*Nota: Artículo publicado originalmente en la revista Petrer Mensual nº 27 – marzo 2003
Buscando en mi memoria otros colectivos interesantes de los años cuarenta, hallé quizás, uno de los más interesantes: el equipo sanitario. Se componía de dos médicos: don Luis Sempere y don Antonio Payá, una comadrona, doá Josefa Verdú «Doña Pepita» y dos practicantes, doña Dolores Maestre «Doloretes» y don Francisco Sempere «Paco el practicánt».
En primer lugar y para que no se me olvide, ruego se tome en consideración a quien competa, dedicar una calle a cada unos de los practicantes, los médicos y la comadrona ya los tienen. Mi argumentación es simple y llanamente que sus méritos y petrolanquismo son indiscutibles.
Prosigo. Debo decir y digo que todo este equipo eran profesionales natos, distinguidos con matrícula de honor VOCACIONAL.
Las 24 horas del día estaban de servicio a domicilio incluido para todo el pueblo y muy raramente desviaban pacientes a establecimientos más cualificados, primero por su amor propio y profesional y segundo porque apenas existían.
Tanto don Luis como don Antonio, eran super aventajados en psicología. Entrar en su consulta, dos preguntas y una mirada pro-funda, diagnostico al canto. Téngase en cuenta que la mayoría de enfermedades de la época las producía el HAMBRE.
Se les conocía como médicos de cabecera y eran como el médico de nuestra propia casa, es más, pienso que hasta formaban parte de nuestra familia, pues al margen de conocemos por fuera, eran los únicos que también nos conocían perfectamente por dentro.
Los servicios que realizaban en sus consultas eran tantos que enumerarlos nos llevaría mucho tiempo y espacio.
En esta misma década se puso en marcha la Seguridad Social. Hasta ese momento, como complemento a la paga municipal, los médicos de cabecera tenían un concierto voluntario con sus clientes llamado IGUALA, consistente en la paga de una cuota mensual a cambio de las atenciones sanitarias que se necesitarán.
Afortunadamente, tanto don Luis como don Antonio dejaron sucesores, el primero a su hijo y nieto doctores Sempere y Navarro, y el segundo al doctor Payá. De casta les viene.
Hablar de doña Pepita, por más que me esfuerce me quedaré corto, ayudó a nacer a dos generaciones completas de petrolancos y parte de la tercera. Con gran satisfacción celebro encontrarme junto a mi esposa y hermano entre los premiados. La conocí mientras estuvo entre nosotros y siempre vi en ella una mujer especial con porte de gran señora.
En cuanto a la labor de los practicantes, además de ser importantísima, fue durísima, principalmente al coincidir con el descubrimiento de la penicilina que se administraba cada tres horas. De heroico podríamos calificar el comportamiento de estos dos profesionales, atendían a todos los pacientes, la mayoría en sus domicilios. A su llegada tenían preparado el alcohol, algodón y cerillas en un plato pequeño. Ellos sacaban el recipiente donde desinfectaban las agujas al son de un diálogo familiar y ¡¡Zass!!. Hasta mañana.
Finalizaré esta narración, dedicando a todo este equipo una frase que no se de quien es pero me gusta mucho: «Amantes de su destino que lucharon por el bienestar ajeno».
Recuerdo todavía cuando venia el médico a casa, en mi caso era Don Luis.
¡Que tiempos aquellos!
Bueno,tengo que decir que en mi caso eran los últimos años de los sesenta.