El Instituto de Educación Secundaria La Canal abrió sus puertas hace seis años a los primeros alumnos que llenaron de vida este centro educativo de Petrer. Desde entonces y hasta el día de hoy, muchas son las actividades culturales que ha puesto en marcha para afianzarse como instituto de la localidad. Su último y más atractivo proyecto es la publicación de su propia revista. El primer número de “L´Avaiol” vio la luz coincidiendo con el final de este curso 2010-2011.
La cabecera de esta revista es un guiño a este espacio natural característico de la localidad petrerense. Aunque la decisión de escoger el nombre adecuado conlleva más de un quebradero de cabeza al resultar tarea complicada seleccionar las palabras que evoquen la esencia de lo que representarán, los responsables de la publicación decidieron que su título no podía ser otro que el que ahora luce en portada. “L´Avaiol es uno de esos espacios naturales que te invaden de paz, de quietud, de alegría y entusiasmo para seguir adelante, que te reconfortan y te dan fuerzas ante las dificultades”, queda señalado en el editorial de este primer número. Sin duda, un lugar natural éste al que muchos de los profesores y alumnos del centro seguro escapan, física o mentalmente, en esos días de estrés y tensión provocados por exámenes, conflictos y todas aquellas situaciones que conforman el día a día de un centro educativo.
43 páginas integran este primer “L´Avaiol”, que se presenta como un compendio de las diversas actividades deportivas y culturales llevadas a cabo durante el curso así como un contendor de las creaciones literarias y periodísticas de algunos de sus alumnos y profesores. Y es que en este primer número se pueden encontrar secciones tan diversas como la “plantilla” de esta revista, en la que maestros y pupilos colaboran con sus mejores creaciones, dejando patente el bilingüismo característico de la localidad.
Si abrimos una página al azar podemos encontrarnos, por ejemplo, con “Concupiscencia”, un relato firmado por Albert Alonso, alumno de 2º de Bachillerato, y que se enmarca dentro de la sección Creació Literaria. Un espacio éste dentro de la revista que alberga otros cuentos, microrrelatos y poemas, en valenciano algunos y castellano otros, que han salido de la “pluma” de alumnos y también de algún profesor de La Canal.
Si seguimos indagando por las páginas de esta peculiar revista, encontramos que los alumnos, en su papel de periodistas, se atreven también con las críticas literarias y cinematográficas. Este número incluye tres reseñas: la exitosa cinta de Agustí Villaronga, “Pá negre”, y las novelas “Canciones para Paula” y “Les urpes del diable”, son desmenuzadas y valoradas en “L´Avaiol”.
Como toda publicación que se precie, las imágenes también llenan algunas de las páginas de esta revista de instituto. Anclando al texto en ocasiones, pues ilustra las informaciones que se relatan, en otras simplemente las fotografías llenan las páginas en blanco mostrando las diferentes actividades que se han realizado durante el curso. Excursiones, talleres, jornadas de convivencia…quedan relatados de forma visual.
Tampoco esta revista ha olvidado dos de las secciones que más abundan en los medios impresos: los pasatiempos y el horóscopo. El lector de “L´Avaiol” puede distraerse con las propuestas de juegos de la primera sección y también indagar en lo que le deparará el futuro leyendo la predicción de su signo zodiacal.
Hay espacio también en “L´Avaiol” para entrevistas, opiniones y también el relato de experiencias personales de los viajes realizados, del transcurrir del curso o de las actividades del propio centro, que son narradas de primera mano por los protagonistas de La Canal.
“L´Avaiol” es una revista de instituto completa y amena, donde se plasma la ilusión de los alumnos por dejar su huella en el centro y de los profesores por motivar a los que un día serán parte de la historia de La Canal y futuros profesionales de la sociedad que los acoge.
Relato incluido en la sección «Creació Literària» del primer número de L´Avaiol:
CONCUPISCENCIA (Albert Alonso)
«Sabiendo todo lo que había que saber y sabido todo esto, nada más merece la pena saber; no hay nada más. Llorad por no poder saber más. Saber es indagar, buscar mediante una duda. Lo incierto lleva a saber, pero si ya no hay nada incierto, ¿de qué se dudará? No queda una sola imagen de la que dudar, un solo día en el que pensar por qué estamos aquí. Llorad desconsolados por la oscura tormenta de la plenitud. Plenos de saber, plenos de vida. ¿Qué más hacer?
Si ya todo lo sabéis, hijos, ¿qué más queréis? Os dejo esta carta.
Fdo. IsabelAldaia»
Una vez que el notario Don Francisco Algueña leyó, los cuatro hermanos se miraron entre sí. Creían estar dentro de un sueño profundo. No era un sueño, era el despacho de la notaría de Don Francisco Algueña, experto desde hacía veinte años en documentos firmados. Un despacho con olor a perfume fuera de las modas, repleto de un ambiente tenso, triste, incómodo; en él los espejos vieron demasiadas lágrimas y fueron reflejo de demasiadas angustias.
Alfredo, Miguel, Benito y Blas observaban atónitos el documento que el notario tenía entre sus manos, esperando que de aquellas palabras saliese una voz que tradujera a su difunta madre Isabel Aldaia, víctima de esa plenitud de saber según la carta. Todos tragaban saliva como podían, parpadeaban escasamente, y mantenían un monólogo interior con ellos mismos. Se preguntaban el porqué de la repentina muerte de su madre, por qué su última voluntad no fue regalarles los valiosos papelitos que guardaba en el banco, e incluso, precisamente por no saber nada de lo preguntado, pensaban por qué apestaba a colonia pasada de moda aquella sala. No sabían nada, pero su difunta madre les dejó una buena herencia, aunque ellos eran demasiados codiciosos como para saberlo.
– ¿Algo que alegar? – preguntó monótonamente Don Francisco Algueña.
Sus ojos se clavaron en quien tenía enfrente, el hermano pequeño, Blas; y éste clavó su mirada en Benito, quien no tuvo más remedio que observar el rostro de Miguel. Por fin, éste se dignó al menos a darle un codazo a Alfredo, el hermano mayor, para que contestase. Alfredo se miró a sí mismo como pudo, y como supo dijo:
-No.
Escandalosa frase fue ésta para los oídos de sus hermanos. Ansiaban oír un sí pero no sabían decirlo. Se habían quedado mudos.
– Pues bien, firmen aquí y se podrán marchar.
Los cuatro hermanos, recordando las filas indias que formaban en el colegio cuando tocaba vacuna, fueron levantándose para acercarse a la mesa del notario Don Francisco Algueña y firmar uno por uno aquella carta de su difunta madre. Difunta, fallecida, muerta, acabada. Esta degradación tan ominosa inundaba las mentes de cada uno de los cuatro hijos cuando anle sus narices leían tres veces el escrito de su madre, pues no podían salir de su asombro: muerta de repente, muertos ellos sin herencia.
Cuatro hermanos desorientados, como estudiante en país extranjero, sin saber dónde ir, sin saber qué hacer, sin saber a quién o dónde acudir; sin saber; «Plenos de saber, plenos de vida, Qué más hacer?» Apenas se puede ir por el mundo sin saber, pero ellos iban. Cuando salieron del edificio, frenaron sus fugitivos pies y formaron un círculo. Fue entonces cuando Alfredo dijo algo más que un monosílabo:
– ¿Por qué nos ha hecho esto mamá? – con tono de triste meditación.
– ¿A qué le refieres, Alfredo? preguntó Blas, quizá el más inocente.
– Me refiero a que nuestra madre, que en gloria esté, no pensó en nosotros cuando firmó el testamento y ahora toda nuestra riqueza también está en gloria, como ella. – parecía que hablaba con él mismo.
– ¡Qué razón tienes, hermano! – interrumpió Miguel – No nos ha dejado nada.
– Sí, Miguel, sí. Nos ha dejado una carta donde dice, con tímidas palabras, que su muerte fue debida a la plenitud de saber.
– ¿Saber? ¿Saber qué? – deseaba una respuesta Blas.
– No lo sé. No lo sabemos.
– ¿Y qué nos queda de ella, entonces? preguntó Miguel.
– La carta, Miguel, la carta, – respondió Benito.
Los cuatro hermanos dirigieron su vista a la baldosa de la acera y, mientras sus ojos descomponían minuciosamente las colillas que ensuciaban la calle, sus mentes indagaban por qué su difunta madre les había dejado una simple carta anunciándoles que su muerte se produjo por la plenitud de saber. Interrumpió la escena el portazo que dio el notario Don Francisco Algueña al salir del edificio. Era el centro de atención, pues cualquier hoja seca arrastrada por el viento hubiera impresionado a aquel cuarteto paralizado.
– Con Dios, señores. – Saludó el notario.
La duda se posó sobre Miguel, el más curioso:
– ¡Señor notario! Disculpe un momento, pero mis hermanos y yo apenas podemos salir del asombro. Nuestra difunta madre se olvidó de nosotros, ¡de sus hijos!
– ¿Se olvidó? ¿Por qué? dijo divertido por la situación.
– Porque no sabemos dónde está el dinero, por eso. – Interrumpió Blas.
– ¿El dinero? Vaya, por eso no lo entienden, porque solamente esperaban el dinero, ¿no?
– A nuestra madre la queríamos mucho, discúlpeme. – dijo Benito.
– Usted lo ha dicho: «queríamos», pero ¿dónde está el «queremos»?
– Ya no está.
– No, pero el amor no se olvida con la muerte. De todos modos, yo hago mi trabajo, disculpen. Se separó del círculo fraternal.
– ¡No! No se vaya, por favor. Verá, ¿a usted le confesó algo cuando firmó el testamento? – Alfredo quería saber.
De nuevo, los cuatro hermanos se miraron entre sí. Esperaban ver la respuesta reflejada en los ojos del hermano que tenían enfrente. Esa respuesta quizá resolvería la gran duda de esa carta tan misteriosa. Batalla de miradas y nervios impacientes ahogaban a las cuatro almas.
– Sí. Me confesó algo más que eso. dijo Don Francisco Algueña serenamente, y respiró profundamente, precipitándose al recuerdo.
Acabó la batalla y los nervios cesaron: dejaron de mirarse para leer ese «sí» en los ojos del notario. Alfredo recobró el habla:
– Y… ¿qué le confesó?
– Varias cosas. ¿Desean oírlas? se hizo de rogar Don Francisco Algueña, también a sí mismo, perezoso por el recuerdo.
– ¡Sí! – respondieron las cuatro voces al unísono.
– Pues bien. Su difunta madre también querrá que las oigan. – El notario comenzó a narrar: «A las diez de la mañana, en un duro día de invierno, la gente apenas salía a la calle, y los que lo hacían cubrían sil cuerpo de mantas, chaquetas y bufandas. Los años, ahora con ayuda del frío viento, se vengaban de los rostros ancianos, provocándoles cortes imperceptibles en las arrugadas caras; apresaban las piernas descubiertas de las mujeres que llevaban falda, inmovilizándolas, helando el torrente sanguíneo de sus venas, paralizando sus manos y escarchando sus orejas. Los hombres, los que podían, protegían sus desnudas cabezas con sombreros y boinas…
– No sabía que un notario tuviese sangre de novelista ironizó Miguel.
Continuó el notario, olvidando tal comentario: …Su madre era una de esas mujeres que osadamente desafiaban al frío. Se acercó a mi notaría. Una vez dentro de mi despacho, ambos nos recordamos el amor oculto que sentíamos. Un amor pleno, sin necesidad de más. Nuestras miradas se cruzaban rítmicamente y nuestras memos acariciaban los rostros, intercambiando amor. Era amor verdadero, amor real, auténtico. Una vez saludados como suelen saludarse dos fieles enamorados, ella se apartó de mí, yo de ella. Sentados enfrente retomamos ¡a conversación que días atrás llevábamos. Las paredes, únicos testigos de nuestro amor adúltero, escucharon la triste noticia que me dio vuestra madre. Ella, con todo su bello cuerpo, con todas las memorias de juventud, se debía marchar para dejar paso a nuevos huéspedes. Estaba enferma, moriría dentro de poco. Casada con quien en sus días de vida fue adicto a los placeres, holgazán, aprovechado y concupiscente, recurrió al verdadero amor, desde ¡a más oscura sombra perdida hasta la luz más clara que sólo para ella brillaba. Sus lágrimas reflejaban en los espejos de mi despacho y en mí crecía la angustia del final de nuestro amor, amor verdadero. Cuando se hubo calmado, secó sus lágrimas y me dijo en firme tono: «Cariño, voy a hacer el testamento «. Eue entonces cuando supe que ya nunca sonreiría, que ya nunca más amaría, que ya nunca viviría; en ese momento acabó mi vida. Jamás me dolió tanto escribir un testamento. Pero éste era de ella, de mi frágil Isabel, quien os dio vida, quien permaneció con el derrochador de vuestro padre por vosotros, quien os dio los empleos que hoy tenéis y quien os mantuvo hasta quedar arruinada, cuando vuestro padre dejó su dinero a un sobrino polaco que jamás supo de su existencia. Arruinada, sin un céntimo en el bolsillo, os mantuvo hasta su muerte. No os pudo dejar nada, pues no tenía nada. Ella me dijo que no os podía dejar nada más que una carta que os sirviera para abandonar la molicie en que vivís, el materialismo tan adherido a vuestras mentes, para que os dieseis cuenta de que «en la vida hay flores más bonitas donde poca gente las arranca». Dicho esto, me dictó la carta y yo escribí sus palabras. Cuando terminamos, ella se levantó, me miró y besando mis manos se despidió de mí. Yo quedé leyendo la carta, reescribiéndola porque la humedad de mis ojos empapaba cada escrito. A la mañana siguiente, fui a su casa para que firmara el testamento, al fin escrito, cuando secos mis ojos y seco mi corazón. No estaba, la dejé en su buzón y regresé al despacho. Días más tarde, recibí por correo el testamento de vuestra madre Isabel Aldaia, firmado; aunque realmente era una simple carta. »
– ¿De modo que usted y mi madre eran amantes? – inquirió Alfredo.
– Así es, porque nos amábamos. – sonrió Francisco Algueña, disimulando la humedad de sus ojos.
– ¡Amantes! exclamó Blas. ¡Qué escándalo! ¡Que pecado!
– Pecado fue obligar a vuestra madre a casarse con ese vividor.
El viento se llevó estas últimas palabras, pues ninguno de los cuatro hermanos supo reaccionar ante el insulto a su difunto padre. Ellos desconocían hasta entonces la historia familiar.
– Pero, sigo sin entender por qué nuestra madre nos insiste en esa plenitud de saber. Se atrevió a decir Miguel.
– Porque estaba arruinada. Interrumpió Alfredo.
– Y enamorada, hermano. Señaló Benito.
– Eso es, señores. – Sonrió Francisco Algueña. – Vuestra madre, mi Isabel, vivió arruinada durante un tiempo, todo era de vuestro padre. Vuestra madre disfrutó durante ese tiempo el verdadero amor, el gran regalo de su vida. Ella no necesitaba saber nada más, preguntarse nada más, indagar por qué la vida había sido tan cruel e injusta con ella. Ya no necesitaba saber nada más. Lo sabía todo: conocía el amor.
– ¿De modo que nuestra única herencia es esa carta? dudaba Blas.
– Vuestra única herencia es el consejo de esta carta.
– Nuestra madre ha muerto porque estaba plena de saber. – Sonrió Alfredo.
– ¡Plena de amor! – exclamó Benito.
– ¡Plena! – exclamaron los cuatro hermanos a la vez.
– Ahora entendéis que ella no os olvidó, que fuisteis lo único en lo que pensó cuando me dictaba esta carta.
Cuando terminó de hablar, Don Francisco Algueña se despidió de ellos con una gran sonrisa y se marchó por la acera, con la cabeza en alto, mirando al cielo con húmedos ojos. Los cuatro hermanos miraban cómo se iba aquel hombre que tan feliz hizo a su madre, que le dio esa plenitud de saber, que ayudó a amenizar su labor como madre. Isabel Aldaia quiso que sus hijos creyeran que se había marchado porque ya no había nada más que saber, nada más fuera del verdadero amor, pues éste ya lo era todo.
– ¡Qué herencia tan grande nos deja! exclamó Alfredo.
– ¡La mejor herencia que una madre puede dejar a sus hijos! – exclamaron con alegría el resto de los cuatro hermanos. Se abrazaron y se esfumó la concupiscencia.
ALBERT ALONSO 2o BACH-B
Reseña cinematográfica de la película dirigida por Agustí Villaronga «Pa negre). Realizada por el Departamento de Valenciano del I.E.S La Canal.
2010.108 min. Esp. Dir.: AgustíVillaronga. Guió: AgustíVillaronga (adaptació de la novel-la homónima d’Emili Teixidor). Música: José Manuel Pagan. Fotografia: Antonio Riestra. Protagonistes: Francese Colomer, Nora Navas, Roger Casamajor, Marina Comas, Laia Marull, Eduard Fernández, Sergi López, Lluïsa Castell, Mercè Arànega, Marina Gatell, Joan Caries Suau, Jordi Pia i Pep Tosar. Productora: Massa d’or produccions / Televisió de Catalunya / TVE. Gènere: Drama. Premis: 2010-Millor actriu en el Festival de Sant Sebastià; 2010-9 Premis Goya.
Durant els difícils anys de la postguerra espanyola, en una zona rural de Catalunya, un xiquet anomenat Andreu, la familia del qual pertany al bàndol deis vençuts, troba un dia els cadàvers d’un home i el seu fili. Aquest, abans d’expirar, fa referencia a una mena de fantasma o criatura que tothom coneix per les histories populars. Les autoritats sospiten del seu paré, però Andreu farà els possibles per descobrir el culpable. En eixe context, i a mesura que avança l’accio, la consciència moral d’Andreu emergeix amb contundència davant la realitat decrèpita dels adults.
La proposta de Villaronga, reblida de simbolismes, no és una pel-lícula dócil. Es just el contrari: tracta les misèries de la condicio humana amb una violència continguda que voreja el misteri i la inevitabilitat. En ella la innocència queda malmesa, s’evapora amb fatalitat. En molts sentits no deixa marge a l’esperança. Tot el que se’ns hi presenta està envoltat d’una fosca aura moral que troba en el concepte de trauma l’eix conductor.
Tampoc és una historia amiga de la simplicitat. En aquest sentit, no és cap atreviment afirmar que en aquesta mena de thriller rural acaben convergint diversos génères: drama, terror, intriga, si més no. Sovint allò implícit esdevé el motor de la narració. Les línies temàtiques són diverses i bàsicament romanen subjacents: la repressió de la dictadura franquista sobre els republicans, les paupèrrimes condicions de vida derivades de la lluita fraticida, la corrupció, la desigualtat entre pobres i ries, l’homosexualitat, l’estupre o les ànsies frustrades de llibertat. Puntualment s’intueix, fins i tot, un lieu component màgic.
La pel-lícula dirigida per AgustíVillaronga és, sense dubte, una de les propostes filmiques més suggerente i serioses que s’han realitzat al nostre Estât en les últimes décades. D’aquesta manera, Pa Negre entra a formar part d’un grup selecte de pel-licules, com ara El espíritu de la colmena (1973), de Víctor Erice; Los santos inocentes (1984), de Mario Camus; La lengua de las mariposas (1999), de José Luís Cuerda; o, entre d’altres i a un altre nivell, El laberinto del fauno (2006), de Guillermo del Toro.
Per tots aquests motius, el Departament de Valencià de l’IES La Canal va trobar oportú aprofitar I; iniciativa duta a terme per Cinemax (empresa que gestiona els cines de la Bassa del Moro) de visionar Pi Negre en versió original [és a dir, en la variant oriental de la nostra llengua]. D’aquesta manera, el passai 2 de maig els companys i les companyes de 4t d’ESO i de Ir de Batxillerat van poder disfrutar d’una activita extraescolar inusual, desafiant i, per això, estimulant: assistir a la visualització de Pa Negre en versió original. Una obra mestra.
Departament de Valencià