*Nota: Artículo escrito por Xavier Amat Montesinos y Mª Carmen Puche Ruíz, y publicado originalmente en el libro «Sostenibilidad en los espacios rurales. Proyectos europeos, herramientas participativas, experiencias municipales y territoriales en España» -aquí pueden comprarlo-.
Introducción
Definir la ruralidad de un territorio implica enfrentar una realidad objetiva y otra subjetiva. La una, establecida a partir de criterios científicos, constituye el primer escalón en la enunciación de políticas públicas para la protección y promoción de los territorios rurales. La otra, basada principalmente en apreciaciones cualitativas, define los espacios rurales por su carácter agroforestal, descapitalizado, semi-abandonado y sometido a las dinámicas que impone la ciudad; se trata de una ruralidad que no siempre justifica la intervención pública al no ajustarse a parámetros numéricos.
La fuerte carga objetiva que conlleva la implementación de políticas públicas sobre el medio rural en España y Europa, ha impedido que multitud de geografías rurales accedan a este tipo de intervenciones, propiciando el sesgo de espacios cualitativamente rurales. No obstante, ello ha generado una obligación voluntaria para que estos de espacios no subsidiados pongan en funcionamiento mecanismos de revitalización de sus activos rurales, que contribuyan a su salvaguarda, y que favorezcan la configuración de un espacio socioeconómico propio, innovador, con nuevas fórmulas territoriales que surjan bajo el sello de la “Excelencia”.
El concepto excelencia territorial aparece en Europa a mediados de la década de 1990. En España, el término ha cristalizado principalmente en la Universidad, y han destacado autores como Fermín Rodríguez. Desde este foro, se ha apostado por la excelencia territorial como estrategia para el desarrollo local sostenible, entendiendo el territorio como un proyecto, y fomentando una cultura de calidad en los objetivos y finalidad de ese proyecto. Desde esta óptica, el territorio es una construcción social producto de un proceso de interacciones ecosociales (Rodríguez y Villeneuve, 2000), que se enmarca en un triángulo formado por los nodos actividad económica, actividad social y conocimiento.
Partiendo de estas ideas, el objetivo en las siguientes líneas es establecer unas directrices básicas que permitan desarrollar los principios de la excelencia territorial sobre un espacio rural no reconocido, las sierras del Maigmó y del Cid (Alicante), cuyas características sociales, productivas, ambientales, culturales y de proyección hacia el exterior, hacen de éstas un marco idóneo desde el que se pueda entender una excelencia del territorio basada en su vertebración turística y la revalorización de los sistemas agropecuarios.
La ruralidad en un entorno urbano – industrial
El agroecosistema mediterráneo serrano Maigmó-Cid, en el corazón de la provincia de Alicante, ocupa una extensión aproximada de 155 km2 en el contacto entre los municipios de Castalla, Sax, Petrer, Tibi y Agost. Se trata de una zona morfológica y funcionalmente rural, en contacto con dos polos eminentemente urbano-industriales; el corredor del Vinalopó y la Foia de Castalla. La condición de urbanidad, la fuerte especialización en actividades industriales ahora maduras, así como la propia disposición de los límites administrativos, han impedido otorgar una “ruralidad protegida” sobre un espacio que representa algo más que una reserva de suelo. Si los mencionados límites administrativos presentasen una configuración alternativa, nos encontraríamos ante un territorio rural, de larga tradición agroecológica, con un fuerte arraigo del campesinado y con una dinámica socioeconómica regresiva. En efecto, vendría definida como una área fuertemente influenciada por la agricultura extensiva de secano; un sector productivo que, a un ritmo sosegado, empieza a complementarse con los nuevos usos del medio rural y, tímidamente, con usos tradicionales reinventados.
Este ámbito, sometido a una antropización milenaria, con evidencias de ocupación desde la Edad de Bronce, ha permitido la configuración de un paisaje intensamente habitado. Con el paso de las décadas, las distintas sociedades que han ocupado este territorio -y estableciendo un símil con la fundación de las ciudades según Chueca Goitia- han hecho del campo su patria, conformando un legado identitario que todavía hoy cobra sentido. No obstante, en el contexto de crisis generalizada en la Europa rural del siglo XX, se ha ido erosionando económica y demográficamente la vitalidad de este territorio, de modo que, las sierras del Maigmó y del Cid, en función de su situación actual y de configurar un ámbito administrativo diferenciado, apenas alcanzaría una densidad de población de 7 hab/km2. Se trata en definitiva de un paisaje en crisis, consecuencia de una presencia humana en crisis (Esparcia, 2005).
Ante esta situación, la nueva concepción que se otorga en los últimos años a los paisajes intuitivamente rurales han propiciado que, en el marco de la Red Natura 2000 y de la Ley valenciana de Espacios Naturales Protegidos, el conjunto serrano Maigmó-Cid se incorpore al catálogo valenciano de espacios protegidos. Esta inclusión ha de entenderse como un hecho positivo, y como un primer paso de las administraciones locales y autonómica en la consecución de un paisaje y un territorio reconocido y de calidad. La apuesta por este tipo de certificaciones territoriales ha de acompañarse, no obstante, por la activación de medidas que contribuyan a educar al territorio rural para que aprenda a generar su propio desarrollo (Izquierdo, 2005). En este sentido, la declaración tanto de Lugar de Interés Comunitario como de Paisaje Protegido en este ámbito, no ha de ser el fin, sino el medio por el cual los activos rurales adopten nuevas utilidades sociales, sostenibles desde el punto de vista económico y ambiental, capaces de generar un medio rural innovador en un entorno urbano e industrial.
Tres líneas para la vertebración turística del territorio
Tres son las fronteras que conforman el acervo más arraigado del territorio rural analizado: el mantenimiento del sistema agroforestal tradicional alicantino, su carácter de bastiones lingüísticos y culturales, y el hecho de ser municipios del Medio Vinalopó y la Foia de Castalla que poseen un sistema defensivo tan exclusivo de la zona como son sus castillos roqueros. Estas tres circunstancias no solo no han sido precursoras de aislamiento, como podría creerse, sino que han favorecido la integración, apertura y permeabilidad de estas tierras ante condicionantes y tendencias foráneas a lo largo de los siglos, testimonio de lo cual es el paisaje actual.
Basándonos en estas tres premisas, justificaremos a continuación tres posibilidades de diversificación económica en forma de subproductos turísticos que inciden en la creación de un proyecto de territorio, estudiando su viabilidad conjunta.
Nos encontramos en el paso del valle semiárido, propio de la comarca del Vinalopó Medio y sobre el que se asientan los cascos urbanos, a zonas montañosas, conservándose el corredor ecológico existente entre los campos de cultivo intermedios y el espacio forestal. Se trata de una zona altamente singular en la provincia de Alicante y cuya ruralidad merece destacarse, frente a la gran conurbación que propone la imbricación Elda-Petrer e incluso los propios municipios de Castalla, Ibi y Onil.
Así, hay que resaltar la existencia de fincas de explotación de agricultura de secano (casas de labor, masías, heredades), y de construcciones de ingeniería tradicional asociadas (canales, balsas, parats, aljibes, tanques, cavas y neveros, pozos de agua, hornos de cal, molinos, etc., garantes y testimonios de su autosuficiencia hídrica y funcional pasada), que jalonan este valle abancalado y suponen la adaptación de la agricultura al medio y las peculiaridades del aprovechamiento de un territorio desde hace más de 4.000 años.
Hablamos, por tanto, de un patrimonio, el de la arqueología agraria, que vendría a responder a las preguntas de quiénes fueron los moradores que antaño habitaron estos valles, en el camino tradicional de Petrer a Castalla, cómo construyeron este paisaje tan notablemente diferenciado de las zonas próximas urbanas y, sobre todo, por qué eran imprescindibles estas infraestructuras sobre una orografía dada. Porque la primera y última pasión de sus habitantes, antes y ahora, es la tierra y su vínculo con ella. Entramos en el campo de la interpretación territorial y abrimos el debate en torno a los métodos de divulgación más adecuados para ello. Contrariamente a lo comúnmente establecido, pensamos que la tan vapuleada industria turística tendría mucho que decir en este proceso.
El residente local y el visitante contemplan explotaciones como la Foradà, el Esquinal, la Casa de Castalla, la Casa del Pantanet, el Catxuli, l’Avaiol, la Gurrama… algunas con más de 400 años de antigüedad. Nos hallamos, sin duda alguna, ante una clara oportunidad de reconvertir fincas agrarias (algunas en estado de abandono) con un reconocible potencial histórico y paisajístico y, además, conseguir fijar población en el territorio.
Es conocido que el abandono de la agricultura afecta siempre a la biodiversidad circundante, nacida al compás de los mismos procesos agrarios. La zona objeto de estudio no fue inmune al proceso de industrialización del siglo XX, esta vez a favor del calzado, la marroquinería y el juguete, fenómeno que asentó y atrajo población a los núcleos urbanos, dejando también atrás en su evolución actividades de gran calado como la cerámica artesanal, dando la espalda nuevamente al campo.
Durante siglos, el progresivo abandono de la agricultura ha dejado huellas en las fachadas y en las laderas montañosas, con muretes derribados y bancales que han sido ganados definitivamente por el bosque o la erosión, y ofrecen una visión de monte alto artificial dominado por el pino. Por el contrario, la conservación de los paisajes medios aterrazados se demuestra todavía óptima y atractiva visualmente, creando rincones inesperados y sinuosos donde agricultura, vegetación, luz y edificaciones unifican vida y escenario. Un continuo que asciende hacia la Montaña de Alicante.
La declaración de Paisaje Protegido de las Sierras del Maigmó y del Cid en 2007, y lo que es más importante, la inclusión de la zona dentro de la Red Natura 2000 como LIC del Maigmó y Sierras de la Foia de Castalla, pueden contribuir significativamente a la conservación de las características históricas del paisaje, heredero de las interacciones seculares entre el hombre y el medio, y, por ende, a la conservación de esa biodiversidad en peligro.
Pese a no hallarnos frente a áreas rurales reconocidas, no olvidemos tampoco la filosofía de los ejes 2 y 3 del Plan de Desarrollo Rural 2007-2013 de la UE (“Mejora del medio ambiente y del entorno rural” y “Mejora de la calidad de vida en las zonas rurales y fomento de la diversificación de la economía rural”, respectivamente), y en particular, las prioridades del Plan Estratégico Nacional de Desarrollo Rural 2007-2013, de “mantenimiento de la biodiversidad”, “la restauración, conservación y valorización del patrimonio rural” y “el fomento de las actividades turísticas”[1], que serán articuladas mediante los Programas de Desarrollo Rural autonómicos.
Estas inquietudes, ahora que la política de subsidiariedad en torno al desarrollo de las áreas rurales se impone más que nunca como tarea independiente de cada uno de los Estados miembros, también se han recogido en la Ley 45/2007, de 13 de diciembre para el Desarrollo Sostenible del Medio Rural y, en un futuro próximo se trasladarán al Programa de Desarrollo Sostenible estatal, elaborado en coordinación con las diferentes comunidades autónomas, las cuales deberán delimitar las áreas rurales susceptibles de ser beneficiadas, suscribiendo un plan por zona rural.
Es en este punto donde entran en juego tanto el papel del cooperativismo en el medio rural como las diferentes opciones de implantación de actividades recreativas y de ocio. Hagamos una breve semblanza de la situación actual de estas fincas y del turismo rural en la zona. Destaquemos el hecho de que la titularidad privada de la mayoría de estas heredades ha sido el principal acicate a la hora de procurar su supervivencia. A día de hoy, existen dos casas rurales en el entorno (“La Puerta del Agua” y “La Casa de La Esperanza”), de muy reciente apertura (2005 y 2006), así como muestras de restaurantes de cocina tradicional. Como se aprecia, se trata de una fórmula de éxito que responde a unos hábitos de consumo y ocio más sofisticados y actuales, a los que no escapa el interior de nuestra provincia. Asimismo, la Diputación de Alicante dispone de una finca de más de cien hectáreas (Xorret de Catí), donde se ubica “un refugio, una zona de acampada, un área recreativa y un hotel”, como sucintamente se publicita en web. Incluso conviene mencionar una iniciativa privada como es la creación de una granja-escuela.
Sin embargo, la oferta complementaria a estas instalaciones, la que otorgaría el necesario valor añadido a las estancias y visitas y pondría de relieve la calidad del territorio y su carácter de exclusividad; el nodo entre agricultura y naturaleza, los recursos materiales e inmateriales como motor decisivo de desarrollo, se revela todavía débil o deficiente. Conviene, ahora más que nunca, activar la conciencia de lo local y elevarlo a la visión más amplia de un territorio integrado y transversal, que comparte tradición e identidad. Así, se ha de actuar de dentro hacia fuera, estableciendo sus singularidades como fortalezas territoriales y focos de competitividad, promocionando la excelencia de sus valores culturales y estableciendo una línea de marketing territorial con vocación estratégica. Esto requiere “fortalecer la dimensión reticular del territorio, para valorizar el sistema empresarial y dar una mejor visión de los recursos de excelencia”[2], del sistema territorial, en suma.
Nos enfrentamos a la dificultad de análisis y proposición, que se multiplica cuando hablamos de territorios de proyecto y no de gestión, pues el área de trabajo no coincide con una demarcación administrativa reconocida. Además, estamos hablando de “reinventar el territorio” (Bervejillo, 1996), pues “el hombre necesita también para su equilibrio, encontrar en su entorno cotidiano las raíces que le unen al pasado y le hacen solidario con el futuro”[3], y por tanto, se prioriza el consenso comunitario.
Como en gran parte de los territorios rurales, sus habitantes no son plenamente conscientes de todo su potencial, interiorizándolo sin oportunidad de proyectarlo. He aquí un retrato de los rasgos principales de la Foradà, compartidos por todas las construcciones de la zona: “Heredad con terrazas de mampostería de piedra en seco centenarias, que compatibiliza el cultivo no intensivo de almendros y olivos con el uso ganadero, y una estructura viaria y mantenimiento del núcleo familiar que nos devuelve al pasado” (Asins, 2006). Se demuestra imprescindible tanto la toma de conciencia de la población, como el esfuerzo simultáneo y conjunto en una misma dirección, encaminada a la excelencia.
Se trata de hacer un “nosotros” de los muchos “yo” que componen la dimensión personal del territorio (Heurgon y Landrieu, 2003) y aprovechar los bienes sociales que proporciona el medio rural, buscando solucionar el problema de la atomización empresarial. El alquiler de alojamientos rurales en su modalidad de uso no compartido, tal y como se viene llevando a cabo en la actualidad en la zona, puede servir a la recuperación de la arquitectura de estos valles y a la consecución de un rendimiento complementario, pero cabe insistir en la urgencia de su recuperación social, local y cultural partiendo de una premisa de profesionalidad de su capital humano, porque no se entiende un turismo sostenible que se realice sin que se produzcan interacciones con los pobladores y el entorno, principales activos territoriales que deben “venderse” desde la excelencia. Así por ejemplo, para la creación de empresas de economía social, apuntemos solamente las ayudas al cooperativismo valenciano que la Conselleria de Agricultura, Pesca y Alimentación de la Comunidad Valenciana convoca anualmente. El Decreto 188/2005, de 2 de diciembre, Regulador del Alojamiento Turístico Rural en el Interior de la Comunidad Valenciana, dejaría fuera de su ámbito de aplicación nuestra zona de trabajo de no ser por lo dispuesto en el apartado 3 de su artículo 2: “se podrá autorizar el funcionamiento de establecimientos de alojamiento previstos en la presente disposición cuando el uso de la zona donde se ubiquen sea agrícola, ganadera o forestal”.
Las “casas rurales”, en la especialidad indicada de “masías”, al igual que los “hoteles rurales” son las formas normativas más idóneas de implantación en la zona, habida cuenta las necesidades de un tipo de turismo de nivel adquisitivo medio y medio-alto, que quiere experimentar el territorio. No se trataría de atraerse tan solo a los segmentos agroturistas, sino que se buscaría también proponer la oferta ecoturista, de contemplación de la naturaleza y tratamientos de salud alternativos, desde una perspectiva menos activa quizá, pero igualmente comprometida con la sostenibilidad de la zona. A este respecto, merecen destacarse las ayudas anuales para la creación y cualificación de establecimientos de turismo rural de la Agencia Valenciana de Turismo que incentivan la “rehabilitación o restauración sustancial de edificios existentes, y que tengan una antigüedad de cincuenta años, no de construcciones ‘ex novo’, manteniendo y recuperando la memoria histórica del inmueble y su entorno”.
Reiterando nuestra vocación de promover un territorio comunitario y su excelencia, señalemos que, en ocasiones, se empieza a construir la casa por el tejado, y se exigen reconocimientos patrimoniales y etnológicos a nivel universal, cuando en la propia región ni siquiera se han iniciado los trámites para su protección como BIC. Recordamos, en particular, de la red de pozos de nieve existente, y nos remitimos a la definición de Bien de Interés Cultural proporcionada por la ley 7/2004, de 19 de octubre, modificación de la ley 4/1998, de 11 de junio, del Patrimonio Cultural Valenciano, la cual procede a afirmar que “Aquellas actividades, creaciones, conocimientos, prácticas, usos y técnicas que constituyen las manifestaciones más representativas y valiosas de la cultura y los modos de vida tradicionales de los valencianos serán declarados bienes de interés cultural”. De la misma manera, y pese a la escasísima tradición tanto en la Comunidad Valenciana como en la provincia de Alicante, se recomienda la posible declaración de la zona como Parque Cultural, ya que, al amparo de esta misma Ley del Patrimonio Cultural Valenciano, se entiende por tal “el espacio que contiene elementos significativos del patrimonio cultural integrados en un medio físico relevante por sus valores paisajísticos y ecológicos”, siendo el territorio que nos ocupa particularmente rico en las dos vertientes especificadas. Esta declaración vendría a sumarse a la de Paisaje Protegido y reforzaría tanto su imagen de marca como su protección.
Puesto que el espíritu de esta ley se inserta en la voluntad de reforzar la “afirmación de la sociedad valenciana como pueblo histórico en el marco español, mediterráneo y europeo”, no creemos en absoluto descabellada la inclusión en esta figura de protección, que no debe limitarse exclusivamente a preservar zonas de interés por su legado continente de abrigos y pinturas rupestres, como en la práctica se ha venido haciendo, sino elevar también su visión hacia zonas cuyos usos tradicionales han configurado el paisaje construido, modelando sus montes al igual que el carácter de sus gentes en perfecta simbiosis natural y cultural. De hecho, el Parque Cultural de la Valltorta-Gasulla alberga numerosos ejemplos de construcciones de piedra en seco, como arquitectura vernácula del paisaje, pero basta consultar su publicidad turística para constatar que el mayor reclamo promocional por el que se ha apostado ha sido el conglomerado de estaciones rupestres.
La articulación actual de senderos como los PR-V 6, 28, 29, 30, 32, 33, 34, 141, 142, 143; el paso del sendero GR-7 por la provincia de Alicante, la existencia de la Vía Verde del Maigmó a Alicante e innumerables rutas cicloturistas, “vías ferratas” y de escalada en roca, así como la conservación de vías pecuarias tradicionales, conforman una oferta variadísima de ocio activo en absoluto estructurada, escasamente aprovechada, y en ocasiones tan solo de manera espontánea para los escolares de la zona y los propios locales como recurso didáctico. “El recorrido es una manera concreta y directa de apropiarse del patrimonio: de hecho para participar de un bien cultural es preciso experimentarlo” (Llop i Bayo, 2003).
La apertura de iniciativas tan sugerentes como puedan ser estaciones científicas en el Paraje Natural Municipal del Arenal de l’Almorxó (también LIC y microrreserva) y en la Rambla dels Molins, junto a la presa de El Pantanet, que data del siglo XVII, y sus conducciones de agua excavadas en la roca (donde el sistema ingeniero local fusionado al paisaje llega al paroxismo), así como la potenciación de la actividad micológica y cinegética en la zona constituyen sendas oportunidades. Ello podría implicar también su complementariedad territorial con la Estación Biológica de Torretes y la Estación Científica de la Font Roja, en un proceso de estudio y divulgación que no merece obviarse. La realización de cursos y talleres etnológicos y de paisaje, su vinculación tanto a visitas turísticas como a la docencia universitaria en construcciones tradicionales rehabilitadas se antoja altamente recomendable.
Siguiendo la definición de proyectos compatibles con la conservación del patrimonio, destaquemos dos que añadirían valor a la oferta territorial. La Ley del Patrimonio Cultural Valenciano especifica asimismo que “podrán ser declarados bienes de interés cultural los bienes inmateriales que sean expresiones de las tradiciones del pueblo valenciano en sus manifestaciones musicales, artísticas, gastronómicas o de ocio, y en especial aquellas que han sido objeto de transmisión oral, y las que mantienen y potencian el uso del valenciano”. De esta manera, consideramos que reivindicar territorialmente la figura de Enric Valor podría resultar un acierto. Tenemos el mas de Planises, donde habitó, amén de sus “rondalles”, cuyo propósito didáctico para escolares y familias como recuperación de una forma de transmisión y divertimento oral, a través de la pedagogía teatral y la dramatización de cuentos, supondría una nueva forma de integración en la cultura y la lengua de la zona.
Además, tengamos en cuenta que nos hallamos en pleno corazón de la “Ruta de los Castillos del Vinalopó”, propuesta por el portal turístico de la Comunidad Valenciana, que comprende “las fortalezas de Villena, Biar, Castalla, Tibi, Sax, Petrer, Elda, Novelda, Monòver y Aspe”. Se trata de una ruta que carece de actual funcionalidad y que se demuestra inoperante, pese a las muchas virtudes de la iniciativa. Todos los municipios que la componen, especialmente los cinco integrantes de nuestro Paisaje Protegido, deberían conciliar posturas y decidirse finalmente por su reactivación. No andamos muy lejos de la figura del Ecomuseo, uniendo territorios difusos en su distribución, pero con características etnológicas homogéneas, y estableciendo redes de promoción y comercialización de productos en pos de su desarrollo. Estaríamos hablando de una visión incluso más avanzada, de territorios históricos y solidarios compartidos, “excelentes”, de hermandades culturales que defender en la actualidad, origen de esas fronteras que antaño defendieron nuestros padres.
Reinventar el agro. Propuestas para la innovación sobre el paisaje agrario
En el contexto actual, el agrario es un paisaje cargado de valores subjetivos que le otorgan, cada vez con mayor intensidad, un reconocimiento positivo por parte de la sociedad y, por extensión, de las administraciones públicas. En este marco del paradigma clorofílico (Ojeda, 2006, 184), los agroecosistemas serranos mediterráneos aparecen como piezas diferenciadas en entornos urbano-industriales saturados, como legado de la historia agroecológica y gestión inteligente del territorio, enclaves en peligro de extinción que conviene preservar, pero también aprovechar y promocionar.
El paisaje agrario de las sierras del Maigmó y del Cid es definitorio de todo ello. Un espacio de tradición agroecológica milenaria gobernado adecuadamente por los códigos campesinos locales; un territorio que se ha desarrollado sobre sí mismo a lo largo de la historia basándose en el aprovechamiento sostenible de los recursos endógenos; un espacio, cuya configuración en la actualidad se perfila capaz de responder a las necesidades del paradigma clorofílico.