Había más de 300 personas;
hombres y mujeres
bailando,
riendo,
bebiendo,
haciendo el amor
a escondidas en algún rincón
para no ser vistos…
entonces apareció ELLA.
Como un relámpago en mitad del desierto,
haciéndose notar sin ser vista.
Un cara a cara inesperado,
un enfrentamiento fortuito.
El pasado se abalanzó
con todo un séquito de DEMONIOS
-“No vas a cambiar nunca”, le dijo ella
-“pero me alegro que lo intentes”, añadió sonriendo.
La sangre que brotaba
de la yugular de aquél hombre
mojaba los pies de los testigos
que no eran conscientes del CRIMEN
que se estaba cometiendo.
La chica se marchó sin despedirse
y lo dejó a solas con la MUERTE.
Fue ahí cuando comprendió
que una cosa es el PERDÓN y otra el olvido.
Que en la guerra del amor y su contrario,
-como en cualquier otra GUERRA-,
el hedor a muerto es perpetuo.
Y aunque dos amigos
con alas en la espalda
acudieron en su ayuda
(como arcángeles de la misericordia)
para recordarle que ya pagó
su propia PENITENCIA,
su yugular seguía desangrándose;
su corazón insistía en no palpitar…
En su mente,
(esa habitación psiquiátrica cerrada bajo llave),
donde permanecían encerrados
los ALTER EGOS del suicidio,
se abrió de par en par
y éstos escaparon
con las corazas de fuerza acuestas.
Ahí entendió que todavía tenía 27
y que la autodestrucción
todavía era su refugio.
Que quedaba una butaca reservada
en la última fila del club
de los MALDITOS…
El DAÑO ya está hecho,
las HERIDAS continúan abiertas,
el DOLOR se apacigua pero NO CESA.
La CULPABILIDAD será la LÁPIDA
que apoyarán en mi tumba
cuando me encierren ahí abajo
con mis demonios
y el perdón será un hasta siempre
y no un adiós
y mi yo,
defensor de guerras justas
y a su vez romanticón empedernido,
peleará contra sí mismo
para de nuevo,
intentar descansar en PAZ