*Nota: Reseña publicada en la revista Alborada número 50 (2006)
Varios autores. Colección Quadernas po(é)ticas. Triquiñuelas de Artes y Letras, 2006, 48 páginas.
En un tiempo tan dado a las antologías poéticas -más o menos personalistas, de grupos generacionales, tendencias, etc.- proclives casi siempre a estructurarse más contra algo que a favor de alguien, se agradece una muestra desinteresada, sin pavoneos de nueva escuela y en favor tan sólo de los 11 novísimos poetas eldenses que en ella se dan cita. Apoyados por la concejalía de Cultura y avalados por Evangelina Lorenzo, los autores nos proponen, con sus instantáneas poéticas, un recorrido por su mundo interior -sus vivencias, anhelos, emociones, sentimientos.,.- y que los une, de forma muy diversa, al entorno en que se encuentran. Este rasgo, la diversidad de propuestas en la individualidad de cada una de sus voces, quizás sea el más emblemático y digno de reseñar en todo el conjunto. No se trata de eclecticismo, sino de relectura y acogimiento a la tradición, o tradiciones, más acordes con la propia vivencia. Esta forma, por sí sola, de entender y actualizar las tradiciones heredadas ya nos los muestra muy presentes y actuales.
De Vicente Llorente llama la atención su original mirada -de un onirismo sabiamente contenido- y su dominio del ritmo, tan eficaz para transmitirnos esa mirada. «Con los ojos por semillas/ para levantar el vuelo/ uno apenas necesita/ aliento libre del viento» nos dice en el poema con que se abre el libro después de preguntarse qué podemos hacer «sino invocar la ternura/ para inventar mil caminos». Muy diferente es la voz de Damián Varea, quien en la línea de Jorge Riechmann nos muestra una poesía de corte realista, cruda por momentos, y siempre reivindicativa. La de Leticia Leal es una de las voces más intimistas del libro, aunque no exenta de crudeza y desgarro. No en vano su texto «Se me va de las manos» bien podría ser un diálogo intertextual aunque con un sentido casi opuesto con otro bellísimo -«La caricia perdida»- perteneciente a Alfonsina Storni. Álex Bohe, heterónimo de Alicia G. Núñez, nos presenta con lenguaje coloquial y un ritmo muy ligero -basado en el verso breve y una sutil asonancia- sus desvelos amorosos, su deseo insatisfecho. Así por ejemplo, rondando la copla, leemos «Y, ya ves tú,/qué sortilegio éste/el de los enredos/ de tu cabello./ Y, ya ves tú,/qué tontería ésta/ la de quererte así en silencio». Mucho más sosegada es la voz existencial de Vicente Beltrá, para quien «Deberían enseñarnos desde pequeños a escuchar/ esas voces que todos llevamos dentro». Menos representados que estos cinco poetas, de quienes se recogen 3 ó 4 poemas, están los seis restantes que aparecen en la sección del libro titulada «azotea (donde se tienden al aire más versos)», representados con uno o dos poemas cada uno de ellos. Interesante el único poema -«soledades encendidas»- del acrónimo «az», tan alegórico, dinámico y evocador. No menos interesantes son el lúcido poema de Grima, los de tono anhelante de Ana Dolores Verdú, Máverich y Ángel Luis Maciá, así como el sentir existencial de los dos textos de David Bellot.
Paseo pues de la mano de estos «auténticos héroes en estos tiempos en que la comunicación inventa expresiones para ocultar, engañar y dividir», como se dice a modo de epílogo al final del libro; estos héroes que son los poetas y que generosamente nos entregan lo que reciben, ese don que nos dona su aliento, esa voz hecha de voces, voz al fin en la que todos nos reconocemos. Paseo al que si algún pero hubiese que ponerle es el de lo exiguo de la muestra, aunque -siendo difícil valorar con tan pocos textos- se intuye el vuelo de algunos de estos poetas, a quienes un vasto cielo abierto les espera.
Ayuda, finalmente, a disfrutar de este poético paseo el impecable diseño del volumen y cuyas fotografías, de Jairo Arráez, tanto contribuyen a estimular y despertar el imaginario que, como larva o semilla, habita en estos poemas.