POR: Fernando Matallana Hervás y Mari Carmen Rico Navarro
Artículo publicado originalmente en la revista Alborada número 48 – 2004: Especial crónica del centenario.
Desde la Ilustración se puso de manifiesto la necesidad de los Estados de saber la población con la que contaban, inquirir sobre el volumen de las producciones agrícolas, artesanas e industriales del país, indagar su potencial económico, el nivel de rentas, el conocimiento del territorio a través de mapas exactos, la apertura y mejora de vías de comunicación, y,en general, la recopilación de una amplia variedad de datos estadísticos aplicados a la acción de gobierno, a los planes de reforma y a la toma de decisiones. Todo ello determinó un gran interés por los estudios geográficos, lo que promovió la formación de especialistas y la aparición de organismos e instituciones que se dedicaron a esta disciplina. De este auge de la Geografía podemos señalar varios hitos.
Así por ejemplo, durante el reinado de Carlos III al frente del Gabinete Geográfico estuvo Tomás López de Vargas Machuca, figura insigne de la cartografía nacional, nombrado más tarde Geógrafo de los dominios de S.M. En 1796, se estudió la posibilidad de creación de un Cuerpo de Ingenieros Cosmógrafos con la finalidad de realizar un mapa nacional. Más adelante, en plena Guerra de la Independencia, nace el llamado Depósito de Guerra, precedente del Servicio Geográfico del Ejército, con la finalidad de proporcionar mapas itinerarios fiables a los soldados españoles. La primera Cátedra de Geografía y Cronología de la Universidad española se funda en la Central de Madrid, en 1822. El año anterior había surgido en París la Societé de Géographie, a la que perteneció Miñano. En 1835, se crea la Escuela Especial de Ingenieros Geógrafos y, en 1843, se constituye la Comisión Directiva del Mapa de España; pero los trabajos no debieron avanzar mucho ya que diez años después,mediante real decreto, se insta a la elaboración del Mapa Topográfico Nacional por medio de un organismo ad hoc del Ministerio de Fomento. Por último, en septiembre de 1870, asistimos a la creación del Instituto Geográfico encargado de la continuación de dicho mapa a escala 1:50.000 (1). De forma tardía, la corriente europea de las sociedades geográficas llega a nuestro país, creándose la Sociedad Geográfica de Madrid (1876) y la Sociedad Española de Geografía Comercial (1884), entidades privadas que aunaban el afán de conocimiento con los intereses mercantiles.
Los limitados objetivos de la Geografía de principios del siglo XIX no iban más allá de la mera descripción de los países y la elaboración de mapas con finalidad económica, militar o de navegación marítima. Diríase que se trataba de una Geografía meramente«descriptiva, inventarial y enumerativa» (2), precedente de la Geografía moderna y científica de corte explicativo y sistemático que fundaron Humboldt y Ritter.
El abate Miñano
Sebastián de Miñano y Bedoya no reunía las características propias de un geógrafo; no era precisamente un aventurero o un explorador, aunque sí era un hombre de vasta cultura, con conocimientos amplios en materia de Derecho, Iglesia, Política, Medicina, Literatura, etc. Eclesiástico y escritor, Miñano representa el caso prototípico de una personalidad cuya vida se vio directamente condicionada por las dos Españas de su época: la absolutista y la liberal, el constitucionalismo y el Antiguo Régimen, ante las cuales no dudó en tomar parte activa por la más retrógrada. Nacido en Becerrilde Campos (Palencia) en 1779, realizó sus primeros estudios de Filosofía y Teología en el Seminario de su diócesis y, después, se trasladó a Salamanca donde comenzó de forma simultánea las carreras de Leyes y Medicina. Su padre, Andrés Miñano, corregidor de Trujillo, le colocó a los 16 años como familiar del cardenal Lorenzana, arzobispo de Toledo, siendo destinado al servicio del infante don Luis María de Borbón, sobrino de Carlos III. Con D. Luis asistió a las clases de Leyes y Cánones y obtuvo el grado de doctor en Derecho Civil. Nombrado su amo titular de la archidiócesis de Sevilla, al joven Miñano le fue conferida la responsabilidad de primer oficial de la secretaría. En la capital andaluza entabló amistad con intelectuales como Ceán Bermúdez, Isidoro Morales, Arjona, Reinoso, Alberto Lista y José María Blanco White, círculo en el que forjó «su estilo correcto y original» y a «no buscar la gracia a costa de la verdad y a no sacrificar jamás los rigurosos principios lógicos al deseo de aplaudir las opiniones dominantes» (3). El cabildo de la catedral hispalense le designó su representante de negocios en la Corte, por lo que se trasladó a Madrid. Con posterioridad se le ordenó regresar a Sevilla, donde permanecería como prebendado hasta 1812.
Cuando la ciudad fue tomada por los franceses, trató de mantenerse en una posición neutral y rehusó prestar juramento al nuevo rey, siendo detenido e incomunicado durante 42 días. Un individuo como él que había recibido tantos beneficios de la familia Borbón no podía reconocer, sin un gran coste personal, a la nueva dinastía. No obstante, cuando las fuerzas ocupantes abandonaron Sevilla, Miñano decidió marchar a Francia con el mariscal Soult, en previsión de eventuales desórdenes y venganzas. Bajo la falsa acusación de afrancesamiento, regresaría a Madrid en 1816 para dedicarse a diversas empresas literarias y políticas, y rápidamente fue exonerado de aquella imputación. J.L.Alborg (4), sorprendentemente, lo llama«presbítero liberal» cuando su talante, en realidad, era bastante conservador y se había quedado anclado en la época del despotismo ilustrado. Algunos estudiosos lo han considerado como uno de los fundadores del género costumbrista. Publicó, entre otras, las siguientes obras: los Lamentos del pobrecito holgazán que estaba acostumbrado a vivir a costa ajena (1820), las Cartas de don Justo Balanza y Cartas del madrileño, en las que critica las costumbres de la época; participó, junto a Reinoso, Lista y Gómez Hermosilla, en la redacción de El Censor (1820-1822), semanario desde el que hostigaron al gobierno liberal; es autor de un Discurso sobre la libertad de imprenta, de la Historia de la revolución de España durante los años de 1820 al 1823, por un testigo ocular (1824), escrita en francés y publicada en París, al servicio de la causa absolutista y tradujo al castellano una historia de la medicina. Por estos años ingresó en la Real Academia de la Historia con un discurso Sobre censo y topografía de España.Vivió en España hasta 1831, año en que se trasladó de nuevo a Francia para trabajar, según A. Mª. Berazaluce (5),como agente de los realistas.
Alternó su residencia entre Bayona y San Sebastián, donde fundaría el periódico La Estafeta, y murió en la primera de las ciudades citadas el día 6 de febrero de 1845, siendo enterrado en el cementerio viejo de la segunda. Al escritor palentino se le atribuye (6) un hijo natural, fruto de su relación con la donostiarra Agustina Francisca Montel, que fue bautizado como Eugenio de Ochoa y Montel (Bayona, 1815-Madrid, 1872), traductor, entre otras muchas obras, de El daguerrotipo, de M. Daguerre (7).
El Diccionario
Entre 1826 y 1829 publicó su obra más importante, el Diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal (8),dedicado al rey, que le sirvió, en palabras de Luis Antonio Blanco (9), para ser nombrado miembro de la Academia de la Historia. El trabajo de Miñano no es fruto de la comprobación in situ del territorio, sino el resultado de una labor de gabinete, mediante el despliegue de una amplísima red de corresponsales –en su mayoría, curas párrocos— en todo el territorio peninsular e insular que, mediante un cuestionario, como anteriormente había hecho Tomás López, le informan acerca de los aspectos de su interés en cada localidad o de determinados accidentes geográficos. La recopilación de datos, según informa Juan Bta. Codina (10), tuvo lugar entre 1822 y 1826. A este respecto, podríamos decir que su labor fue la de un editor literario actual, cuando dice «que no hago otra cosa publicándola, sino restituir al público lo que él me ha prestado,y redactar con algún orden el trabajo hecho por los demás». En el prólogo a la obra confiesa que desde hace años tenía «afición a la geografía» aunque «sin los conocimientos necesarios que pudieran justificarlo». Tenía el proyecto de redactar un diccionario universal geográfico-estadístico, pero esta obra de dimensiones transoceánicas quedó reducida a la piel de toro e islas adyacentes por indicación de la Academia de la Historia (11), cuya necesidad y utilidad reconocía la institución académica y que, aún así, seguía siendo una empresa de gran aliento para la época y para los medios con que contaba su responsable.
D. Sebastián dice que su pretensión no es «hacer una obra perfecta», pero sí alberga la intención de «mostrar el camino por donde otros más aventurados (…) llegasen a conseguirlo», aunque también asevera que para hacer el Diccionario geográfico «no se necesitan estudios muy profundos». La obra comienza con la definición de algunos de los términos geográficos más usuales (globo, mapa,meridianos y paralelos, coluros, trópicos, círculos polares, línea del Ecuador, etc.), la división política de la Tierra en imperios, reinos, repúblicas y otros Estados –los cuales, a su vez se subdividen en ciudades, villas, aldeas y caseríos— y una introducción a la Geografía general en la que aborda las cuestiones referentes a la atmósfera y la climatología (los distintos regímenes de temperaturas, vientos y lluvias); el estudio del mar y los océanos; los continentes y las montañas, las «fuerzas electro-magnéticas» que rigen la dinámica terrestre y la distribución de la flora y fauna.
Para su elaboración, dispuso de la cobertura política que le proporcionó el ministro de Hacienda, López Ballesteros; contó, desde el principio, con la ayuda de Antonio Juanes –antiguo compañero de estudios– en tareas de documentación y redacción, y con determinados personajes de la Corte que le proporcionaron datos informativos; utilizó los archivos ministeriales, en especial los de Marina y Guerra, el Archivo General de Rentas y sobre todo, como ya hemos apuntado, recabó la colaboración de los párrocos de las respectivas localidades para que la obra reuniera las condiciones adecuadas de exhaustividad y profundidad: «más de 16.000 pueblos están descritos por noticias de su Curas párrocos (…) con una aproximación a que hasta ahora no había llegado ninguna obra de esta clase». Por ello, el Diccionario… constituye una fuente de gran interés para el conocimiento de la historia social y económica de la España de la Década ominosa.
Respecto de los municipios, los artículos contienen, en líneas generales, la siguiente información:
1) Denominación actual y nombre antiguo.
2) Rango: ciudad, villa, aldea, feligresía, lugar, caserío, barrio, granja, coto redondo…
3) Si se trata de una propiedad señorial, realengo, abadengo o mixta.
4) Reino o provincia al que pertenece.
5) Partido judicial.
6) Diócesis.
7) Autoridades: alcalde mayor u ordinario, o juez ordinario.
8) Si posee administración de loterías y rentas, y estafeta de correos.
9) Población: vecinos y número de habitantes.
10) Parroquias, conventos y ermitas.
11) Edificios significativos: palacios, cuarteles, hospitales, posadas, pósitos…
12) Emplazamiento topográfico: montes,ríos, valles…
13) Extensión.
14) Clima.
15) Ferias y mercados.
16) Cultivos.
17) Aguas: fuentes, manantiales…
18) Escudo de armas, honores y privilegios.
19) Producción agrícola.
20) Industrias.
21) Historia y personajes célebres.
22) Distancias en leguas.
23) Contribución a la real Hacienda.