Día claro, cálido y solaz el que disfrutan hoy los reencontrados amigos, bajo los limpios verdes de los pinares que cubren las lomas bajas de un Catí, que va perdiendo con el viento de esta hora los sonrosados petalillos de los almendros que ya verdean.
El de Petrer -Bonifasi- camina delante en esta que no en vano es su tierra natal. Le sigue el de Elda, amigo viejo de correrías por estos y otros valles. Habíanse visto antaño con puntualidad meridiana mes a mes, en aquel periplo de sana aventura literaria que fue un Petrer mensual de grato recuerdo, tanto, que desde que aquel enmudeció, colgaron los amigos botas y mochila para dedicarse cada cual a sus muchos menesteres, pese a la edad madura, fuera ya del periodo laboral que esclavizase sus juventudes ambas.
Han vuelto a pisar los senderos de esta tierra siguiendo la llamada de las montañas, sus cimas y dictados, tal vez para rebuscar en sus irónicos paseos, en la poca gracia que tiene esta sociedad, que lejos de cambiar, se reafirma día a día en una mayor pillería general.
–– Fue en lo único, en lo que me engañó mi padre, que Dios lo tenga en la Gloria.
–¿En qué? – preguntó el petrerí, incapaz de haber escuchado los pensamientos del amigo.
–-Pues en aquello tan nombrado en nuestra infancia. Me dijo: ¡Hijo mío, el trabajo es salud! Y lo creí, pese a que ya bromeábamos los muchachos contestando aquello de: ¡Pues viva la tuberculosis!
— Bueno, eso también me lo decían a mi en mi casa, y cierto es que lo creíamos a pies juntillas no viendo más horizonte que el salario con el que construir una vida igual o mejor a la de nuestros mayores, pese a las muchas horas de jornada.
Paró sus pasos el de Elda y golpeó el suelo con su bastón queriendo imprimir certeza o solidez a su apostilla:
–-¡Que poco sabían nuestros mayores del negocio actual de la política y todos sus adyacentes!, y que perdida de tiempo la impuesta en el estudio, la honradez y los ejemplos éticos, aprendidos a fuerza de algún que otro cachete entre las orejas, pues sin propósito de que así ocurriera, nos convirtieron en seres domesticados para esta nueva clase monárquica que nos manda, prohíbe y gobierna.
–Y que lo digas Montañerico. Pero lo peor es que encima les bailamos el agua acudiendo a poner un voto, que les perpetua en su holgazanería, porque lo que es trabajar, estos si que lo han tenido siempre tan claro como los disparatados discursos que nos sueltan.
— ¿Lo dices por las nuevas medidas de ahorro?
–¿De ahorro…? ¡Estás de broma! Será para ellos, pues nosotros lo pagaremos más caro todavía, y los que seguirán ganando serán los de siempre: ganará lo mismo el petrolero, el de la gasolinera y el gobierno prepotente, y ganará lo mismo el Rey, a quién por cierto le seguirán pagando los diez céntimos de marras por el carburante consumido. Insensible monarquía a la que nadie a pedido ni el más mínimo gesto de ahorro nacional, con el cual, no habría necesidad que estas reductoras y velocísimas medidas. Ten claro que los únicos a los que se perjudicará será a los de siempre y con la sorna añadida de estar haciéndonos un favor.
–Pues no hablemos de lo de las bombillas y su gran ahorro, que siendo cierto, busca pegarnos otro gran pelotazo a los ingenuos españoles. Cabría preguntar quién está detrás de los fabricantes de las nuevas bombillas de Leds y las jugosas comisiones comerciales que sin duda van a generarse pues, y pregunto: ¿De verdad tiene razón de ser que una bombilla normal cueste menos de un euro y las que propone el gobierno más de 23 euros? Y… de verdad ¿Nada han podido hacer nuestros próceres para abaratar las putas y recomendadas bombillas?.
–No sigas amigo, que ya queda claro que es otro gran pelotazo, que recuerda a los muchos que hemos sufrido los españoles en los últimos tiempos. ¿Te acuerdas de los millones de las vacunas, y de las mascarillas en alguna Comunidad, etc. etc.? Pues eso. Hagamos todos compras compulsivas de las dichosas bombillicas y hagamos más ricos a los de siempre.
–Rió a mandíbula rota la ironía del compañero y bajando la cabeza aminoró el paso ante la cuesta que ya se aprieta, presintiendo la redondeada cúpula de la cima que les aguarda, y en llegando a ella, hubo de ser Bonifasi quien rompiera el silencio de la mañana con un grito que, sonando a rebeldía, rebotó entre las agrestes rocas.
–¡Comprad bombillas ciudadanos! Que se les acaba el tiempo a los de este turno del chupete, y han de ahorrar para los tiempos peores que a ellos sí, y de verdad, se les acercan.
El eco rebotó carcajadas entre las ocres rocas del Despeñador, mientras el almuerzo corroboró el ambiente jocoso de los amigos que, como cada español de a pie, usan el recurso de la risa, para no llorar la amargura de una patria y de unos valores de los que, poco o nada queda ya, defenestrada por intereses partidistas que más recuerdan el medievo, con sus condes, marqueses, virreyes y hasta reyes, embozados hoy en sus capas de mal entendida democracia.
¡Vaya mierda de tela, más sucia y parda!