*NOTA: Artículo publicado originalmente en la revista Festa 2007.
Cuando se acercan las navidades los colegiales disfrutan de dos largas semanas de vacaciones, iniciándose en vísperas de Nochebuena y finalizando en la festividad de los Reyes Magos. En esos entrañables días siempre me viene a la memoria una pequeña travesura, o tal vez, una inolvidable proeza que recurdo con simpatía y gozosa nostalgia acaecida en los años de la más inocente e ilusionada pubertad. Hace tiempo que esta anécdota infantil la tenía escrita a medias y finalmente he decidido terminarla, precisamente, en la noche del 5 de enero de 2007 después de la Cabalgata de los Reyes Magos.
Todo empezó los días previos a una Nochevieja, mi madre, Concha, le dijo a mi cuñado: Paco, qué vols que fem de sopar en la nit de Cap d’Any? Le contestó de forma contundente: Pa torrat ixulles! Y de postre, con toda seguridad, degustaríamos un jugoso melón que previamente, como cada temporada, Tista el Sevilet, mi padre, escogía de la cosecha, con esparto hacía una especie de lazo, lo llamaba melonera; en su interior introducía el melón, le solía ayudar a colgarlos de las fustes de las paredes y de las vigas de madera del techo de la cambra de la casa «Chapus» en Salinetas, con la finalidad de que se conservaran y posteriormente catarlos durante las fiestas navideñas. En esa Nochevieja de mi infancia recuerdo que estábamos alrededor del calor de la chimenea contemplando el fuego, hacíamos sonar una pandereta. A la vez, canturreábamos un villancico y entre estribillo y estribillo le dije a mis padres que si podían traerme los Reyes Magos un patinete: contundentemente no lo aprobaron, creo que por entonces uno de los críos de la Plaça de Dalt tuvo un grave percance con uno de aquellos artefactos que meses antes su hermano mayor de forma casera le había construido con una plancha de madera montada sobre dos o tres rodillos y armado por la parte superior de un manillar, pieza que era una caña. Siempre he recordado aquella cena de Cap d’Any y, aunque la mesa de otras nocheviejas haya dispuesto de las exquisiteces que el paladar pueda degustar, puedo asegurar que aquel año fue para mí perdurable. La familia unida junto al fuego, atareados con les graelles, asando las olorosas chuletas y tostando enormes rebanadas de pan que posteriormente rociábamos con aceite de oliva de la almazara.
La carta dels Reis
Pasada la noche y a primeras horas de la tarde del Any Nou, con mi padre escribíamos la carta a los Reyes. Las necesidades de aquella época se repetían. Cada año solíamos pedir material escolar, algunas libretas, un cuaderno de dibujo, un estuche o una vistosa caja de lápices de colores de la marca Alpino. Además, entre los obsequios había una bolsa de celofán con caramelos de sabores variados. Si la memoria no me falla, el regalo especial, es decir un juguete, que ese año me trajeron fue un pequeño robot de hojalata que al girar una manecilla conseguía hacer un ruido metálico, y me parece que destellaba una luz roja de alguna parte del cuerpo. Pero del patinete, aunque mil veces les di el tostón, se conchabaron mis padres de tal manera que sellaron sus labios. Más tarde nos acercamos a la librería de Emilio Poveda ubicada en la esquina entre las calles Vicente Amat y Prim. En la puerta de acceso a la tienda deposité la carta dirigida a los Reyes en un buzón de cartón piedra que sujetaba en las manos el propio Rey Melchor con una respetable barba blanca, figura que igualmente era de cartón.
El patinet verd
Esa misma tarde, jugando a la canicas en la Plaça de Dalt y tal vez motivado por la obsesión del patinete, tuve una ocurrente idea: lo deseaba tanto que me autoconvencí de que su majestad Melchor así me la había sugerido. En mi cuarto guardaba diez duros que mi tía Amancia me había obsequiado per les estrenes de Nadal, no lo pensé dos veces. Con el puño izquierdo cerrado y apretando la moneda entré en la librería, en un rincón junto con otros juguetes había un patinete de madera de color verde, dirigiéndome al dependiente le pedí que lo envolviera en un papel de colores que se encontraba encima del mostrador. Señalándole una cartulina le dije: Tío Emilio, per favor pot escriure «Per ser bon xic?». Con la ilusión a flor de piel, cogí el paquete y por la calle Prim (donde teníamos la cuadra de las mulas, que posteriormente fue la tienda de confecciones El Sótano) entré en casa y oculté el envoltorio entre unos bultos que había en el pequeño cuarto que se encuentra debajo de la escalera de caracol. Mi ingeniosa ocurrencia estaba saliendo perfecta, aunque faltaba por realizar la parte más delicada y que en su momento debería acometer, por supuesto inducido por el de las «barbas blancas».
Les falles
A la mañana siguiente, nos fuimos con mi padre a les Pedreres, aunque ese año estoy casi convencido de que nos acercamos a la serreta dels cagallonets a coger esparto. En aquella época no existía ni la avenida Hispanoamérica, ni tan siquiera las calles adyacentes, pero aún menos pasaba la autovía Madrid-Alicante. Una vez recogida una garbella d’espart sec, nos dirigimos a casa y mi padre empezó a darle forma cónica al esparto, sujetándolo con unos aros hechos con tres o cuatro tiras de esparto verde que terminaba en una trenza que servía para sujetar la falla. El esperado día de Reyes había llegado. Con la caída del sol, la chiquillería nos agrupábamos provistos de les falles. Mi padre le prendió fuego, y sujetándola del final de la trenza, la rodábamos haciende un círculo completo. Es una práctica ancestral, según la tradición popular, que sirve para guiar a los Reyes Magos para localizar la población. Es una costumbre arraigada en distintos municipios: en Onil se les denomina fatxos. En Eix se les nombra tases. Se confeccionan con los materiales que le son propicios, como palmas secas e hilo de esparto. En Xixona son conocidas como aixames, aunque la ritualidad tiene otras connotaciones, eso sí, enmarcados dentro de las fechas navideñas
La Cabalgata dels Reis
Petrer dispone de sus propias peculiaridades. El cortejo empezó a celebrarse con carácter casi particular y quienes se ataviaban eran de la misma familia, Así ocurrió durante la década de 1920 y principios de la siguiente. A partir de 1945 la cabalgata fue organizada por el Frente de Juventudes, con la peculiaridad de que los pajes dejaban en los balcones los obsequios reales mientras se hacía la lectura del Bando Real. Posteriormente, se encargó de organización la OJE (Organización Juvenil Española). Con la llegada de la democracia fue asumida por la Concejalía de Fiestas, colaborando las asociaciones vecinales y la parroquia de San Bartolomé, Desde el año 2005, su organización ha sido efectuada por una comisión del 75 aniversario de la comparsa de Estudiantes, participando un total de seis bandas de música. El recorrido finalizaba y finaliza en la Plaça de Baix. El mensaje de los Reyes se desarrollaba en el rellano de la escalinata de la iglesia de San Bartolomé. En otras ocasiones desde el balcón del Ayuntamiento. Los niños apresuradamente regresábamos a nuestras casas porque éramos conocedores de que mientras oíamos el Bando Real, los pajes habían depositado en cada una de las casas los regalos convertidos en maravillosos juguetes. Sin embargo, en la mayoría de las poblaciones son depositados en la mañana de la festividad de Reyes. Una de las fotografías que incorpora este trabajo literario corresponde a 1959 y los paquetes fueron entregados por sus majestades, finalizada la cabalgata, en la misma puerta de la parroquia.
Palla i garrofes
Juan Bauí:s:a Poveda Poveda el Sevilet (1905-1994), en sus recuerdos de niñez, en alguna ocasión, me hizo referencia de los Reyes Magos de Oriente: —Quan era un xiquet, mos agrupabem en una colla, i no esperaben a que vingueren els Reis, nosaltres anàvem al seu encontre, per evitar que passaren de llarg.
Sobre esta memoria he realizado alguna que otra averiguación. Con antelación a celebrarse la Cabalgata de Oriente existía una fiesta rural desde tiempos inmemoriales: los adultos hacían creer a los niños que los Reyes venían por las montañas. Por este motivo, los jóvenes formaban cuadrillas recorriendo las calles y las huertas limítrofes rodando les falles y para iluminarse utilizaban els fallons, también usaban farolillos, otros iban provistos de largas cuerdas que ataban a todo tipo de chatarrería produciendo un ruido escabroso, agitaban cencerros o hacían sonar caracolas marinas. La oscuridad de la noche permitía crear a ilusión infantil, y todo por un motivo especial: reclamar la atención de la Caravana Real que o bien pasaba muy lejos o bien viajaba mágicamente por el cielo. Los chavales de vuelta de las inmediaciones del pueblo preparaban en los balcones un capazo con palla i garrofes para que comiese la caballería real. Los más pequeños se iban a dormir en la creencia de que los Reyes no traerían nada a quienes intentasen verles. A la mañana siguiente comprobaban que donde colocaron palla i garrofes había un juguete, eso sí, hecho artesanalmente por la familia. En Petrer, durante varias décadas, pasada la Guerra Civil, precedía a la cabalgata un grupo de mozalbetes sujetando largas cuerdas de donde colgaban botes y cacerolas, también hacían sonar señar caracolas marinas y alguna que otra trompeta. En Chiva (la Hoya de Buñol) no hace mucho tiempo, en los años 1960, todavía se recuerda cómo los chavales iban a la Venta para intentar presenciar la «Caravana Imaginaria». En Rótova (La Safor), aún se habla de la «Comitiva Invisible», que recorre los cielos, en la que los críos arrastran el Pandero, que es una cuerda de la que penden objetos metálicos ruidosos. En Casinos (Camp de Túria), el 5 de enero los más jóvenes recorren el pueblo con los campanillos de los caballos.