Nota: Fundada en 1922 y todavía en exitosa publicación, la revista mensual Reader’s Digest (en España, ‘Selecciones’) se anunciaba en agosto de 1970 como «la revista más leía del mundo, con una venta mensual de 29 millones de ejemplares en 13 idiomas». De esa fecha de 1970 es este artículo, que recuperamos por su indudable interés, escrito por Ana Ferrer, y que versa sobre la expansión del calzado en Elda. Sin más, así se retrató a la ciudad en «la revista más leída del mundo»:
Elda, a sus pies
La visión de un hombre tenaz unida a la tradición artesana de un pueblo dieron como resultado empresa industrial que puede servir de ejemplo a muchas poblaciones españolas
París y Florencia siguen marcando la pauta en el sector del calzado, pero ahora les ha surgido un peligroso rival: Elda, localidad de cuarenta mil habitantes situada en la zona oriental de España, cuyos zapatos se venden en arrolladora oleada, por valor de miles de millones de pesetas, una buena parte en divisas.
¿Elda? Hace apenas una década no era más que un lugar en la carretera principal entre Madrid y Alicante, con su plaza de toros, las torres de su iglesia y su perezoso río Vinalopó. ¿Tenía alguna industria? Sí, efectivamente, pero semioculta en pequeños talleres, de ese tipo en los que el dueño vive en el piso superior. Pocos cambios se habían introducido en la manera de fabricar y comercializar los zapatos desde 1890, cuando un reducido grupo de menorquines se estableció en Elda y aportó sus conocimientos en la artesanía de la piel. Los eldenses se adaptaron rápidamente a dicha artesanía, vendiendo sus artículos en las ferias locales. Aunque en 1914 se había hecho un intento de industrialización, en 1959 la mitad de los 250 talleres que existían en Elda se vieron obligados a cerrar por falta de negocio, mientras que ochocientos de sus más hábiles artesanos tuvieron que emigrar.
Al igual que numerosos pueblos españoles, Elda parecía abocada al estancamiento. Y eso hubiera ocurrido a no ser por un hombre: el primer teniente de alcalde, don Roque Calpena, que entonces tenía unos 35 años. A los trece años, Roque Calpena había comenzado a trabajar como aprendiz de zapatero; ahora ya tenía veinte años de una gran experiencia, que abarcaba desde el encolado de los zapatos, pasando por la venta de los mismos, hasta Ja contabilidad. También tenía una idea fantástica: para sacar a Elda de su depresión, montaría una feria del calzado. Recuerda que, cuando propuso su idea por primera vez a los fabricantes locales, éstos pensaron que estaba loco. En un intento de convencerles, Calpena citó el caso de Vigevano, una pequeña localidad italiana que había organizado una feria del calzado semejante a la que él sugería, y demostró, con cifras y datos, que la idea les había dado buenos resultados a los italianos. Estaba seguro de que Elda, con los recursos de su artesanado, podría al menos igualar lo conseguido en Italia.
El escepticismo inicial de los fabricantes se transformó lentamente en una actitud de ¿qué podemos perder si lo intentamos? En 1959 con dinero reunido trabajosamente por veintinueve fabricantes eldenses, Calpena emprendió un viaje de exploración a escala internacional. El sabía que los Estados Unidos importaban calzado por valor de casi 36 millones de dólares al año, y estaba decidido a conquistar una pequeña parte de aquel rico mercado para su amada Elda.
Ávido de ideas nuevas, Calpena, en una serie de viajes, visitó fábricas estadounidenses de calzado, hormas y maquinaria. Dondequiera que iba, hablaba tenaz v celosamente de la feria que pensaba inaugurar; a las preguntas que le hacían referentes a precios, tipos de zapatos y plazos de entrega, respondía vagamente, proclamando las excelencias de la industria del calzado en Elda, y pedía a los probables clientes que fueran a comprobarlo personalmente. Así podrían ver en la feria lo que España podía ofrecer en una conveniente y económica operación.
Calpena tenía ahora que convencer a muchos otros fabricantes españoles para que expusieran sus productos en la feria. El primer paso fue formular una petición al Ministerio de Comercio para que le autorizasen a celebrar una feria nacional del calzado. Después se dedicó a recorrer todas las industrias españolas del calzado para hablarles de la feria que pensaba organizar. Envió diez mil invitaciones y folletos a compradores de todo el mundo. Para septiembre de aquel año, el grupo original de veintinueve fabricantes que patrocinaba la feria se vio incrementado hasta alcanzar la cifra de 98 en toda España, los cuales contribuyeron con aportaciones económicas que oscilaban entre las novecientas y las dos mil pesetas, según el volumen de sus negocios.
Durante toda la noche que precedió a la inauguración de la primera feria; Calpena ayudó a montar y decorar los stands, y se ocupó de las necesidades de los fabricantes. En los terrenos de una escuela local se exhibieron un millar de pares de zapatos; toldos de vivos y alegres colores protegían los artículos expuestos al aire libre, mientras que valiosas máquinas, especialmente importadas para la feria, brillaban bajo las ramas de los pinos. A pesar de ello, Calpena dudaba de si acudiría tanta gente como él quería. En un exceso de optimismo, y por si acaso eran necesarios, contrató ocho intérpretes en Valencia.
Cinco horas más tarde, hubo de recurrir a situar guardias en la entrada de la feria. Las filas de personas que habían acudido se perdían de vista, extendiéndose por las estrechas calles del pueblo. De las diez mil personas que había invitado, se presentaron unos cuatrocientos compradores, entre ellos ocho norteamericanos, pero los terrenos del grupo escolar se encontraban rebosantes de gente, puesto que los eldenses habían acudido también para ver «su» feria. Bien pronto se hizo notar el ambiente de jolgorio característico de una población que celebra realmente algo tan aburrido como una feria del calzado. Hoy, Calpena nos confiesa: «La mayoría de los compradores, particularmente los norteamericanos, sólo habían acudido a curiosear y a divertirse. No esperaban cerrar grandes operaciones comerciales». Pero, junto a la diversión, empezaron a llegar los pedidos. Ampliamente se propagó la noticia de la feria.
Entonces Roque Calpena, con el beneplácito oficial del Ministerio de Comercio, estableció la FICIA (Feria Internacional del Calzado e Industrias Afines), con el objeto de promover las ventas del calzado español en todo el mundo. Según palabras de un comprador panameño, «la FICIA es el caso de Mahoma y la montaña; si el mercado no acude a la FICIA, ésta llega hasta el mercado». Calpena afirma con pasión: «La FICIA no es otra sigla burocrática más. Representa la firme determinación de que algo concreto se lleve a cabo, así como una actitud de eficiencia y buen servicio».
En 1964, Calpena realizó un nuevo viaje a los Estados Unidos. La mayoría de los compradores norteamericanos ni siquiera querían considerar la posibilidad de hacer un pedido o de asistir a la feria, a menos que Calpena pudiera garantizarles que los zapatos españoles se entregarían conforme a las medidas estadounidenses, y no a las españolas. Presintiendo que esto podría significar una nueva era para la industria nacional del calzado, Calpena trajo consigo, no sóIo una voluminosa cartera de pedidos, sino también hormas norteamericanas de zapatos por valor de un millón de pesetas. Así, tanto los fabricantes de Elda como los de otras zonas españolas podrían fabricar zapatos según las medidas estadounidenses. Ante las perspectivas que se presentaban de exportar un gran porcentaje de su producción, fue cada vez mayor el número de fabricantes que comprendieron las ventajas que implicaba la negociación a través de la feria, y, en consecuencia, solicitaron su ingreso en el grupo de asociados.
Don Eliseo Poveda, veterano cortador de zapatos que fabricaba trescientos pares semanales en su casa de Petrel, pueblo inmediato a Elda, sólo obtenía un reducido beneficio cuando decidió comprar hormas norteamericanas para poder fabricar zapatos de dichas medidas. Durante las siguientes ferias del calzado, inició conversaciones con compradores alemanes y canadienses, con lo que logró ampliar progresivamente su mercado. Ahora es dueño de tres modernas fábricas de zapatos (más una cuarta que acaba de ser terminada), y su producción mensual es de varias decenas de millares de pares de zapatos.
Desde el principio, Calpena animó a los fabricantes extranjeros de maquinaria para el calzado a exhibir sus productos en Elda, logrando unas condiciones en extremo ventajosas para sus colegas españoles que querían adquirir dicha maquinaria. (El Ministerio de Industria contribuyó en tal sentido mediante una reducción de los derechos de importación.) Mientras en 1959 cualquier fábrica de mediano tamaño en Elda poseía maquinaria por valor de cincuenta mil pesetas, la cifra se eleva hoy a los dos millones de pesetas, y las máquinas son modernísimas. Calpena declara con picardía: «Nuestros competidores franceses e italianos aún están amortizando maquinaria pasada de moda. Nosotros, sin embargo, tenemos los últimos modelos».
En 1964, Calpena y sus colaboradores convencieron a una caja de ahorro regional para que respaldara la construcción de una moderna sala de exposiciones. Tras innumerables conversaciones y súplicas, lograron ver alzarse en solo 153 días un nuevo edificio de tres plantas y una superficie útil de treinta mil metros cuadrados, tan grande como cualquier instalación del mundo dedicada exclusivamente al calzado. La feria de Elda de la primavera pasada reunió a 140 expositores eldenses y 416 de otras zonas nacionales del ramo, tales como la región alicantina, Mallorca, Zaragoza, Barcelona, Burgos y Castellón. Casi cuatro mil compradores, de España y de otros veintinueve países, ocuparon prácticamente todos los hoteles existentes entre Alicante y Benidorm.
Gracias en gran parte al impulso de desarrollo que Elda ha dado a la industria del calzado a través de la FICIA, España ha logrado conquistar el segundo puesto en el mercado internacional de este producto, inmediatamente después de Italia. Entre los años 1964 y 1969, las ventas españolas de zapatos se multiplicaron por once, de cuyo total Elda produjo una cuarta parte. Además, el calzado se ha convertido en el segundo artículo de exportación español, después de los agrarios. La FICIA ha conseguido promocionarlo en las tiendas de 88 países. Norteamérica, país que Calpena exploró en primer lugar, es el mayor comprador, absorbiendo casi el 73 por ciento de las exportaciones.
Elda dispone actualmente de cuarenta hectáreas de zonas meramente industriales, extensión que supera con mucho la que la población ocupaba en 1960. El impuesto sobre la renta que pagan los eldenses es hoy veinte veces superior. La población aumentó en diez mil habitantes, y el índice de empleo es cinco veces mayor. El salario medio semanal se ha incrementado en los últimos diez años de trescientas a tres mil pesetas.
Hay una gran afluencia de trabajadores de otras regiones. El horizonte está ahora cubierto de edificios de moderna construcción. El número de viviendas se ha más que duplicado en la última década hasta alcanzar la cifra de nueve mil, proyectándose la construcción de otras dos mil. Las calles se han asfaltado c iluminado, y el consumo domestico de energía eléctrica
¡wTí^-V» SCSCDta P°r ciento desde 1965. Los tejados se encuentran plagados de antenas de televisíón, y casi todas las familias tienen nevera. En los últimos cinco años se han abierto una docena de nuevos supermercados. Ahora, los eldenses pueden comunicar directamente con las ciudades más importantes de España, desde la implantación del sistema automático (Calpena acudió personalmente a las oficinas centrales de la Telefónica para subrayar las necesidades de Elda), y disponen, asimismo, de un moderno edificio de Correos de reciente construcción.
La familia media eldense cuenta hoy con unos ingresos que oscilan entre ocho y nueve mil pesetas a la semana, por lo que los habitantes de la localidad disponen de dinero y tiempo libre para otras actividades. El Centro Excursionista de Elda organiza escaladas los fines de semana, cursos de fotografía después del trabajo, visitas a lugares históricos y conciertos; también ha completado ya la primera fase de un complejo deportivo, cuyo costo total asciende a cuarenta millones de pesetas, que albergará una sala de conferencias y un museo arqueológico. Se cuenta, asimismo, con un Club de Campo, y se está construyendo un complejo polideportivo por valor de cinco millones de pesetas.
«Resulta increíble», dice Frank Fernández, un norteamericano que representa a los fabricantes de Elda en Boston y Nueva York. «Cuando vine aquí por vez primera, hace sólo diez años, Elda parecía una población rural».
A medida que Elda crecía, se incrementaba en Madrid el interés por ella. En marzo de 1969, el Ministerio de Comercio concedió el Diploma al Mérito Comercial a la FICIA. El entonces titular de la cartera, don Faustino García-Monzó, hizo personalmente la entrega de dicha distinción y declaró: «Vuestra labor puede y debe servir de ejemplo para muchos otros sectores de la economía española».
Indudablemente, del caso de Elda se desprende una moraleja obvia: con esfuerzo, perseverancia y acometividad —y un hombre como Roque Calpena (que ahora hace planes para exportar zapatos a los países del bloque oriental)— se puede desarrollar eficazmente el potencial latente de otras poblaciones pequeñas. Ahí está el camino abierto por Elda en provecho de todo el país.
Gracias, a este hombre y su equipo, hoy somos lo que somos.
Que no se nos acaben las ideas, ni las iniciativas hay muchas cosas por hacer .
Tengo 68 años, tengo muchas ganas de hacer cosas
Vivan nuestros antecesores, seamos como ellos o por lo menos intentemoslo
Lamentablemente olvidado por las nuevas generaciones, la gigantesca figura de Roque Calpena, debería ser recordada por siempre como uno de los grandes hombres surgidos en el siglo XX en la provincia de Alicante. La ciudad de Elda y, en particular, el mundo del calzado, le debe eterna gratitud.