En una pequeña habitación,
rodeada de libros,
con la lámpara del escritorio
iluminando su rostro
de invierno
y con los astros cobrizos
que la irradian
declinándose,
absortos por el don
de su dueña
al resucitar lenguas muertas.
Así se encontrará
La musa de Pavese.
Nieta de Remo y Santa Catalina,
numen de da Vinci, Miguel Ángel,
Tiziano, Botticelli, Caravaggio,
Pasolini,Visconti, Fellini,
Bertolucci
y pretendida,
sin éxito por Pirandello.
El final se ensaña con aquellos
que desean poseerla
y es que en la desesperación
que lleva al suicidio
la última imagen que viene
a la mente de los POETAS
es
ELLA:
Su rostro santo
en el que dormirse.
Sus sagaces ojos
para navegar entre su inmensidad.
Su discreta y firme nariz
que se alarga
hasta sus acarminados labios…
Su largo cuello,
(la senda hacia el edén)
que lleva hasta sus pechos.
Cúpulas de carne,¡paz y carne!;
dulces pechos
dúctiles entre mis finos dedos,
mi vivaz boca
y mis dientes inquietos…
Cúspides
que reposan sobre
su suculento cuerpo
y en su centro
¡el vientre!
Nido de vida,
concha en el océano
de la estación divina
entre la primavera
que se desprende de su simiente.
Aureolado himen,
¡victoria ante la NADA!
volcán de Eros,
epicentro de su cadera de universo…
Por desgracia
yo todavía VIVO
y no soy poeta.
Sólo me limito
a imaginar su imagen
como un buen siervo
del Romanticismo,
movimiento
del que me alejo
pero en el que milito
por convencimiento.
Pero debo agradecerte,
amada Musa de Pavese,
que hayas habitado
entre estos versos
pues te he sentido cerca
al re-crearte.
«VERRÀ LA MORTE
E AVRÀ I TUOI OCCHI»
escribió El Maestro cuando
la NADA opacaba sus pupilas
pero a mí
sólo me queda esperar
la
MUERTE
sabiendo que no vendrás
a verme.