Dedicado a la memoria de Antonio Martínez (Mere) y Antonio Riquelme, pioneros de la aventura y del alpinismo eldense.
Hablar de las primeras aventuras y de los primeros aventureros eldenses es hablar principalmente de montañismo y de montañeros, aunque personalmente prefiero el término de alpinistas, más concreto y cercano a la aventura y más aceptado internacionalmente.
Una de las definiciones que la Real Academia de la Lengua Española hace del vocablo «aventura» dice así: «Empresa de resultado incierto o que presenta riesgos». Una definición que al no concretar el lugar, da posibilidades a todo tipo de escenarios donde la «aventura» pueda existir. Afortunadamente la literatura primero, y el cine después, situaron el marco de la aventura de manera generalizada, aunque no exclusiva, en los espacios naturales más inhóspitos y recónditos de la tierra, y eso sí, resultando siempre la capacidad que tiene el ser humano para superar las adversidades o dificultades que la propia naturaleza le opone, o las peripecias vividas aunque no se logren alcanzar los objetivos fijados.
Estas condiciones se reúnen en el Alpinismo, actividad deportiva y aventurera que nace en 1786 con la ascensión al Mont Blanc, y que tiene a Horace-Bénédicte de Saussure como el padre de este deporte no olímpico. Sin embargo, lejos de ser francesa, la primera sociedad en el mundo fue el Club Alpino Inglés, en 1857. En España,la primera entidad con tendencias excursionistas se llamó Asociación Catalanista de Asociaciones Científicas. Se fundó en 1876, siendo común entonces ese «toque» científico o de investigación con el que se revestían las excursiones a la montaña.
Curiosamente, un siglo después de la fundación de aquel club inglés, se funda en Elda, en 1957, nuestro Centro Excursionista Eldense que nace con las influencias del excursionismo catalán, toda cultura al fin y a la postre desarrollada por las primeras entidades y exportada al resto del país, pero en mayor medida a Valencia, donde la mayoría de las sociedades adoptaron el término «excursionista», mientras que en el resto de España se llamaron: Club Montañero, Club Alpino, Sociedad Montañera, etc., concretando más su verdadera vocación, que no es otra que la de subir montañas.
Las primeras incursiones de los excursionistas eldenses, tienen como objetivo los Pirineos y más tarde los Alpes, aunque ambos macizos no tenían ya en aquellos momentos la consideración de «territorio de aventura» debido al amplio conocimiento que de dichos sistemas montañosos se tenía. Estoy convencido de que fue toda una aventura para aquellos avanzados excursionistas del momento. En la década de los sesenta, sobresale de entre aquel afianzado movimiento excursionista un hombre que fue el pionero de la escalada de nuestro valle: José Navarro, «El Pipona». A él se deben la primeras vías de escalada en nuestro entorno. Navarro llegó a ser preseleccionado por tomar parte en la Primera Expedición Valenciana al Ártico, denominada «Groenlandia-70», pero finalmente no pudo participar.
Aquella expedición coronó varias cimas vírgenes en el inexplorado territorio de la costa oriental de Groenlandia, a las que bautizaron con nombres de poblaciones como Onteniente y algunos pensamos que allí también podría haber estado el pico Elda de haber participado «El Pipona». No fue así, pero no pasaría mucho tiempo para que nuestra ciudad o nuestro gentilicio, obtuviera su primer título geográfico. Tan sólo un año después, en 1971, el G.E.C.E. (Grupo de Escalada del Centro Excursionista), que había nacido en 1968 y se había desarrollado y crecido en escaladores y actividades, propiciaba el definitivo relanzamiento de la escalada en Elda y con ello, el de un tipo de alpinismo más comprometido.
Un equipo de seis jóvenes (entre los 18 y 21 años) asumimos la primera actividad, la «Operación Atlas-71». En las montañas del Alto Atlas marroquí, llevando a cabo un total de 27 ascensiones y escaladas, entre las que figuraban tres «primeras», una de ellas bautizada como Espolón Eldense.
La escalada la llevamos a cabo la cordada Mere-Maestre el 23 de julio de 1971. Tres días después, el día 26, la cordada Riquelme-Maestre coronaba la cima más alta de la cordillera: el Toubkal de 4.165 metros, recorriendo la arista O.N.O. por primera vez, bautizando dos cimas más con los nombres de Punta Immil y Cerro Luis Hoyos.
Si a las ascensiones y escaladas en las montañas y al viajar por el Marruecos de aquel 1971, le sumamos que tan sólo cuatro días antes de nuestra partida habían sido fusilados, sin juicio previo, 13 altos mandos militares del ejército marroquí como consecuencia de un fallido golpe de estado contra el rey Hassan II, sin duda tendremos los elementos necesarios para catalogar a aquella «Operación Atlas-71» como una verdadera aventura, que tuvo a la montaña como pretexto.
Además de Mere y Riquelme, fueron mis otros compañeros Pedro Cano, José Miguel Martí y Ricardo Vicedo y el viaje lo realizamos en nuestros propios vehículos, un Simca-1000 y un Renault 4-L, por supuesto muy, pero que muy, de segunda mano.
Algo que casi nadie supo fue que para 1976 estaba prevista la segunda expedición a los Andes bolivianos, denominada «IIlampú-76», que quedó sin efecto. Pero a cambio, se fundaría, curiosamente también cien años después de aquella primera sociedad española, el Club Alpino Eldense cuyos hombres, tan sólo un año más tarde, pondrían en marcha la «Operación Hoggar-77», que cruzó el desierto del Sahara pero no logró llegar a las montañas de Hoggar por problemas mecánicos, después de sufrir un accidente cerca de Tamanraset. A finales del mismo año el Centro Excursionista organiza «Aconcagua-77» logrando coronar el techo de América y en 1980 el Alpino vuelve a la carga con «KIMAKE-80», una potente y numerosa expedición dirigida al techo de África: el Kilimanjaro, donde además de coronar todas las cimas del mítico volcán, la cordada Serrano-Maestre lográbamos la primera ascensión española al Pico Surdel Mawenzi de 4.895 metros de altitud. Antes se habían conseguido igualmente todos los picos del macizo del Monte Kenia.
Pero «KIMAKE-80» para el C.A.E. fue algo más que una expedición, pues constituyó por la cantidad y calidad de los expedicionarios (13 componentes) y sobre todo por su ideología, el punto de arranque para un nuevo concepto del alpinismo de«aventura» en Elda, un concepto que en el círculo social fue conocido como el «espíritu de Kimake», representado para algunos de nosotros«una de las páginas más brillantes de nuestro montañismo».
Aquella manera nada egoísta de plantear los proyectos de cada nueva aventura fue sumando nuevos y destacados alpinistas en su corriente, por lo que,a mi juicio, aquel «espíritu» benigno pululó por nuestro valle durante un tiempo, impregnando un bello período del montañismo y de la aventura eldenses.
En definitiva, muchas han sido las expediciones realizadas por nuestro alpinismo desde aquellas primeras aventuras: los Andes, el Ruwenzori, el Cáucaso, el Karakorumy el Himalaya, con especial mención a la conquista del Cho Oyu, el primero y único hasta ahora de los «ochomiles» de la tierra que logró coronar nuestro alpinismo local, cuando el «alpino« Juan A. Serrano consiguió pisar su cima, elevada sobre los 8.210 metros de altitud, o las escaladas de vértigo en Yosemite y en Torres del Trango, por citar algunas.
Unas veces se lograron los objetivos y otras se fracasó en el intento, pero lo verdaderamente importante fue siempre el poder trasladar esas experiencias vividas a nuestra sociedad, contribuyendo a configurar el carácter emprendedor que tanto define a los eldenses, en distintas facetas de la vida cotidiana.
Quizá sea ése el secreto añadido, que hace del logro inútil de la aventura la virtud más generosa del ser humano y el más preciado don del aventurero.