Bueno, aquí va la historia legendaria, que casi se remonta a los tiempos prehistóricos, exactamente a los mitológicos. Venus Afrodita, la diosa del amor y de la hermosura, en correspondencia a cierto señalado servicio, había entregado su mano a Vulcano, el dios del fuego; pero esta unión no fue feliz, porque Vulcano era extremadamente celoso, y Venus liberalmente pródiga en sus gracias y sus afectos.Para verse libre de la celosa vigilancia a que estaba sometida, Venus, conocedora de las virtudes soporíferas de la mezcla del azafrán con el pescado, ideó un plato que presentó a su esposo para regalarle, en realidad para adormecerle y aprovecharse de su sueño, y así poder descuidadamente entregarse a sus amorosos devaneos.
La cocina griega alcanzó tal esplendor, que no pudo ser superada por los romanos. Atenas tuvo cocineros ilustres, y escritores que produjeron abundante literatura gastronómica-culinaria, como Archestrato, que recorrió el mundo estudiando las costumbres y usos de la mesa; y muchos más, ilustres, cuyas obras perecieron en el incendio de la biblioteca de Alejandría.
Los cocineros eran verdaderos personajes, y les bastaba el hallazgo de un solo plato afortunado para conseguir la celebridad y la riqueza. Antes del periodo de grandeza, los griegos se alimentaban casi exclusivamente de pescados, crudos o salados y secados al sol. Aunque con algo de retraso con respecto a otros pueblos, siguen el proceso evolutivo de la civilización: el aprovechamiento del fuego, que en un principio solo les sirvió para calentarse, y que un día, deliberada o inconscientemente, acercaron a él los pescados y los asaron, más tarde, hicieron una oquedad en la piedra y los cocieron; un paso más, y, con los alfares surgen las ollas de arcilla cocida; otro, y aparece la Kakkabé, el caldero metálico.
La aparición del caldero marca el punto de arranque para el establecimiento del entronque de nuestro plato con su ancestral helénico.
Por fortuna se hallaban rodeados de tales dones con que la naturaleza les había favorecido, que no tenían más que dirigir su mirada alrededor, para hallar remedio a su mal. La península helénica y las numerosas islas del mar Egeo se hallaban sembradas de olivos que les producían gran cantidad de finísimo aceite, la maravillosa planta del ajo, proviniente de Egipto, se daba casi espontáneamente en el suelo griego.
Apreciaban las multiples aplicaciones que para usos medicinales y para la cocina tenían los estigmas tostados de la flor del azafrán, así como el tónico y estimulante perejil. De la India les había llegado el aromático laurel, con el que coronaban a sus héroes y poetas y les servía para sus estofados; en los montes sagrados de la mitología griega, el Parnaso, Helicon y en el Himeto, crecían el hinojo y el tomillo, las plantas aromáticas por excelencia. Con fino instinto culinario supieron ver su utilidad para romper la monotonía de sus guisos de pescado, y fueron echando en el caldero los tales maravillosos elementos, dando por resultado la obtención del plato sabrosísimo, que, desde hace tres mil años, viene haciendo las delicias de los aficionados al buen comer.
También en una parte considerable de la costa alicantina, los pescadores en sus barcas vienen echando en el caldero, pescados, aceite, ajo, azafrán, perejil… Van transcurridos veinticinco siglos y «caldero» continúa llamándose hoy día, el plato que en caldero se guisa,
Ya conocemos algo más sobre el origen de este afamado plato, en la 2ª parte os termino de contar su evolución y la receta antigua del Arroz abanda.