Sábado de gloria y penitencia

Ángela cogió el móvil, era Pedro. ‘Holaaa’ ’¿Qué tal, nenico?’ ‘Mu bien. ¿Te vienes a La Manga al final? Nosotros vamos el viernes ya’. ‘Yo iré el sábado después de comer, hasta el domingo’. ‘¿Sabes quién va a estarrrr? El primo de Martín, Juanmiiii’. ‘Ja, ja, ja’. ‘Así que…’ ‘Déjame, anda, ja, ja, ja. Bueno, llamo cuando esté llegando para que me indiquéis, que no sé dónde están los apartamentos’. ‘Okkk. Oye y al Bando[1] vas a venir también?’ ‘No, qué va, tengo que trabajar, que AQUÍ no es fiesta’. ‘Ja, ja, ja. Eso, a levantar el país. Venga, nos vemos el sábado, guapa’. ‘Hasta luegoooo’.

Sobre las 18.00 horas de ese sábado de Semana Santa Ángela llegó al apartamento de Pedro. Dejó la maleta en una de las dos habitaciones y se sentó con los demás en el porche. Al poco empezó a refrescar y se metieron en la casa. Pero antes pasó el primo de Martín (que tenía un apartamento en la misma urbanización). Venía de hacer surf. No era alto ni tenía un físico espectacular, pero por su pelazo y ojos azules era llamativo. Cuando saludó a Ángela hubo el típico rumor burlón de los amigos; el ‘rollito’ venía de unos meses antes cuando coincidieron en la barbacoa del cumpleaños de Martín y su novia, Bea. Ambos quitaron importancia con humor a esas mofas. A Ángela le hacía gracia, pero no le gustaba especialmente; era mayor que ella, y eso nunca le había atraído demasiado. Sin embargo, hacía bastante que no se daba una alegría al cuerpo y no le importaría dársela ahora, eso sí que la atraía. Quería gozar, se lo merecía, y sabía que, en todo caso, no iba a pasar de esa noche, entre otras cosas porque no quería nada más; a estas alturas del partido había aprendido a separar cuando tocaba el sexo del amor y los sentimientos, y había aprendido a manejar estas situaciones.

El pequeño salón de la casa de veraneo parecía aún más pequeño con todos dentro abarrotándolo. Jugaron a las películas hasta la hora de la cena. Picotearon y enseguida las chicas se encerraron en el baño para arreglarse. Mientras, los hombretones hablaban por teléfono con Juanmi y sus amigos para quedar a hacer el botelleo.

Salieron en tres coches camino a La Curva. Aparcaron y buscaron una placeta cerca de los pubs donde sacar las botellas. Hacía frío y cerraron pronto el chiringuito para irse de fiesta, a un sitio cerrado. Entraron en un local, el Mamaluna. Era bastante grande y aún estaba medio vacío, aunque no tardaría en llenarse. Pasó un buen rato sin que Juanmi y Ángela tuvieran ningún acercamiento que diera a entender que podía pasar algo esa noche, para decepción de los amigos. No fue hasta que se marcharon los primeros cuando Juanmi se decidió a atacar. La invitó a un tequila, con su sal y su limón, y su lametón correspondiente. Rieron, hablaron, una cosa llevó a la otra y al final pasó lo que tenía que pasar.

Amanecía cuando se fueron a casa. En el coche iban Ángela, Juanmi, Nico -del grupo de la chica- y Agustín -colega veterano de la playa de Juanmi-. El viaje en automóvil no le sentó muy bien al ciego de Juanmi, que bajó algo mareado, haciendo un esfuerzo por no vomitar. Pidió a Ángela que le acompañara a su piso y ella no lo iba a dejar solo.

Cuando entraron, el joven fue al baño a refrescarse. Ángela lo esperó en el sofá con la luz apagada. Volvió, se sentó y se acurrucaron, ella le hacía cosquillas y tocaba con las uñas la cabeza y él acariciaba su cuerpo ‘de ángel’. Ahí fue cuando la chica dudó por un momento si merecía la pena una noche de sexo y un amante de colección a cambio de no sentir nada. Le entraron las prisas por marcharse, pero él insistió, insistió en que se quedara. Logró llegar hasta el umbral de la puerta, pero la carne es débil y se quedó.

Juanmi la atrajo hacia sí con morreos y sujetándola de la cintura. Se bajaron los pantalones. Se restregaron. Ángela acariciaba su miembro para terminar de ponerlo a tono y él se perdía entre sus pechos, lamiendo sus pezones. Ella apoyó las manos en la mesa camilla dejando su redondo culo casi en pompa. Él la penetró. Tras unos empujones fueron a su habitación. Se terminaron de quitar la ropa. ‘¡Argg, Dios, cuánto pelo!’, pensó ella cuando Juanmi se quitó la camisa. Pero no era plan de ponerse ahora tiquismiquis. Probaron distintas posturas y movimientos pero ninguno llegaba al orgasmo. Él porque había bebido demasiado y ella porque no estaba concentrada al cien por cien; la verdad es que su mente vagaba por otros lados –y sus sentidos estaban en otro cuerpo-, y que Juanmi le pusiera menos de lo que creyó en un principio no ayudaba, además estaba cansada, lo que quería ahora era sólo dormir. Tras varias intentonas, a él también le venció el cansancio y se desearon buenas noches, aunque ya estaba saliendo el sol.

Ninguno de los dos pudo descansar bien y se despertaron a las pocas horas. Ella se giró a la derecha en la cama de matrimonio para intentar conciliar el sueño, mientras que él se insinuó para hacerlo otra vez. Le acarició las nalgas y rápidamente le metió un par de dedos en la vagina buscando el clítoris al tiempo que se frotaba contra su espalda alunarada. A Ángela la pilló desprevenida. Decidió dejarse llevar con resignación, y le correspondió con caricias y besos; aunque no sentía nada, ni por dentro ni por fuera. Empezaron a follar de nuevo. Tampoco hubo suerte esta vez. Era como si a ella le tocara por encima de una parka y en él seguía haciendo estragos el alcohol. Juanmi ‘pidió’ una tercera oportunidad: ‘No quiero que nos quedemos así, venga una vez más, no sé qué cojones me pasa, si me gustas mucho’. ‘No te preocupes, no pasa nada, de verdad, pero es mejor que lo dejemos. Mejor me voy, que ya se está haciendo tarde y éstos se habrán despertado ya para irnos a comer’, le contestó con delicadeza Ángela y le dio un beso.

Juanmi le pidió el móvil al despedirse en la puerta. Ángela sonrió. ‘¿Para qué? Es una tontería, los dos lo sabemos. Además, si me quieres llamar de verdad le puedes pedir el número a tu primo Martín’. Él tardó en reaccionar. Sonrió tímidamente. Le dio dos besos. Ella salió y ya en el rellano pensó en que aquella noche había sido algo desastrosa, sintió cerca el abismo de la culpa y la desazón, pero con un golpe de melena y haciendo sonar sus tacones se alejó de él y el vértigo desapareció.


[1] Fiesta popular de Murcia que se celebra el martes posterior a Semana Santa.

 

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