Una nariz,
que para el resto
de los «hombres»
pasaría desapercibida,
es para un POETA
una columna
hermosísima;
recta
y estrecha
−como un desfiladero
iluminado
por el halo
de plata
que es la luna−
capaz de
destronar
a la mismísima
Cleopatra.
Unos labios,
para «otros»,
son unos labios.
Pero para
el que escribe
tras haberlos
BESADO,
son astros
menguando
en horizontal,
finos
como el filo
de una navaja
afilada
capaces
de cortar
(como tal)
el ALMA
del que los
ha probado.
Y yo he besado,
mordido,
lamido,
gemido,
salivado
y aullado
en ellos.
Unos pechos,
para los mortales,
son carne
excitante.
Para los inmortales
son lápidas,
cumbres,
fuentes,
símbolos…
El TODO
desde donde
el POETA
nace,
crece
escribe
y quiere
MORIRSE.
Son su estandarte,
su PASIÓN,
su debilidad…
Daría
mi vida
por volver
a morder
esos senos
discretamente altivos
con pezones
de piedra
y algodón
que se comen
y NUNCA
pierden
el sabor
a SEXO.
Los pechos
son los templos
que condecoran
un CUERPO,
su CUERPO
de MUJER,
el que conduce
al vientre,
oasis
para derramarse,
estanco
de la VIDA
entera
donde la cadera,
universo
de VERSOS,
lleva a las puertas
del CIELO.
El cielo
que penetro
y por el que muero
y me derrito
como las gotas
de sudor
que se derraman
por las interminables
piernas
de aquella
que me trató
como a un marinero
y me dijo:
−te quiero−
La he descrito
sabiendo
que me dejo
lo más importante,
pero debo
decirle
que cuando conozca
su ALMA
pintaré sus ojos
y entonces
la humanidad sabrá
que la LIBERTAD
no pertenecerá
NUNCA
a NADIE
más.