La violencia de género, para muchos, se presenta como un accidente en el camino del desarrollo social, ven el problema pero lo interpretan como parte de una realidad consecuente con toda una serie de transformaciones, que junto al lado bueno del progreso también arrastran situaciones no deseables, entre ellas la violencia que sufren las mujeres, no se niega el problema pero se construye sobre una visión parcial.
Es parcial porque se centra en la valoración del presente dejando el pasado atrás, como si este tipo de violencia fuera algo de la modernidad y no hubiera existido antes, confundiendo lo invisible con lo inexistente.
Es parcial porque esa visión sólo contempla las manifestaciones más graves de la violencia, esas agresiones que traspasan el anonimato del hogar para extenderse como una mancha de tinta en las noticias y en las denuncias.
Es parcial porque la respuesta se da ante determinadas expresiones de violencia, dejando el resto sin abordar, cuestionando la violencia de género desde el punto de vista cuantitativo y no cualitativo, que es el verdaderamente trascendente: el hecho de que un hombre decida recurrir a la violencia para imponer su criterio sobre el de la mujer.
Y es parcial porque no hay neutralidad cuando la actitud ante el significado de la violencia que sufren las mujeres por parte de sus parejas o exparejas, en lugar de levantar la crítica y el rechazo más rotundo tiende a la minimización, a la explicación o a contextualizar lo ocurrido alrededor de determinadas circunstancias.
Esta posición parcial, fragmentada, limitada ,dispersa… que existe sobre una violencia que ha estado presente a lo largo de la historia sólo puede significar que , además es interesada. Y lo es porque es producto de una construcción llevada a cabo sobre determinadas referencias culturales para conseguir unos objetivos que siempre benefician al que está en posición de privilegio, de ahí que el peso de los años y el lastre de las graves consecuencias no hayan podido debilitarla, porque ante cada caso y tras cada año, los argumentos de la justificación han sido capaces de reforzar y de expulsar aquella parte de la realidad que generaba inquietud o conflicto por medio de las excusas, como ha sucedido al recurrir al consumo de bebidas alcohólicas, drogas, los celos o los problemas psicológicos de los agresores para explicar el resultado y justificar el hecho.
La solución definitiva pasa por adoptar posiciones críticas que lleven a modificar las referencias sobre las que se construye la violencia de los hombres que deciden utilizar su posición de privilegio para perpetuar su poder sobre la injusticia de la desigualdad.
No se puede ser neutral ante la violencia ni frente al violento, tampoco se debe ser imparcial. Hay que tomar partido, y la parcialidad debe establecerse sobre la referencias de los Derechos Humanos para criticar a quien los ataca sistemáticamente con sus acciones o con sus silencios, pues sólo desde la actuación decidida en defensa de la igualdad se podrá conseguir la convivencia que garantice la paz de la sociedad.