España es uno de esos países en los que a la gente le da vergüenza hablar en inglés. No queremos equivocarnos, decimos. Como si en nuestra lengua materna no cometiésemos incorrecciones. Es más; todos decimos que de los errores se aprende, pero nos negamos a propiciar esa situación de aprendizaje. No sabemos inglés porque nunca lo hemos practicado lo suficiente, ni mucho menos.
Al estudiar lingüística vemos que, efectivamente, el momento idóneo para empezar a adquirir otras lenguas es el período comprendido entre los 0 y los 3 años, aproximadamente. Vaya, qué extraño, justo cuando estamos aprendiendo nuestra lengua materna. Será casualidad. Luego, de los 3 a los 6 años (siempre aproximadamente), se puede dar también la adquisición de la segunda lengua con alta probabilidad de éxito; es el segundo tren, si no hemos cogido el primero. Más tarde, entre los 6 y los 12, el proceso no sería tan fácil ni natural. De hecho, seguramente no veríamos adquisición, sino aprendizaje. De los 12 a los 21, cuesta aprender idiomas si no hemos empezado antes y, como sabéis, a los adultos que solo dominan una lengua les resulta una verdadera odisea iniciarse con una nueva.
Los docentes especializados en lengua extranjera sabemos esto y, sin embargo, cuando tenemos hijos no hacemos mucho por darles ese regalo para el cerebro que es el bilingüismo. Conozco personas que sí ponen en práctica lo que saben, pero la mayoría (la gran mayoría) parecen «no creer» las evidencias que la ciencia nos da.
Partimos del hecho de que en la educación obligatoria no nos enseñan a entender ni a usar la lengua inglesa. Estamos mejorando lentamente, pero esta sigue siendo la triste realidad. Al llegar a la universidad, muchos estudiamos para convertirnos en docentes especializados en lengua extranjera. Al finalizar los estudios, nos quejamos de que en la facultad no nos han enseñado a ser expertos en dicha lengua, a pesar de que sabemos que hace falta mucho más que cuatro años de carrera para dominar una lengua. No vamos a debatir sobre cuál sería el plan de estudios ideal, pero quizá estaría bien realizar un año de carrera completo en un país donde el inglés sea lengua oficial.
Comenzamos a trabajar en la enseñanza del inglés sin estar mínimamente preparados. Se cierra el ciclo: alguno de nuestros alumnos se podría convertir en un mediocre especialista de inglés, en el futuro. ¿Podemos esperar que nuestros alumnos aprendan a comunicarse? En la mayoría de colegios, ni siquiera se trabaja a nivel oral, cuando sabemos que es lo primero que hay que afianzar y lo más importante para dominar una lengua. Las lenguas, por encima de todo, se hablan.
¿Qué podemos hacer los docentes?
En primer lugar, formarnos. Es imprescindible que cada año podamos decir que hemos mejorado. El problema es que para un adulto va a llevar muchas horas conseguir esa mejora. ¿Hay otro camino? Sí, dejar la especialidad a otros con más tiempo, con más preparación o con más entusiasmo. Conseguir un puesto en infantil o primaria y hacer un trabajo excelente. ¿Por qué no? Lo importante es contribuir a mejorar la educación. ¿No?
En segundo lugar, usar la gran cantidad de recursos que hay disponibles en la sociedad de la información, en el siglo XXI. Los alumnos necesitan horas de exposición a la lengua extranjera, en cantidad y con modelos de lengua reales. Nuestro trabajo es seleccionar el material y programar las actividades que les puedan motivar, interesar, emocionar… Esto lo podemos hacer desde hoy mismo; solo hay que tomar la decisión y comenzar con muchas ganas.
¿Y como padres?
Hace unos años tuve la suerte de trabajar en un colegio con un altísimo porcentaje de familias extranjeras. Además, la gran mayoría procedía del Reino Unido. Pues bien, en la gran diversidad cultural que tuve el privilegio de conocer, pude comprobar que muchos niños (rumanos, rusos, islandeses, polacos, holandeses, finlandeses y otros) eran perfectamente capaces de comunicarse en inglés desde los 7, 8 o 9 años. Sus padres no les habían enseñado, porque no tenían buena competencia en inglés. ¿Qué tenían en común esos niños? Desde que tenían uso de razón, habían visto todos sus programas y películas favoritos en versión original. En algunos países no hay otra opción, pues no existe el doblaje como lo conocemos en España. En otros casos, los padres se habían encargado de que sus hijos tuvieran esa exposición al inglés.
He de decir que, dependiendo de las características de cada hogar, esta actuación puede requerir un serio compromiso por parte de la familia, ya que no suele funcionar si la exposición se reduce a una o dos horas semanales. En este aspecto, cuanto más, mejor. En consecuencia, elijamos con criterio qué van a ver nuestros hijos. Ya que pasan tiempo delante de la pantalla, que se lleven ese bonito regalo que es la adquisición de una lengua más.
Por último, hay que tener en cuenta la gran dificultad que supone no empezar cuando son muy pequeños. Si el niño tiene ya tres años, es probable que rechace la extraña ocurrencia de los papás; dirá que no le gusta, que hablan raro…
Os animo a que valoréis las opciones que tenéis. Os escribo como padre que alucina cuando su hija de (casi) cuatro años se atasca al expresarse y, tras una pausa, reformula su discurso en inglés.
¿Estáis a tiempo?
Luis Miralles es un padre y maestro que mantiene un blog para otros padres y maestros.