En Elda, ciudad que junto a su vecina Petrer alardea de ser una de las ciudades más
seguras de España en diarios locales, los vecinos pagan un precio muy caro por
participar en las decisiones que afectan al pueblo. Un ejemplo de ello es el “Castelazo”. Una obra faraónica de la céntrica Plaza Castelar
que le va a acostar al pueblo en torno a 1 millón y medio de euros, llevada a cabo con oscurantismo y mentiras pese a las muchas protestas y descontento mayoritario de los ciudadanos.
Más allá de que la plataforma integrada por más de 20 colectivos del pueblo fuese tildada de violenta o incluso movida por gente de fuera del pueblo en sus inicios, ha sido perseguida hasta el punto de que miembros de la plataforma no pudiesen entrar a un pleno, en el que no hay ruegos y preguntas, sin ser cacheados ni identificarse. Pero el fascismo no solo se limita al plano institucional, donde miembros del gobierno
municipal llegaron a lanzar provocaciones del tipo “Nosotros no somos el alcalde de Burgos” en clara alusión a que no iba a retroceder pese a que “hubiese un Gamonal”.
Aquí, más allá de pequeños dictadores, la juventud paga un alto precio su implicación. La noche del sábado 8 de Noviembre, enmarcada después de la concentración de ese mismo día promovida por la plataforma, un grupo de jóvenes fueron agredidos por neonazis. Según las notas de prensa de la policía aquello era una reyerta, cuando en realidad fueron más de 20 personas de ultraderecha armados, contra 3 chavales, que en palabras de la policía “son de ideología contraria”, o “al parecer de extrema izquierda”. Quizás estaría bien que explicasen qué significa ser de ideología contraria a un fascista: ¿No discriminar a nadie? Al igual que estaría bien saber el por qué la pregunta más repetida por parte de las autoridades hacia los agredidos al denunciar los hechos fuese si habían participado en la concentración pacífica de esa mañana.