“En la lucha entre uno y el mundo, hay que estar de parte del mundo”
“Mi testamento será muy sencillo. En él te pido que lo quemes todo”
¡Hasta para desaparecer es necesario ser un artista! Incluso la huida tiene una teoría, pero hace tiempo que alguien la extravió… Él conocía esa extraña estirpe a la que bautizó como Artistas del Hambre. Hasta les dedicó un relato. Pero no conocía a los Artistas del Desvanecimiento. Y, por eso, sólo pudo ser un aspirante. Por suerte para nosotros, al final, sus escritos han llegado hasta nuestros días, esas hojas (o “garabatos”, como él mismo los denominaba) pergeñadas en alemán, aunque él fuese checo, que deberían haber sido destruidas por Max Brod, su albacea, si éste hubiese cumplido con la voluntad del escritor. Pero ya se sabe: uno no puede fiarse ni siquiera de su albacea…
Consiguió que desapareciera su voz, cuando, en aquella Navidad de 1923, detectada en su laringe la tuberculosis que, finalmente, le causaría la muerte, los médicos le prohibieron hablar. Se encontraba ya en el sanatorio de Kierling (Austria), último refugio en el que intentaría recuperarse, pero no fue posible. A partir de aquel momento, Franz Kafka (1883-1924) se comunicaría solamente mediante palabras escritas, lo único que se le había dado bien a lo largo de su vida. Poco quedaba ya de aquel joven agente de seguros, licenciado en derecho, al que gustaba declararse a mujeres ingenuas con las que nunca se casaría. Dicen que tuvo un hijo con una de ellas, un niño enfermizo que moriría con tan sólo siete años. Kafka nunca lo supo.
Pero antes que recordar todo esto, preferimos imaginar al joven Kafka, viajando en tranvía por las calles concurridas de Praga, cuando aún no había pasado a la posteridad, cuando aún ni siquiera deseaba hacerlo. El pobre Kafka era un chico raquítico, con pinta de murciélago. Por eso, siempre se sintió inferior a su padre al que le dirigiría su Carta al padre, escrito publicado póstumamente. Pero todo el mundo sabe que entre Kafka y su padre siempre hay que estar de parte de su progenitor (¡sólo hay que ver la pinta del pobre Franz en las fotos familiares para saber que ese chico no era normal!).
Pero quizá ese tímido muchacho ha captado el espíritu de nuestra época mejor que ningún otro literato expresando la alienación, la angustia vital del ser humano moderno. Obras como La metamorfosis, El proceso, América o El castillo han cambiado nuestra manera de ver el mundo. Aquellos que hemos degustado sus escritos con deleite no podemos levantarnos cada mañana sin temor a vernos envueltos en un juicio absurdo del que desconocemos la causa o a habernos convertido en un escarabajo. Sin embargo, a pesar de la angustia que puebla la obra de Kafka, también podemos encontrar un punto de ironía en sus escritos. Sus amigos dijeron que Franz disfrutaba interpretando sus obras a viva voz y riéndose de ellas. Quizá por eso Max Brod nunca tomó en serio su proposición de quemar su obra cuando muriese. Con Kafka nunca se sabe…
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