Escritos de un joven indecente (LXII): sin testigos

LXIISábado 28,
son las 22:48
y estoy escuchando
los truenos
desde mi escritorio.
De nuevo
es fiesta en el pueblo
y yo ESCRIBO
refugiado
en el estudio
para contar
no sé bien qué,
para gritar
‒te quiero‒,
en silencio,
para llorar a solas,
desconsolado,
pidiendo ayuda;
en esta especie
de liturgia
que se asemeja
a escribir una carta
y lanzarla a la MAR
sin saber si alguien
leerá esas PALABRAS,
sencillamente
por la NECESIDAD
de salvarme
de mí mismo.

Es cierto
que tal vez
no lo haya elegido,
sino que es algo
AUTOIMPUESTO
por el EGO
que me mantiene
atrapado
en el PESIMISMO
más tardío.
El que me hace
tener MIEDO
a viajar
como los guerrilleros
sabiendo
que a cientos
de kilómetros
no poder sentir
la PATRIA,
que es un abrazo
o un BESO,
terminaría
por matarme.
Y es que sigo
creyéndome
menos que el resto
de los otros «hombres»
porque
sigo huyendo
de la muchedumbre,
porque aunque
el AHORA,
(pretérito imperfecto
de la pasión),
sea perfecto
para VER
La Verdad
del SER,
mi corazón,
tiembla
al no imaginar
la VOZ
serena
en un futuro
incierto.
Qué será
de NOSOTROS
cuando la LUNA
llena
amanezca
partida
en la misma
NOCHE…
Quién acariciará
mis sienes
cuando
los relámpagos
habiten
en mi cráneo…

TODO
entonces
será polvo
y recuerdo.
Me inundará
el SINTIGO
y es que quien
me probó
sabe
que del CIELO
al INFIERNO
hay un VERSO,
una palabra,
una coma,
unos puntos…
suspensivos
y tienen
el defecto
de provocar
una sonrisa
por cada
cien
lágrimas
derramadas
en los OJOS
de aquella
que tal vez
perdone
algún día
pero no olvide
en mil NOCHES
los brotes
esquizoides
que ha sufrido
por mi culpa.

Sentirse VIVO
tiene un precio
sólo al alcance
de los POBRES:
La poesía
y sus circunstancias…

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