Sólo los que van a morir
(y temen dejar el último poema a medias)
son capaces de dejar la medicación,
hacer caso omiso a las terapias en grupo,
pasar de las recomendaciones
de las psiquiatras
y volver a meterse en la boca del lobo.
Puede más el romanticismo,
pesa demasiado el odiarse uno mismo
por los errores cometidos…
Aquellos que padecen continuas pesadillas
y se ahogan por la angustia
de haber perdido a la mujer de su vida
prefieren morir con dignidad.
Ella estaba preciosa.
Traía un ceñido vestido negro,
unas medias con cenefa
y unos guantes de seda
del mismo color.
Se quitó las oscuras gafas.
Nada de maquillaje,
piel blanca y radiante
y labios pintados
de un carmín saturado…
Me dio dos besos y me dijo
con una sonrisa pícara:
-Hola, mi poeta-
Se sentó en la mesa del restaurante,
cruzó sus piernas y se deshizo de los guantes.
Traía unas uñas largas y afiladas
perfectamente pintadas
de color sangre.
Sacó su paquete de tabaco,
y se encendió uno de esos largos pitillos:
-Me alegra volver a verte- , me dijo después de dar la primera calada.
-¡Ay!, amor…qué guapo estás por dios- , añadió.
-Agua con gas- , le pidió al camarero
antes de que este se acercase más a la mesa.
– «M.», no me jodas. No he venido para follar contigo.
-Vengo a proponerte un trato-
Ella comenzó a reír tímidamente.
-Conozco tus tratos así que…-
-¡Cállate!- , dije interrumpiéndola.
-¡Cállate y escucha!- añadí.
-Sé que te dije de vernos a las 00:01 de la última noche del año-.
-Ahá… Está apuntado en mi agenda, amorcito.
¿Y cuál es el problema?- preguntó.
-Necesito más tiempo-, respondí.
Se inclinó hacia mi mostrándome
hasta las aureolas de sus tetas
y tirándome el humo a la cara me susurró:
-Tú y tus tiempos…me excitan tanto…
Pablo, cuándo entenderás que de mí no se puede huir-
-«M.», sigues poniéndome cachondo…
No pretendo escapar de ti. Ya te he probado
y perdona si te parezco soberbio
pero creo que nadie te ha follado como yo-, le dije mirándola a los ojos
-Nunca he dicho lo contrario, poeta…
Aunque me da la sensación de que esta vez
sería yo la que llevaría las riendas…-, contestó lamiéndome la comisura del labio.
-Aquí tiene su bebida, señorita-, dijo el camarero.
-Gracias, guapetón-, respondió a la vez que le tocaba la mano.
-¿También vas a cargarte a ese?-, le pregunté sonriendo.
-Le quedan dos semanas. Escape de gas en casa.
No sufras, muerte dulce. Sin explosión-.
-Como te gusta, cabrona- le recriminé.
-Soy una profesional, Pablito-
-Bueno…a lo que venía.
Quiero hacer un trato:
Ya sabes lo que voy a intentar.
Es mi última aventura,
si fracaso en el intento no me importará
que aterrices en mi estudio sin previo aviso.
No me des tiempo a escribirlo,
si quieres impide que me despida de todos,
¿Te parece?-, le propuse.
-¿Estás seguro?-, preguntó.
-¡Sí!-, respondí confiado.
-Muy bien, marinerito,
pero esta vez…esta vez será diferente.
Vas a firmar este documento-
Sacó un papel de su diminuto bolso:
CONTRATO:
En …………., , a…………………………
REUNIDOS:
De una parte D/Dña. MUERTE (INMORTAL) y de otra …………..con oficio de «poeta» (escritor
de culto), provisto de 4 fracasos amorosos y mayor de edad,
MANIFIESTAN:
Ambas partes se reconocen mutuamente la capacidad necesaria e irrevocable para el otorgamiento
del presente CONTRATO DE FALLECIMIENTO VOLUNTARIO CON OPCIÓN DE CONDENA
PERPETUA EN EL INFIERNO, y a tal efecto,
EXPONEN:
I. Que Don/Doña MUERTE pasará a ser propietaria de la vida de …………….. si este fracasa en el
último intento por ser feliz.
II. Que Don/Doña MUERTE está interesada en que …………… sufra las consecuencias de haber
retrasado su final 3 VECES, lo que las partes llevan a efecto con sujeción a la siguiente,
ESTIPULACIONES:
En cumplimiento de lo dispuesto en la vigente Ley de Arrendamientos Poéticos/Escritores, el
contrato de vida/muerte/inspiración podrá ser objeto de prórroga siempre y cuando el poeta
renuncie a su trabajo/don y por lo tanto deje de ejercer como tal pasando así a ser un hombre
normal y corriente.(muerto en vida)
-Quieres joderme bien, eh, puta-, dije.
-Bueno…si eres valiente…fírmalo.
-Déjame un bolígrafo.
-No, no, no…marinerito.
Entonces me desabrochó el primer botón
de la camisa,
la apartó un poco
y me clavó la uña de su dedo índice
en el costado izquierdo de mi pecho.
(No noté nada)
Con su mano izquierda
cogió mi mano derecha,
la apoyó en la suya
y me dijo:
-Firma con tu sangre, valiente- dijo sonriendo.
Firmé aquél contrato con su uña bañada en mi sangre.