No puedo menos que comenzar estas líneas felicitándome porque el futuro de nuestras universidades se haya convertido en un foco de atención social tan importante. Unas Universidades que a casi nadie habían importando desde la aprobación de la Ley de Reforma Universitaria de 1982 y que juegan una labor social imprescindible como es la preparación de los jóvenes que en el futuro han de dirigir nuestra sociedad, desde la calidad de nuestra salud hasta la resistencia de nuestros puentes. De modo que de inicio por lo menos esto, la apertura de un debate, hay que reconocerle al tan denostado por algunos Proceso de Bolonia, pues estoy seguro de que de esta reflexión nacerán importantes avances para nuestras universidades.
Supone una lástima que este asunto haya tardado tanto en preocupar a la sociedad civil, pues hace ya más de diez años que comenzó a ponerse en marcha, y no es hasta hace muy poco cuando la mayoría ha comenzado a preocuparse por él. Todos hemos de asumir nuestra parte de culpa y en especial los poderes públicos que no han sabido tomar las iniciativas necesarias para abrir este debate en el momento y la forma adecuados, provocando la aparición de mensajes anti-bolonios totalmente falsos e interesados.
A modo de contextualización recordaremos que este <Proceso> (no <Plan> como algunos erróneamente los llaman, pues no es algo acabado sino en permanente construcción) comenzó en 1998 y se ha ido configurando como uno de los proyectos más importantes de Europa en este Siglo XXI. Se trata de la mayor reforma de las universidades europeas de la historia aspirando a crear un Espacio Europeo de Educación Superior que garantice la movilidad de las personas con igualdad de condiciones dentro de este espacio y la creación de una garantía de calidad de nuestros universitarios.
Este Espacio Europeo de Educación Superior ha aspirado, desde el primer momento, a construirse desde el respeto a la diversidad de culturas, de manera abierta y transparente. Es un proceso largo y trabajado en el que han participado y participan representantes políticos de los 46 países firmantes, rectores y profesores de universidad, empresas, sindicatos, asociaciones de estudiantes, el Consejo de Europa e incluso la UNESCO. Todos ellos se reúnen varias veces al año para hacer un seguimiento de las medidas adoptadas para garantizar su buen funcionamiento y modificar aquellas que sean necesarias.
Sin duda la medida más visible tomada en este proceso ha sido el permitir la movilidad de estudiantes entre universidades, de modo que todos los estudiantes europeos pueden moverse sin obstáculo a cualquier universidad europea, para ampliar su formación con el manejo de idiomas, de forma que puedan acceder al mercado laboral con la mayor garantía de éxito posible, pues ésta es sin duda la principal tarea de nuestras universidades. Y además que puedan hacerlo independientemente de su condición económica, habilitando para ello todos los años millones de euros en Becas ERASMUS que permiten efectivamente esta movilidad.
Pero Bolonia supone también un cambio de metodología en nuestras universidades, el estudiante se convierte ahora en el centro de atención de la universidad, ya no se valora como hasta ahora lo que enseña el profesor, sino lo que en realidad aprende el estudiante. Este cambio metodológico se centra en la complementación de aprendizajes teóricos y prácticos, el trabajo en grupo, la tutorización obligatoria o la evaluación continua.
Un proyecto tan ambicioso como el explicado requiere la preocupación y reflexión de todos, desde una posición responsable y sin prejuicios. Nuestra universidad del futuro no se construye desde el inmovilismo, no lo ha hecho nunca y tampoco lo hará ahora.