dramático que les quedó muy marcado en su memoria, afortunadamente la historia tuvo un final feliz.