Escritos de un joven indecente XXV: Una llamada inesperada

Eran las cuatro menos cuarto de la madrugada.
Estaba apurando la última calada
de su octavo cigarro.
Escribía un relato
en el que un escritor,
que llevaba poco tiempo en el oficio,
se había enamorado de la protagonista
que él mismo había creado.

Bebía vino tinto en una copa sucia
y la salada brea
de la mar de Altea
se colaba por la ventana entreabierta
como un espectro veneciano.

Sonó el teléfono.
Un número desconocido.
No solía contestar a esas llamadas
pero esta vez sintió la necesidad de descolgar.

-¿Sí?-, preguntó extrañado.
– Hola, … Pablo-

¡Esa voz!…

Esa sensual voz…
Después de tanto tiempo…
Su timbre seguía siendo
suave y enternecedor pero sonaba distinto.

Pablo tardó en contestar.
Cerró los ojos,
apretó fuertemente los labios
y una llameante lágrima
descendió por su cadavérico rostro.

Respiró profundamente…

-…Hola…-, contestó casi susurrando.
– ¿Qué tal estás?-, preguntó ella.
Pablo no sabía bien qué decir:
-Vivo. Sigo vivo como te prometí-,respondió.

Pablo seguía muy nervioso.
Su boca se ahogaba intentando
coger aire a la vez que tragaba saliva.

La carótida izquierda provocaba el seísmo
en su cuello hinchado
y no podía parar el movimiento repetitivo
de su pierna derecha que casi parecía un espasmo continuado.

-Me alegro de oír eso-, dijo ella con voz tranquila.

Hubo una pequeña pausa.
Él sacó fuerzas de sus recuerdos:

– ¿Y tú, …cómo estás tú?-
-Bien, yo estoy bien – , se apresuró a responder.

De nuevo un silencio, esta vez un poco más largo.

-¿Qué quieres? -, preguntó con tono educado.
– Pues…, quería contarte algo-
-¿Algo? Bueno, algo ya es algo. Después de más de dos meses sin saber de ti…-
-Pablo, esto es muy difícil para mí, por favor escúchame. Por favor… -dijo angustiada.

Pablo esperó a que ella hablase.

-Escucha…llevaba unos semanas encontrándome muy mal,
creía que era por culpa de esos achaques míos, ya sabes…
Fui al médico para hacerme una analítica, como de costumbre -, explicó.

Él se asustó, sus pupilas se dilataron.
Tragó saliva y pensó lo peor.
Durante el tiempo que duró su relación
ella había padecido dolores muy graves
que le impedían incluso moverse de la cama.
Rabiaba de dolor y apenas se le podía tocar:
Fiebre,
jaquecas,
dolores en el pecho…
En alguna ocasión la habían ingresado en urgencias;
le hacían pruebas,
extracciones de sangre
pero nunca conseguían dar con un diagnostico claro.

-¿¡Estás bien!? -, dijo asustado.
-Sí, sí…Estoy bien, Pablo- , contestó apresurada.
-No es nada malo, de hecho esta vez encontraron el motivo-, añadió.

Pablo suspiró aliviado.
-¿Qué te han diagnosticado?-, preguntó algo más tranquilo.

Ella tardó en responder.
Se pudo escuchar cómo cogía aire y derrumbándose exclamó:

-Pablo,… estoy embarazada-

Pablo quedó paralizado.
Durante unos minutos dejó de respirar.
Miraba fijamente, con los ojos inmóviles,
la última frase que había escrito en su relato:

«Suenan doce campanas y un disparo».

Veía parpadear la barra vertical en la pantalla del ordenador
al final de la palabra
«disparo».

-¡¿Qué?! – gritó incrédulo.
-Que estoy embarazada-, repitió llorando

Pasaron unos minutos,
unos minutos eternos…

-¿Embarazada?-, insistió en voz baja.
– Sí, Pablo…va a ser padre-.

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