Sabor de amistad

Desde la adolescencia, cuando eran vecinos en Babel, Efrén y Sandra se tenían un cariño especial. Crecieron juntos y juntos se hicieron mayores. Habían compartido muchas cosas, se conocían a fondo -incluidas algunas intimidades- y, aunque algunas temporadas habían estado más separados y desconectados, a sus 25 ya pasados seguían teniendo esa complicidad. Eso sí, jamás se habían liado. Pese a rondarles esta atracción, en ese sentido cada uno había hecho su vida. Él le había presentado a sus novias, y ella había llevado al grupo de amigos a alguno de sus rollos. Pero, por esas casualidades, sus circunstancias coincidieron, los dos estaban libres, y habían madurado lo suficiente como para que una noche loca no estropeara la amistad que tenían.

Quedaron todos en casa de Sandra. Se acababa de comprar su piso, un quinto en una urbanización nueva del Cabo, cerca de Miriam Blasco e iban a inaugurarlo. La chica, que tenía un buen tipo y una cara amable, estrenaba vaqueros de pitillo y una camiseta negra ajustada con escote cuadrado, al más puro estilo Grease. Había preparado la cena con mucha ilusión y estaba contenta esa noche. Comieron, rieron y bebieron. Para acompañar los cubatas jugaron a los dados y pusieron música movida de fondo. Efrén, guapísimo con su jersey oscuro de cuello alto y sus Levi’s que marcaban su apretado culito, estaba muy pendiente de Sandra, ayudándola a servir la comida y a recoger la mesa. Sandra también le prestó gran atención.

Sobre las tres y media salieron de casa de Sandra y marcharon al Golf. Todos los pubs estaban llenísimos. Hicieron cola en uno de ellos donde sonaban grupos españoles de los ochenta. El portero estaba pidiendo el carné a todos, pero cuando le tocó el turno a Sandra, que era la primera de su grupo de amigos para entrar, la dejaron pasar sin que enseñara su DNI. ‘Hay que joderse, ¿qué pasa, que no parece que tengo menos de 18 años? Qué desfachatez’, comentó medio en broma medio indignada a Efrén. Éste se rió de buena gana, ‘¿Te ha afectado, eh? Anda, que estás hecha una chiquilla, vamos para dentro’.

Flirtearon, rebasando los límites no escritos que se habían autoimpuesto durante estos años. Se apartaron de forma cautelosa y con la mayor naturalidad posible del resto de colegas, de los que algunos ya se habían ido. Sin embargo, el desliz no pasó desapercibido. ‘A éstos les quedan dos telediarios para enrollarse’, sentenció Lucía, que conocía muy bien a Sandra y, además, tenía intuición para estas cosas. ‘Pues sí’, dijo Cristina.

Pidieron dos tequilas. Los bebieron de golpe, sin mariconás de sal y limón, como está mandado. Cogidos por la cintura, siguieron el ritmo de la música mientras se miraban. Empezaron a besarse, con enorme dulzura. Ella recostó su cabeza en el hombro de Efrén y luego volvieron a besarse, esta vez más pasionalmente. ‘¿Te puedo tocar el culete?’ Le preguntó divertido el chico y a Sandra aquello le sorprendió y le hizo mucha gracia. ‘Creo que a estas aturas del partido ya hay bastante confianza como para que me lo toques’, contestó cogiéndole una mano y bajándola hasta sus glúteos.

Los amigos se fueron yendo a cuentagotas y terminaron dejándolos solos en el pub. No tardaron ellos tampoco en irse. De camino al coche Efrén la tomó en brazos, como una princesa, haciendo gala de su ‘fuerza bruta’ para deleite de la joven. ‘¿Dónde quieres ir?’. Entonces Sandra cayó en un pequeño detalle, tenía la regla, putada. ‘Podemos ir a mi casa…’ ‘De acuerdo’, y él la besó. ‘Pero… que tengo la regla’, informó claramente. ‘Ah, entonces…’ ‘Podemos hacer otras cosas…’, resolvió ella. Fueron a su piso.

Magreándose en el ascensor subieron y abrieron la puerta. Siguieron así hasta llegar al cuarto. La cama, de hierro forjado, cubierta con una colcha azul clara, a juego con los estores, los esperaba. Se tumbaron frente a frente, abrazándose y besándose. En la pared del fondo, sus fotos de la orla del colegio los miraban. Él le acarició el pelo y la cara. Ella, ídem. Se restregaron y frotaron, saboreándose. Sandra dibujaba corazones con su lengua por su pecho y su tórax hasta llegar a su pene, bien duro. Lo besó, lo acarició suave y firmemente y se lo chupó hasta la saciedad, mientras le sobaba los huevos. Con las manos sobre sus nalgas, él gemía disfrutando de esa nueva faceta de su amiga.

Se despidieron con un beso en la mejilla. Sabían que iban a tener coñas con los colegas durante bastante tiempo, sobre todo por parte de Vicen, que era muy cansino para esas cosas. Pero no les importaba, lo habían hecho conscientes de las circunstancias, y con muchas ganas. También sabían que aquello les había unido más, aunque no repetirían. No iban a ser nunca pareja, eran demasiado amigos para eso.

 

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