El “akelarre” como muchos comentaristas han calificado el acto defendiendo al juez Garzón (no sé de qué), el pasado 13 de abril en la Universidad Complutense de Madrid y organizado por CCOO y UGT con el “no pasarán”, la bandera republicana y los discursos mitineros izquierdistas, amenazantes, cuasi revolucionarios, me resultó como una escenificación cojonudamente ambientada de lo que debieron ser tantas y tantas estampas de la realidad española, roja y azul, de los años treinta del pasado siglo. Me impresionó, y por lo que se dijo, me horrorizó. Cuando Almodóvar y su sindicato se “encerraron” y explicaron que lo hacían porque no podían consentir que “Franco les ganara otra batalla”, tuve que darme palmaditas en la cara y comprobar que no estaba soñando. Inimaginable, increíble… pero cierto.
Me resultó imposible entender todo aquello: el juez Garzón es un imputado, es decir, un inocente que los Tribunales decidirán si es o no culpable pero hasta este momento, inocente. Debo deducir que tamaño esperpento se monta para que ni siquiera sea juzgado alguien con indicios de delito. O sea que si a un ciudadano, otro ciudadano le pone una denuncia fundada y un juez le reclama para aclarar el asunto, el denunciado está obligado a acudir a la cita. Pero si se trata de un tal Garzón que es juez de la Audiencia Nacional, entonces se está cometiendo un atropello. Y me digo yo, ¿por qué Garzón ha de tener privilegios ante la Ley que yo no tengo, no dice La Constitución que todos somos iguales ante la Ley?
Un fiscal jubilado, Fernández Villarejo, culpó, sí culpó, ni más ni menos que a los magistrados del Tribunal Supremo de “cómplices de las torturas franquistas”… y le aplaudieron. Pero si él ejercía de fiscal en esa época, ¿él no fue cómplice? (Allí estaba mucha de la intelectualidad de izquierdas. Dios nos coja “confesaos”)
Yo creía que ser demócrata era tener prohibido coaccionar a los jueces para que sus sentencias fueran transparentes e imparciales acordes con las leyes que aprueba nuestro Parlamento; que todos éramos iguales ante la Ley; que uno es inocente mientras no sea condenado por un juez con todas las garantías… y otras “bobadas” más por el estilo. Pues no, estaba un pelín equivocado: vino toda una pléyade de biempensantes de la izquierda repartiendo carnés de demócratas y me enseñaron que democracia sí, es todo eso que yo creo pero siempre y cuando tales principios se sometan a ciertos matices progresistas y de izquierda que ellos, además, dictarán en cada momento y en función de qué y quienes son el inculpado y el denunciante. Y quien no se someta a esta infalible tamización de criterios, es un fascista totalitario, ah!, y franquista, por supuesto. Ya me lo decía mi madre, “nene, no te canses, que la cabra tira al monte”.